sábado, 21 de junio de 2025

500

Lo que empezó con una pequeña lista de corresponsales a los que enviaba mis artículos a partir de noviembre de 2007, ¡hace diecisiete años y medio!, está compuesta hoy en día por 157 correos que ven “engalanada” su bandeja de spam con mi basura. Y, sí, éste es ni más ni menos que el escrito número 500 que les envío desde entonces. Ignoro cuántos de esos 157 potenciales lectores vivirán aún, pero incluso en el más allá sigo atosigándolos con mis impertinencias una vez cada quince días, en promedio.

Habrá quien diga, no sin razón, que es muy poco para tan largo tiempo, pero cómo me cuesta trabajo imaginar las de Caín que han de pasar quienes escriben diariamente, cinco días a la semana, y que en un solo año acumulan la friolera de más de 250 sesudos análisis, la mitad de los que yo llevo en diecisiete. Y más trabajo me cuesta a mí escribir únicamente uno, como el que ahora pergeño, pues en ocasiones me toma varias horas de febril actividad “intelectual” completarlo.

Si a lo anterior agregamos que jamás he cobrado un centavo por ellos, se me tratará con mayor indulgencia.

Porque además, la verdadera paga viene con la satisfacción de escribir, que lo deja a uno orgásmicamente satisfecho. De veras, inténtenlo, y olvídense de “manuela”, o de la viejita aquella que, temblorosa de pies a cabeza, llega a un sex shop preguntando por un vibrador, y el empleado que la recibe, todo nervioso, la invita a que se retire, que ese sitio no es para ella, pero la ancianita insiste: sólo dígame si tiene vibradores. Señora, por favor, le responde su interlocutor en el paroxismo de la desesperación, ¿para qué habría de querer usted un vibrador? “¡No!, si no quiero uno -le responde candorosamente la viejecita y sin dejar de temblar rítmicamente-, sólo quiero saber cómo se le apaga”.

Así que ya saben: olvídense de “manuelas” y vibradores y a escribir frenéticamente, sin llegar al onanismo de quienes lo hacen diariamente, pues no les fuera a pasar lo que al famoso y legendario Tiberius, que en el circo romano tenía  que dar cuenta de un centenar de hermosas damiselas en fila: no tiene ningún problema con las cincuenta primeras, a las cuales despacha con facilidad, ante la gritería de la gente que, entusiasta, corea su nombre: ¡Ti-be-rius!... ¡Ti-be-rius!... Cuando llega a la 80, empieza a dar ligeros síntomas de agotamiento, y el público: ¡Ti-be-rius!… ¡Ti-be-rius!..., pero la 98 lo encuentra definitivamente exhausto, bajo el alarido de la multitud: ¡Ti-be-rius!... ¡Ti-be-rius!..., de tal forma que da cuenta de la 99 ya nada más por puro orgullo y, desfallecido, cae inmediatamente después, ante los aullidos del respetable: ¡Pu-to!... ¡Pu-to!...

Yo, por ejemplo, ahorita me siento felizmente realizado y satisfecho, ¡aunque “apenas” lleve 500 en más de una década!

¡Pero felicítenme, pues!

lunes, 16 de junio de 2025

La Princesa Caramelo

En recuerdo de mi progenitor en su día, un refrito compartido con ustedes hace muchos años.

Como ya he dicho en ocasiones anteriores, mi padre vivió su infancia como “mojado” en California en el primer tercio del siglo pasado, donde aprendió a hablar el inglés sin acento, lo que le fue de enorme utilidad a su regreso a México para ejercer de guía de turistas en su primera juventud y hasta bien entrada su madurez, hacia los 46 años de su vida adulta, cuando se unió a la embajada americana en nuestro país. Como también he señalado, la compañía privada de turismo para la que trabajaba conduciendo su propio auto, frecuentemente recibía solicitudes para prestar sus servicios a personalidades del mundo de la diplomacia tanto nacional como internacional.

Fue así como en una ocasión fue asignado para el traslado de una Princesa de la monarquía británica de Cuernavaca, Morelos, a la Ciudad de México. Viajaba ésta acompañada por una asistente y mi padre tenía que recogerlas en una mansión privada de la capital del estado y dejarlas en un hotel de lujo del entonces Distrito Federal. La princesa y su acompañante se imaginaron que les habían contratado un taxi de lujo y en consecuencia abordaron el suntuoso Buick negro último modelo sin apenas prestarle atención a mi progenitor, y la misma actitud tomaron durante todo el viaje. Y ahí empezó el problema, pues la desbozalada Princesa comenzó a dar puntual cuenta a su empleada de confianza de todo lo vivido desde la noche anterior y hasta poco antes de subir a este ancestro de Uber.

La Princesa inició dando cuenta a su asistente-amiga de la fenomenal borrachera que había agarrado la noche anterior, pero sobre todo, del bellísimo ejemplar de macho mexicano que conoció durante la velada y lo mucho que éste la hizo gozar con posterioridad ya en un ambiente más íntimo, fuera del alcance de toda esa “gente estúpida” con que trató durante la velada. “Te lo juro –concluía la Princesa esta parte de su relato-, durante todos estos años con el Príncipe, nunca me ha hecho sentir como este ejemplar ¡en una sola noche!”.

“Los problemas empezaron esta madrugada –continuó la Princesa-, una vez que ‘mi’ hombre me hubo abandonado y yo comencé a sentir los malestares producto de eso que esta gente incivilizada llama comida típica y que no es más que porquería que te descompone el estómago más que el alcohol, por lo que no me quedó más remedio que vomitar todo lo que había tragado. Para empeorarla, producto de esa misma basura que comí, ya son varias las veces que he tenido que aliviarme en el retrete. A ver si la píldora que me acabo de echar antes de salir sirve de algo, si no, ya me estarás cambiando de pañal, querida amiga”.

Ante los gestos de complicidad de la amiga, la princesita concluyó: “Pero más vale tener cuidado, no vaya a ser que las piedras oigan”. Las estentóreas risotadas de las amigas hicieron que mi padre dibujara apenas un remedo de sonrisa de compromiso en sus labios, tan natural, que la Princesa se le quedó viendo como quien piensa “este idiota no entiende ni jota de lo que oye y no tiene más remedio que esbozar una estúpida mueca de diplomacia, es su trabajo”. Pero las damas no se recataron, ¡qué va!, siguieron hablando durante todo el trayecto con un lenguaje más propio de un pub de los arrabales de Londres que de la realeza británica.

Una vez que el traslado hubo concluido, mi padre se apeó del auto y entró al magnificente hotel. Cuando estuvo de regreso, se dispuso a abrirles la puerta del coche a la Princesa y su acompañante, pero aquélla se encontraba todavía tan embebida en la plática que, una vez que hubo salido del vehículo, intentó distraídamente dirigirse en automático a mi progenitor, para de inmediato disculparse: “Oh, no, no, I’m sorry, forget it”, a lo que mi padre respondió a su vez, simulando el acento británico que tan bien le sentaba:

No problem, Your Majesty. I already asked the bellboy to please take your luggage to your rooms. He is now waiting in the lobby to show you the way. Your Royal Highness –continuó él imperturbable-, it’s been a real pleasure to have served you during this short trip and I would certainly have liked it to be a little longer to plainly enjoy your company.Y, tras una leve y discreta reverencia, se las quedó mirando a las dos.

La dulce princesita no acertaba a adivinar lo que estaba ocurriendo, se asemejaba a uno de aquellos enormes caramelos de las barberías de antaño que pasaban alternativamente de un color rojo grana, al blanco cadavérico y a un azul intenso producto de un sofocamiento, y vuelta a empezar. Y frente a ellas, mi padre, la piedra, sobre quien Dios edificó mi familia, y que no sólo oía, sino que escuchaba, veía y, sobre todo, hablaba fluidamente su idioma. La Princesa Caramelo, después de buscar desesperadamente en su delicado bolso, puso un billete de cien libras en manos de mi padre, dio media vuelta y huyó despavorida, olvidándose hasta de su amiga, quien, corriendo, salió tras de ella.

Don Nicolás, mi padre, subió de nuevo a su auto y no pudo evitar dibujar en el vacío una señal que décadas más tarde inmortalizaría un diputado y el vulgo bautizaría como la roqueseñal, en “honor” de aquel deleznable político (¿hay de otros?) todavía en funciones hasta hace poco. Señal más conocida hoy en día por el anglicismo Yes!, y por lo tanto más apropiada en el caso del querido don Nico, que San Roque, ¡patrono de los peregrinos!, proteja en el más allá.

Mi padre nunca supo si las cien libras que le dio la Princesa Caramelo fueron en agradecimiento por sus buenos afanes o para comprar su silencio. Él supuso que lo primero, y quedó entonces en absoluta libertad de conciencia de relatarme lo sucedido con todo lujo de detalles muchísimos años después.

La verdadera identidad de la Princesa Caramelo la guardo para mí al todavía formar parte ésta de la vetusta y centenaria corte inglesa.

viernes, 30 de mayo de 2025

¡Reprobados!

El otro día Elena me invitó a la plática Más rápido que la luz que impartiría el físico mexicano Miguel Alcubierre en la sala Mateo Herrera del Foro Cultural Guanajuato, situado en León. El local se llenó a reventar, prácticamente de puros chavos deseosos de aprender y satisfacer su curiosidad.

Independientemente de lo tratado durante la charla, no siempre fácil de seguir, fueron dos las ocasiones en que el expositor llamó mi atención. Primero, cuando preguntó a la audiencia, recordando al inmortal Galileo y haciendo escarnio de Aristóteles, que si soltáramos al mismo tiempo desde lo alto de una torre una bola de boliche y una pluma de pájaro e ignorando la influencia del aire -en condiciones ideales, dirían los clásicos-, ¿cuál de los dos objetos llegaría primero al suelo?

Si me responden ustedes que la bola, sentenció, ¡están reprobados!, pues llegarían los dos al mismo tiempo. De los experimentos de Galileo con planos inclinados -ya que lo de la torre de Pisa es más bien parte del imaginario popular- derivó Newton su ley de la gravitación universal.

Pero lo segundo que capturó poderosamente mi atención, pues de lo anterior ya había leído yo un poco, fue cuando inquirió a la audiencia por qué los objetos y los mismos tripulantes de la Estación Espacial Internacional (EEI) flotaban en el ambiente, de nuevo advirtió: si me dicen ustedes que por la ingravidez, ¡están reprobados! Y aquí sí me sentí aludido.

Se necesita algo más que los 400 kilómetros de altitud a los que se encuentra la EEI de la superficie de la Tierra para sustraerse a su fuerza de gravedad. Hagan de cuenta que se encuentran ustedes en el elevador de un edificio en el piso once y aquél se desploma súbitamente, ya quisiera yo ver, nos dijo, si no iban a flotar.

Entonces eso es lo que pasa con la EEI: está cayendo continuamente atraída por la fuerza de gravedad y por eso es que sus ocupantes y cuantos objetos ellos manipulan flotan. ¿Y cómo es que la estación no termina estrellándose contra la superficie del planeta? Ah, pues porque se mueve a una velocidad de 28 mil kilómetros por hora que la hacen seguir una trayectoria curva alrededor de la Tierra, pero, insisto ahora yo, la EEI está permanentemente cayendo.

¡Cuánta belleza, carajo!

Ya más con el tema de la plática, se me ocurrió a mí la siguiente pregunta: Einstein no era muy partidario de la mecánica cuántica, entre otras cosas porque no creía en la "escalofriante" acción a distancia entre partículas entrelazadas, ya que esto contravendría el principio de que nada hay más rápido que la velocidad de la luz, y aquí estaríamos hablando de instantaneidad, es decir, una velocidad infinita. Sin embargo, los Nobel de Física 2022 probaron esa "escalofriante" acción a distancia, ¿qué me podrías comentar tú? (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/03/escalofriante-accion-distancia.html).

Desgraciadamente, ya no alcancé a que me dieran el micrófono y la pregunta se quedó en el limbo, pero, no conforme, se la planteé a ChatGPT, que esto me respondió: Efectivamente, planteas una de las paradojas más profundas y fascinantes de la física moderna: el entrelazamiento cuántico y la aparente "acción fantasmagórica a distancia" que tanto incomodaba a Albert Einstein.

Ojalá este tipo de eventos tuvieran lugar más frecuentemente en mi querido rancho, para hacer mucho más cosmopolita a esta ciudad.

sábado, 17 de mayo de 2025

Un mundo muy particular

Algunos autores gustan de complicar su escritura hasta extremos incomprensibles, como Joyce, Faulkner, Proust, Woolf, Musil et al, lo que ocasiona que muchos abandonen el empeño de leerlos por más buena voluntad que se ponga en ello.

No obstante, existe otro tipo de literatura, complicadísima en sí misma, en la que ocurre todo lo contrario: el autor trata de ponerse a la altura del público en general y, sin complicaciones matemáticas o técnicas, hacer accesibles a todos los arcanos privilegios de unos cuantos. Me refiero, obviamente, a la literatura de divulgación científica, que, por más ardua y abstrusa que se vuelva, uno se niega a abandonar, pues siente el entusiasmo contagioso del que escribe, a la vez que disfruta del aprendizaje de conceptos harto abstractos.

Lo anterior me acaba de ocurrir con el libro nada reciente (1996) de Leon M. Lederman (Premio Nobel de Física 1988) y Dick Teresi La partícula divina / Si el universo es la respuesta, ¿cuál es la pregunta?, pero tan actual en sus conceptos que su edición más reciente data del 19 de septiembre de 2019, que fue la que leí en su formato digital, y no paré sino hasta la página 629, la última, muy a pesar de que los ingentes experimentos que reseña Lederman con todo detalle a lo largo del texto resultaron incomprensibles para un neófito como yo, pero, insisto, el entusiasmo del autor (ignoro por qué le dan a Teresi crédito también cuando es Lederman quien se encarga del relato en primera persona) y la belleza de los conceptos por uno aprendidos resultan enriquecedores e irrenunciables.

Todo esto tiene que ver con la física de partículas elementales, esto es, con lo que hay más allá del “indivisible” e “invisible” átomo y sus componentes fundamentales por todos ustedes conocidas: protones, electrones y neutrones. Fue así como aprendí que un protón está conformado por tres quarks, dos hacia arriba (up) y uno hacia abajo (down), a diferencia del electrón, que lo está por dos hacia abajo y uno hacia arriba, y a los cuales los gluones les sirven como una especie de “pegamento” entre ellos, tanto en uno como en otro caso. Lo impresionante radica en el hecho de que se haya llegado a tal grado de conocimiento de la materia.

También aprendí que lo que antaño se conocía como éter, es decir, el “vacío” que nos envuelve y en el que hasta Newton creía, no así Einstein, ha sido sustituido por el campo de Higgs y otra partícula elemental, el bosón del mismo nombre, la archifamosa partícula divina, y que le valió a Peter Higgs el Nobel de Física 2013 por haberla detectado en el Large Hadron Collider (LHC), Gran Colisionador de Hadrones, del Centro Europeo de Investigación Nuclear (CERN, por sus siglas en francés).

En realidad, Lederman quiso titular su libro La partícula maldita sea (The Goddamn Particle) por su dificultad para encontrarla, pero presiones editoriales lo llevaron a cambiar dicho título a The God Particle (La partícula divina).

Sin embargo, yo estaría de acuerdo en que se le llamase partícula divina, ya que al ser la responsable, junto con el campo de Higgs, de dar masa a las partículas fundamentales, dicha masa permite la formación de átomos, moléculas y, en suma, del mundo tangible.

¡Vaya un entusiasta aplauso para tan transcendental logro del Homo sapiens y su embelesadora belleza!

miércoles, 30 de abril de 2025

Quintana, el privilegio de su amistad

Una de las víctimas, entre muchos otros, de estos escritos míos es el reputado periodista de negocios, finanzas, economía y política Enrique Quintana, al cual sigo desde su primera época en El Financiero, luego en Reforma y en su vuelta al primero bajo una nueva administración, donde es Vicepresidente y Director General Editorial. Son ya más de 30 años de leerlo, verlo y escucharlo, pues además de su columna diaria en el periódico, disfruto su programa dominical La Silla Roja (que no Rota, ya que ésta resultó una inaceptable vacilada) a las nueve de la noche en El Financiero Televisión, y su cotidiano Al Cierre de lunes a jueves a la misma hora y por el mismo medio.

Por ello, cuando me enteré que venía invitado por la inmobiliaria que maneja el fraccionamiento donde vivo a impartir la conferencia México hoy: en lo político, en lo económico y en lo social el martes 29 a las siete de la noche, me apresuré a inscribirme junto con Elena. A los cientos de personas que asistieron hubo que acomodarlos en un extenso espacio aledaño al campo de golf.

Puntual que soy, conminé a mi esposa a que nos presentáramos una media hora antes para así tener además la oportunidad de saludar al expositor previo a su plática. Y sí, ahí estaba a la entrada del complejo acompañado de cerca por sus anfitriones. Le comenté a Elena que lo sondearía para ver si sabía de mí. Nos acercamos, le extendí la mano y le dije: “Hola, Enrique, soy Raúl Gutiérrez, no sé si me ubiques, a cada rato te envío mis escritos o te ando importunando con comentarios sobre los tuyos”. Me sorprendió su reacción inmediata y su expresión de asombro: “¡Cómo no, Raúl, por supuesto que te ubico perfectamente, pues ya son años de ‘tratarnos’ regularmente!”, lo cual me dio un gusto enorme y procedí a presentarle a Elena.

Esto fue lo anecdótico. En cuanto a la plática, ¡qué barbaridad!, qué manera de dominar el nervio frente a esa muchedumbre, sin tropiezos y con un conocimiento de los temas tratados envidiable. Una presentación en verdad soberbia.

Por lo que apunto líneas arriba, se podría decir que yo fui nada más a un repaso sobre lo que maestro tan insigne me instruye todos los días.

¡Muchas gracias, querido amigo Enrique!

miércoles, 23 de abril de 2025

Paternal rebuzno

En la primaria yo “aprendí” que la luna siempre le mostraba la misma cara a la Tierra y que esto era –bien lo memoricé- porque el movimiento de rotación de nuestro satélite sobre su propio eje y el de traslación alrededor de nuestro planeta son de la misma duración: 27 días y un tercio. Con esto me bastó para obtener un 10 redondo en mi clase de geografía y consolidó más mi fama de alumno ejemplar en el colegio privado donde estudiaba. ¿Que por qué Selene mostraba siempre el mismo hemisferio a los terrícolas? Obvio, porque la duración del movimiento de rotación y traslación de la luna duran lo mismo, no hay más, memorízatelo bien.

Así lo “aprendí” y mejor lo memoricé y no me hizo falta más… hasta que un día mi hija Caro me hizo rebuznar 41 años después, cuando ésta cursaba el tercer año de primaria en el año 2000.

- Papi –me preguntó-, ¿me podrías explicar por qué sólo le podemos ver una cara a la luna?

- Obvio, Caro –le respondí, inflamando el pecho con orgullo y autosuficiencia-, porque los movimientos de rotación de la luna sobre su propio eje y el de traslación alrededor de nuestro planeta tienen la misma duración: ¡27 días y un tercio!

Mas la condenada escuincla no se detuvo ahí, sino que, no conforme, me inquirió:

- Pero si la luna gira sobre su propio eje, se tiene que mostrar toda ella a nosotros, ¿no es cierto?

- Bueno, ¿qué no entiendes? –respondí yo más aterrorizado que convencido-, la duración de los movimientos de rotación y traslación de la luna son los mismos, y ¡ya estuvo!, no hay de otra, la luna termina mostrándonos sólo una de sus caras, es elemental –concluí yo con voz trémula y deseando que me tragara la tierra.

¡Pero, ah, no!, como Carolina ha sido siempre muy obstinada e inteligente, y sobre todo  muy dramática, empezó a gimotear y patalear, a la vez que con un nudo en la garganta y ahogada en llanto, me recriminaba:

- ¿Cómo una niña tan chiquita puede tener un papá tan tonto? Si la luna da vueltas, la tenemos que ver toda…

- ¡Bueno, ya, ya, basta, cálmate! –le respondió su abnegado padre, que tuvo que lidiar buena parte de la infancia de los hijos con estas labores propias de su sexo-, te propongo que tratemos de explicárnoslo, pero deja ya de llorar y patalear, ¿ok?

- Está bien –respondió la niña aún sollozando y respirando espasmódicamente-, ¿qué?

- A ver, yo voy a ser la luna girando a tu alrededor y tú, ahí en el centro, la Tierra, pero sin dejar de verme, aunque teóricamente debieras estar girando 27.3 veces más rápido que yo. Hagámoslo lentamente y yo mostrándote siempre la cara.

- Ok –respondió Caro ya un poco más tranquila y sus ojillos ávidos por aprender, repito, a-pren-der, sin las comillas aplicables sólo a su estúpido padre-.

Juro por mi madre que era toda mi intención, después de más de cuatro décadas, aprender, finalmente, junto con mi hija.

Una vez que hube terminado de darle totalmente la vuelta a Carolina, no sé de quién era el gozo mayor, si de la niña o del ex atribulado padre.

- ¡¿Te fijaste, Carito?! –exclamé henchido de emoción-. No sólo me he desplazado alrededor tuyo, sino que al hacerlo sin dejar de verte, he girado completamente sobre mi propio eje, ¿viste?

- ¡Sí, papito, eres un mago! –me dijo la mocosa, llorando ahora de felicidad y colmándome de besos-. Mañana mismo se lo explico a la miss, que hoy no me lo quiso decir. (Pobre maestra, yo creo que estaba tan confundida como el progenitor.)

Vuelvo a jurar por mi madre que hasta entonces me quedó claro lo que antes sólo repetía como tarabilla: la luna siempre le muestra la misma cara a la Tierra porque su tiempo de traslación alrededor de ésta es el mismo que el de rotación sobre su propio eje. Ahí estaban, un lamentable adulto de más de 50 años y su encantadora hija de apenas 8, descubriendo el universo.

Por todo lo anterior, nunca más de acuerdo con aquello de aprender a aprender… y memorizar sólo las tablas de multiplicar.

martes, 15 de abril de 2025

¡Peligro: es vigilia!

Cursé mi educación básica e intermedia en la Ciudad de México en escuelas católicas a ultranza en las décadas de los 50/60 del siglo pasado, y todavía recuerdo cómo durante la Cuaresma, mientras formábamos filas los viernes al mediodía en el patio del plantel antes de romper la formación para el inicio del recreo, se nos recordaba que ese día era vigilia y se nos conminaba a deshacernos de nuestros lonches si éstos contenían cualquier tipo de carne. Y ahí tienen a los dóciles estudiantes arrojando sus tortas a un inmenso tambo de basura hasta desbordarlo tan pronto sonaba la campana indicando el comienzo del esparcimiento, parte del cual lo constituía la disposición de nuestros itacates, pues los niños verdaderamente gozaban arrojando jocosamente su alimento al barril, a sabiendas de que tenían la aquiescencia de sus mentores para cometer tal villanía que en otras circunstancias hubiera sido imperdonable. Mi madre, siempre previsora y estricta observante de la vigilia, aunque nunca pusiera un pie en los templos los domingos y fiestas de guardar ni jamás confesara sus pecados ni mucho menos comulgara, me preparaba un bolillo con frijoles, auténtico precursor de los molletes de hoy en día.

Lo anterior me recordaba las orgías romanas que tanto criticaban los hermanos de las escuelas cristianas bajo cuya férula estudiábamos, sólo que aquí en vez de devolver los alimentos después de ingerirlos para poder seguir comiendo, nos deshacíamos de ellos antes de deglutirlos, con la consecuente inanición.

Yo pienso que un término medio a todo lo anterior lo constituiría lo que un buen amigo leonés ha practicado desde siempre: los viernes de Cuaresma se detiene en la primera taquería que se le cruza en el camino y ordena un par de tacos de pescado, y ya después de esto, una vez cumplido el católico precepto, se refina tres más de carnitas: nana, buche y nenepil. A eso se le llama gozar de un amplio criterio.

Hace casi sesenta años que abandoné prácticas tan salvajes, pero en aquella época era yo un muchachito imberbe de 9-10 años de edad que no tenía de otra más que observar todas las deposiciones, digo, perdón, disposiciones eclesiales. Me faltaba aún una década para declarar mi independencia total de pensamiento, algo que aprecio más que ninguna otra cosa en la vida, esto es, ¡mi libertad!, lo cual coincidió con mi ingreso a la bendita universidad.

Todo esto viene a cuento porque el otro día acompañé a Elena al súper, pues no daba yo crédito a que la carnicería del barrio cerrara los viernes de Cuaresma, no sé si por cuestiones económicas o para evitar que la ciudadanía cayera en pecado, pero sí, en efecto, ¡cierra esos días!

En todo caso, permanece cerrada por cuestiones religiosas, ya sea porque los leoneses son muy mochos y no compran ni comen carne ese día o porque los tablajeros de marras están muy preocupados por la “moral” pública. Ignoro si se trate de un caso más generalizado, pero imaginen un restaurante que no ofreciera platillos cárnicos a sus clientes los viernes de Cuaresma o que advirtiera a sus comensales que no fueran a pecar en tan sacrosanta ocasión devorando una chuleta. ¡Qué bizarría!

¡Lo bueno es que a partir de este Sábado de Gloria ya no obliga la vigilia!

sábado, 12 de abril de 2025

La Silla Rota

El pasado lunes 7 de abril recibí la siguiente invitación del connotado periodista Roberto Rock, ex director editorial de El Universal y actual director de La Silla Rota, y hoy sábado 12 hice mi debut en sus páginas electrónicas (https://lasillarota.com/guanajuato/opinion/2025/4/11/tu-total-insatisfaccion-la-retencion-de-tu-dinero-531368.html):

Estimado señor Raúl Gutiérrez:

 Me permito hacerle una invitación formal para que sus artículos tengan un espacio en la sección de Opinión de La Silla Rota Guanajuato, un proyecto filial de La Silla Rota. Para ese efecto, le presento  a nuestro director regional, el compañero Pablo César Carrillo, un periodista muy respetado en aquella entidad y fuera de ella. Le marco a Pablo copia de este mensaje. 

Creo que sin duda sus textos, variados, amenos y de muy buena pluma, enriquecerán  los contenidos de ese proyecto periodístico y supondrán una ventana para nuestros usuarios en aquella entidad para compartir su  interesante perspectiva sobre múltiples temas. 

Esperamos que esta invitación sea de su agrado y que podamos contar con sus colaboraciones en forma regular. Le pido a Pablo dar seguimiento con usted a esta propuesta. 

Muchas gracias. 

 

Roberto Rock L. 

La Silla Rota
Director general.

jueves, 10 de abril de 2025

Tu total inSATisfacción y la retención de tu dinero

Llegó la época del año en que suelo presentar las declaraciones de impuestos de mi hijo y mía, pero no cualquier día, lo tengo que hacer desde el primer día de abril. ¡Ah, cómo batallé en esta ocasión!, pues nunca me había topado  con una plataforma del Sistema de Administración Tributaria (SAT) tan errática, pero bueno, después de haber intentado con varios navegadores, finalmente Firefox de Mozilla se apiadó de mí, pues ni con Google Chrome ni con Opera se pudo.

Ya con acuses y declaraciones electrónicos en mano pensé que había triunfado en toda la línea, y con saldos a favor en ambos casos, más aún. Todo esto ocurrió ya en la tarde de ese 1 de abril. Pero hete aquí que cuando iba a consultar el estado de nuestras devoluciones, la plataforma del SAT incurría en los más inverosímiles errores, y esto, tanto en mi computadora como en mi celular y en la laptop del júnior. Vamos, hasta en la computadora del negocio de Elena, mi esposa.

En los días siguientes la situación cambió, pues en mi caso el sitio del SAT arrojaba un mensaje de información no existente y en el de mi vástago otro con una ominosa advertencia de inconsistencia en cuenta CLABE, correspondiente a la cuenta donde deberían depositarle su devolución, y lo conminaban a que actualizara dicha información mediante la opción apropiada en otra parte del sistema, adjuntando el estado de la cuenta sustituta, en formato PDF, comprimido (.zip), no mayor de 4MB en tamaño y con una antigüedad no más allá de los dos meses. Lo curioso es que se están quejando de la mismísima CLABE donde en años pasados le han depositado sus devoluciones. Algún irresponsable de carne y hueso falló flagrantemente.

Es lo de menos, vámonos a dicha página de actualización y les proporcionamos el PDF de la cuenta rechazada, pero, ¡oh sorpresa!, en dicha página no proporcionan ninguna información de la devolución para la que hay que aplicar dicho “cambio”. ¡Desesperante!

Por otro lado, le advertí a mi hijo que como estaba tramitando una devolución por arriba de los diez mil pesos seguramente nos iban a solicitar su firma electrónica (e.firma), por lo que varios días antes hubo que tramitar una cita en las oficinas regionales del SAT para someterse al engorro del registro de sus datos biométricos (huellas, iris de los ojos y demás), lo que le tomó tres horas el día de la cita que le programaron. Y todo esto, ¡para nada!, ya que su sistema de actualización de cuenta CLABE no funciona.

Esta situación kafkiana se agrava por el hecho de la insufrible arrogancia y prepotencia del SAT, digo,  perdón, de la “Autoridá” (así, con mayúscula y acento en la a), como se solazan ellos en autonombrarse, porque estos burócratas sí que no perdonan la más mínima pifia del contribuyente, y al instante te lo hacen saber mediante multas, recargos y hasta cárcel.

Y aquí seguimos, esperando yo a que me informen del estado de mi devolución y mi hijo pidiéndole al cielo que se dejen de mañas dilatorias y le permitan “actualizar” su información bancaria.

Dicho todo lo anterior, no es de sorprenderse que al SAT lo presida alguien de nombre Antonio Martínez Dagnino. Nunca mejor nombre para Jefe de un sistema tan nefasto.

sábado, 5 de abril de 2025

La vuelta al mundo en 46 años

Hace unas semanas empecé a retomar el correr, actividad que había abandonado durante los tres meses previos, lo cual me llevó a actualizar el siguiente registro que celosamente atesoro conmigo: 1186 vueltas al circuito de siete kilómetros que rodea a la presa de El Palote, desde que llegué a León hace veintidós años hasta el pasado 2 de abril, sin contar las ocasiones que troté en Plaza Mayor o en la pequeña pista enfrente de mi casa. Es decir, nada más por ese trotar en mi querido Parque Metropolitano he acumulado 8302 kilómetros, lo que equivale a 2.61 veces la frontera entre México y Estados Unidos o más de una quinta parte la circunferencia de la Tierra.

Pero la parte principal de mi manía la constituyen los veinticuatro años anteriores, desde que en 1979, a la edad de treinta, comencé literalmente mi carrera en México, la que me alcanzó para finalizar exitosamente los maratones de Nueva York (1985), Berlín (1987) y Boston (1988), aparte de los dos primeros de la historia en la Ciudad de México (1983, 1984). Durante todo este tiempo corrí yo un promedio de 1500 kilómetros al año o aproximadamente treinta por semana, lo que multiplicado por todos esos años da un gran total de 36000, aunque no está uno de humor como para correr todo el año a esa intensidad, pero, por otro lado, los maratones son súper demandantes, lo cual compensa de sobra los bajones que se dan a lo largo de tanto tiempo.

A lo que voy es que haciendo sumas, restas y multiplicaciones puedo presumir con todo orgullo que ya troté el equivalente a los 40 mil kilómetros de la circunferencia de la Tierra por lo menos una ocasión, aunque ello me haya tomado ¡46 años!

Intentaré en la próxima tardarme menos.


lunes, 31 de marzo de 2025

Redescubrí que soy de Extremadura

Mucho comenté en el pasado reciente sobre los devastadores efectos secundarios de los medicamentos contra el cáncer de próstata: inhibición de la producción de testosterona, disfunción eréctil, impotencia, desaparición de la libido, bochornos menopáusicos, crecimiento de los pechos y un largo etcétera. Tan fue así que creí rivalizar con la vedette trans Wendy Guevara. Vamos, son tan efectivamente catastróficos estos medicamentos que se emplean en algunos países para controlar a los violadores en un proceso que se conoce con el nombre de ¡castración química!, y, créanmelo, tienen una efectividad del 100%.

Cuando le comentaba esto a mi urólogo, sólo se me quedaba viendo con ojos incrédulos como diciendo: “Ay, señor, a su edad, ¿ya qué más da?”, y enseguida me “tranquilizaba” con caritativas palabras: “Notará usted una mejoría cuando prescinda de los medicamentos, aunque tendrá que dejar pasar un tiempo equivalente al que le tomó consumirlos”. “¡¿Un año?!”, le preguntaba yo con desconsuelo. “Sí, si es que para entonces ya obtuvo usted el alta”.

Pues bien, la radioterapia la finalicé hace quince meses y los nunca mejor llamados castrantes venenos los dejé de consumir hace nueve, cuando mi nivel de antígeno llegó al tan anhelado cero, pero ya desde endenantes Elena recuperó la sonrisa y yo me siento muy orgulloso de ser extremeño.

¡Ni en la luna de miel nos habíamos divertido tanto! 

martes, 25 de marzo de 2025

Convalecencia literaria

Después de la infumable bazofia El péndulo de Foucault, de Umberto Eco, recuperé mi amor por la lectura con la espléndida autobiografía El mundo de ayer / Memorias de un europeo, de Stefan Zweig, que actuó como un auténtico antídoto contra la primera y se lee como una deliciosa novela.

Lo que más me sorprendió del escritor austríaco Zweig fue su febril actividad y toda una vida dedicada al estudio, desde su más tierna adolescencia, se pudiera decir. Hace patente su desprecio por el sistema educativo que le tocó padecer en su tierra e incluso su desdén por los estudios superiores que le tocó cursar, tanto los universitarios como los de doctorado, a los que tan sólo se inscribía sin acudir jamás a clase y únicamente apurándose al final de los mismos para aprobarlos. Eso le alcanzó para doctorarse en filosofía.

Hijo de un acaudalado empresario textil judío, lo que él disfrutaba sobre todo era la libertad, desde joven, devorando cuanto texto fuera de currículo caía en sus manos, hasta, ya universitario, conociendo mundo y gente durante las interminables pintas que se regaló en esa época. En todo esto ayudó la decisión del hermano mayor de dedicarse a lo mismo que el padre, dejando a Stefan en libertad de que hiciera lo que le placiera.

No obstante, hábil y talentoso el muchacho, logró que publicaran sus cosas en el suplemento literario de la publicación más prestigiosa de Viena cuando escasamente frisaba los veinte años de edad, lo que dio pie a que la familia, orgullosa de él, lo dejara ser. Por eso Hannah Arendt llegó a decir de Stefan que no vivía los problemas sociales de la época, sino que más bien se mantenía en la periferia de los mismos.

Así y todo, Zweig fue un autor muy prolífico que bien pudiera haber vivido de las regalías de sus libros, traducidos a todos los idiomas, y es impresionante la cantidad de gente famosa y de prestigio en todos los ámbitos que conoció a lo largo de su vida. Baste decir que versificó óperas de Richard Strauss cuando ya la bota asesina de Hitler hollaba Europa y Zweig iniciaba su vida de paria, como todos sus hermanos judíos, a pesar de la protección del célebre músico contra los designios del sátrapa, que objetaba la aparición del nombre de Stefan como libretista de sus obras.

Porque a Stefan Zweig le tocó estar en el centro mismo de los dos  conflictos mundiales que se han dado en la historia, pero el segundo ya fue demasiado para él, y como creía firmemente que el nazismo había llegado para quedarse y extenderse por todo el mundo, decidió suicidarse junto con su esposa estando ambos exiliados en Petrópolis, Brasil, en 1942, donde les rindieron sentidos homenajes durante su funeral.

La dramática foto de la pareja después de haber ingerido un mortal veneno ahí queda.

lunes, 24 de marzo de 2025

Muerte de la Inteligencia Natural (IN)

Hace diez años (19 de febrero de 2015) publiqué uno de los hallazgos científicos de que más me enorgullezco en la vida y que hice del conocimiento de todos el 8 de octubre de 2016 en mi blog: https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2016/10/los-origenes-de-y-algunasconsecuencias.html.

Pues bien, un conocido mío que radica en los Estados Unidos, fanático de cuanto artilugio tecnológico se puedan imaginar, y a quien hice partícipe de mi logro en correo a él dirigido el 22 de febrero de 2015, me acaba de restregar en la cara que lo que a mí me tomó seguramente días a su Inteligencia Artificial (IA) le llevó apenas un minuto y fracción.

¿Debemos entusiasmarnos por ello? ¡Definitivamente!, pero también preocuparnos enormidades, pues estamos fomentando la creación de una sociedad perezosa y no pensante que tiene a unos cuantos clicks de distancia la solución a todas sus broncas, trátese de un ensayo, un cuento, una novela, una pieza musical o un intrincado problema matemático como el que yo resolví.

Sí, fueron varios los días que dediqué investigando el problema que me planteé para llegar al resultado que me fascinó y entusiasmó hasta el paroxismo, provocándome una satisfacción personal inigualable, que ahora cualquier idiota con una herramienta poderosa a la mano puede resolver en apenas “un minuto y fracción”.

Acabo de recibir un correo del conocido que les platico, ¡en respuesta a aquel viejo mensaje mío del 22 de febrero de 2015!, en el que muestra una serie de pantallas que dan cabal testimonio de las proezas de la IA en la solución del problema matemático que les comento, y con una sentencia retadora de este fanático: “Se tardó un minuto y fracción contestando… ¿Y tú?”.

Le respondí escuetamente con ese dejo de inteligencia de un ser todavía pensante: “Infinitamente menos que los ¡diez años! que tardaste tú en contestar mi correo.”

sábado, 22 de marzo de 2025

Anciano rememorando

La falta de logros en mi senectud, me lleva a reiterar los del siglo pasado.

Caminaba yo rumbo a mi escritorio por uno de los pasillos del segundo piso del edificio de IBM en Mariano Escobedo cuando me topé con Enrique Caballero, representante de ventas de Comermex (hoy Scotiabank), uno de los clientes más grandes de la compañía, quien sin más, me espetó a la cara: “Estoy hasta la madre: Cuauhtémoc (Arredondo, director de sistemas del banco) y Toño (Antaramián, gerente de ventas de la sucursal finanzas de IBM) se la pasaron hablando de ti durante toda la comida a la que lo invitamos, a cual más de elogioso, ¡hazte a un lado, me indigestaste!”. Pinche envidioso, pensé, seguramente está exagerando, pues no recordaba yo haber hecho nada que mereciera elogio alguno.

Sin embargo, una vez en mi lugar, alguien se aproximó a mis espaldas y me dio una palmada diciendo: “Muy bien, eh, magnífico que el cliente tenga una opinión tan encomiable de alguien”. Era Antaramián, que a todas luces venía a medios chiles ya después de la comida con el cliente, y no cesaba en sus halagos. “Es más -añadió- ahorita mismo vamos a ver a Piccolo (Rafael, director de marketing) para informarle”, y sin dejarme siquiera preguntar qué ocurría, me arrastró literalmente hasta el sexto piso. Una vez ahí, nos dirigimos a la oficina de Piccolo para “informarle”: “Felicita a Raúl -le dijo Toño a Rafael-, ha realizado una labor extraordinaria en el banco, plenamente reconocida por su director de sistemas”. La oficina de Rafael Piccolo colindaba con la de Rodrigo Guerra, presidente y gerente general de IBM de México, quien apenas escuchó “felicita” se precipitó fuera de su oficina literalmente gritando: “¿A quién hay que felicitar?”. Casi no lo dejé yo terminar, ya que enseguida lo atajé: “Momento, momento, no soy representante, no he vendido nada”. “Aquí, a Raúl -me atajó Antaramián a su vez-, ha hecho una labor fantástica en Comermex”. Con lo que Rodrigo concluyó: “No importa que no seas vendedor, Raúl, si has hecho una buena labor, mereces que se te reconozca”.

Y nos retiramos de ahí, pero no habíamos llegado siquiera frente a los elevadores cuando Toño me reprendió: “¡Nunca más me vuelvas a salir con una pendejada de ese tipo! ¿Cómo que no eres vendedor?, cuando ustedes los ingenieros de sistemas son quienes verdaderamente desempeñan esa labor frente a nuestros clientes, son ustedes en quienes realmente ellos confían. ¡Me hiciste encabronar! Acompáñame, vamos al primer piso a ver a Troncoso (Jorge, gerente de sistemas país)”. Cuando llegamos con éste, aun antes del saludo, mi jefe lo instruyó: “Hay que darle un premio a Raúl, el cliente está muy contento con él”. “¡¿Ya ahorita?!” -exclamó con sorpresa Troncoso-. “No, no, no -repuso Toño-, pero hay que ir haciendo el papeleo para que le llegue en su próxima nómina”. Los dos firmaron el formato, y Antaramián me arrastró de regreso a su oficina en el segundo piso.

Sentados los dos al escritorio de Toño, uno frente al otro, mi jefe extrajo de su archivero mi expediente, revisó mis datos y me incrementó el sueldo ¡un 20%! Increíble, no daba yo crédito a lo que estaba viviendo, todo había sido como un huracán de cuyas consecuencias aún no me percataba. Acto seguido, me levanté, le agradecí mucho su reconocimiento y, cuando me disponía a retirarme, me detuvo: “Raúl, nunca menosprecies tu trabajo, recuerdo que siempre habrá alguien que te lo agradezca desde el fondo del alma. Esta vez fue Cuauhtémoc, que me llevó a mí a materializarlo, pero nunca falta la gente agradecida. ¡Sigue así!”.

Pasé otros quince años en IBM, con la que sueño casi a diario todas las noches, como la amante que nunca se olvida.

sábado, 15 de marzo de 2025

Se los dije

Les juro que escribí el artículo adjunto hace dos semanas, cuando el León apenas pudo con los mediocres Xolos de Tijuana en el propio estadio de la Fiera, pero no lo publiqué por temor a ser linchado por la fanaticada verde.

El León no es como lo pintan

El equipo de mis amores adoptivos, León, ha corrido con mucha suerte en el torneo Clausura 2025. Primero fueron las Chivas el 28 de enero quienes lo pusieron en evidencia al haberles anulado a éstas un legítimo gol en supuesto fuera de lugar mediante el malhadado VAR, lo que hubiera significado el empate a dos en vez de la apretada victoria de los Panzas Verdes 2-1 en su propio terruño.

Vino después, el miércoles 5 de febrero, el partido reprogramado de la fecha uno contra el Pachuca en el estadio Hidalgo, y en el que los Tuzos le pusieron un baile a los leoneses, que en vez de traducirse en una goleada en contra de éstos, se convirtió en una milagrosa victoria para el León por 2-1.

Finalmente, vino el empate a tres contra Toluca, donde el mejor hombre de la Fiera resultó ser el portero de los Choriceros, Pau López, que en un oso de antología se tragó un inverosímil gol que representó a la postre el empate a tres.

Estamos hablando de siete puntos en total que el León no merecía y que a estas alturas del campeonato lo colocarían a mitad de tabla. Pero además, todos los triunfos del equipo han sido por diferencia de un gol, ninguno por goleada ni mucho menos, y con demasiado sufrimiento por parte de la afición, yo entre ellos, que no paro de mover los pies mientras los veo jugar, ya sea para tratar de anotar o de impedir un gol cantado. Las exhibiciones ante Atlas, Juárez, Mazatlán, San Luis, Tijuana -¡qué bruto, puro trabuco!- han dejado mucho que desear. Contra Tigres se sufrió mucho en la victoria de apenas 1-0 y contra el América se salvó la cara con el empate a uno.

¡Mucho me temo que se vienen tiempos difíciles para el equipo!

Hasta aquí el artículo inédito. El tiempo me está dando la razón con las últimas dos vergonzosas actuaciones del equipo, contra el colero Laguna, incapaz de derrotar incluso a las reservas del colegio de ciegos (Fernando Marcos dixit), y frente a un disminuido Necaxa, que jugó ¡64 minutos con sólo diez hombres!, y aun así nos derrotó.

O mejora sustancialmente el equipo o se nos viene una tragedia de consecuencias incalculables, con todo y Mr. James.

sábado, 8 de marzo de 2025

¡Qué horroroso es leer!

Sí, sí, ya sé que me contradigo, pues innumerables veces he afirmado rotundamente lo contrario, pero cuando te cae en las manos un libro como el de Umberto Eco El péndulo de Foucault, entras en una profunda depresión, más aún si te empecinaste en llegar hasta la página 501 (de 834) tratando de encontrarle sentido a semejante necedad.

Tan sencillo que hubiera sido leer parte del fragmento que Amazon incluye en su plataforma para desechar de inmediato la intención de leerlo. Reto a cualquiera a que por lo menos lea dicho fragmento en su totalidad. ¡Imposible adentrarse en semejante galimatías por el puro placer de hacerlo! Desgraciadamente me dejé llevar por las superficiales opiniones aquí y acullá, cuando hubiera bastado intentar adentrarme en las varias primeras páginas que nos obsequia el gigante amazónico para abandonar el proyecto de lectura. ¡Estúpido de mí!, cuando intenté la devolución al mero principio de la fallida compra en línea del mentado libro, obviamente me mandaron al carajo, pues qué van a saber ellos si ya lo leí o lo copié mediante cibernéticos subterfugios. ¡Cómo me dolió desperdiciar esos 299 pesos, mejor invertirlos en un six pack de cervezas!

Soy consciente de que si por puro azar llegara a caer este escrito en las manos de un erudito, seguro me mandaría aniquilar por semejante sacrilegio, porque tal es lo que le achacan al texto de Eco: una amplísima erudición nada fácil de seguir para ignaros como yo. Pero soy un enemigo jurado de tener que cursar un seminario de varias semanas para entender cabalmente un escrito o de atiborrar mi biblioteca con textos explicativos con el mismo fin.

¡Al carajo! Leer es un placer, por lo que ustedes disculparán que no les comente nada esta ocasión de este intragable mamotreto, y que deje a los tres editores de la trama de la novela, Jacopo Belbo, Diotallevi y Casaubon, sumidos en sus esotéricas elucubraciones y a punto de entrar en una “peligrosa aventura”, que por lo menos hasta la página 501 en que yo abandoné el empeño -profundamente aburrido, deprimido y habiendo entendido muy poco- no se veía venir por ninguna parte. Sorry!

Y miren que en el pasado le he hincado el diente a Jocye, a Musil, a Woolf y hasta al igualmente detestado por mí Proust (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2023/09/insoportable-sufrimiento.html). Y ni qué decir del propio Eco con sus El nombre de la rosa y Número Cero, que sin llegar a ser obras maestras de la literatura universal, resultan mucho más tragables que su intragable El péndulo de Foucault.

Eso me pasa por contravenir el consejo número uno de los bibliómanos: si un libro no te está gustando, ¡abandónalo y a lo que sigue! Mucho me hubiese ahorrado en el presente caso.

No lean El péndulo…, y si lo hacen ¡y le entienden!, mis respetos.

miércoles, 26 de febrero de 2025

Héroe de tiempo completo

 - Otra vez tarde, Juanjo -le dijo su esposa-, y enfurruñado como todos los días.

- Es que ya no aguanto, Victoria, te lo juro –repuso Juan José-, un día de éstos exploto y mando la mina al carajo, no soporto ver cómo nos tratan estos gachupines y además para saquear nuestras riquezas. Hoy discutí con uno de los capataces y estuve a punto de liarme a golpes con él por haber humillado a Miguel.

- ¡Qué necio eres! -dijo ella-, y después, ¿qué vamos a hacer? En estos tiempos de revueltas va a ser difícil que encuentres otra cosa.

- Pues me uno a los insurgentes, ésa sería la mejor forma de tomar venganza de los españoles. No te creas, ya lo he pensado.

- ¡Estás loco! -respondió Victoriana enojada, a sabiendas de que su marido hablaba en serio, pues no era ella la primera ni la única a la que ya con anterioridad le había hablado con tanta rabia sobre su proyecto.

- Es más, para demostrarte que lo digo en serio, mañana mismo hablo con quien se ha encargado de reclutar a otros mineros para luchar por nuestra libertad contra esos desgraciados invasores.

- Pues allá tú -terminó su esposa-, pero bien sabes que eso representará nuestra ruina. ¿Qué te tienes tú que preocupar por liberar a nadie cuando ya nuestra propia situación es bastante precaria? -y enfadada se levantó de la mesa, donde ni la merienda comenzaban aún, y salió con prisa del cuarto.

Y no era que le faltara razón al uno ni a la otra, pero, por lo mismo, era difícil llegar a una posición conciliadora que los dejara satisfechos a ambos.

El cura de un pueblo vecino había puesto ya el ejemplo al encabezar a un grupo de revoltosos en contra de los gachupines, arengándolos una madrugada para que lucharan en contra de la opresión secular y a favor de su libertad. Su ejemplo pronto cundió y en muchos de los principales poblados de los alrededores surgieron colaboradores y líderes espontáneos.

Juan José se apersonó con uno de éstos y, sin pensarlo más, dijo que quería colaborar, y con mayor celeridad aún, aceptó su primera encomienda: participar en la toma de la principal fortaleza de los españoles, donde, atrincherados, guardaban víveres, armas y los tesoros saqueados de las minas de la entidad.

A pesar de su juventud, pues recién había cumplido los 18, Juan José ya padecía de los pulmones por el trabajo duro en la mina, por lo que no le importó gran cosa tomar la iniciativa y, adelantándose a cualquier orden, encendió una tea y enseguida, auxiliándose únicamente de su fortaleza, puso sobre su espalda una gran losa que halló entre los escombros.

Inmediatamente despertó la curiosidad y asombro entre sus compañeros, quienes le proporcionaron la brea que él con desesperación solicitaba. Sin duda tenía ya una idea fija en la mente, pero ésta no les quedó clara a los otros insurrectos, hasta que vieron a Juan José arrastrándose con dificultad, con la brea en una mano y la antorcha en la otra, dirigirse hacia la gran puerta de madera que daba acceso a la fortaleza.

Nadie daba crédito a lo que veía, pero no dejaban de admirar el valor de aquel musculoso mozalbete cuya intrepidez superaba toda la de ellos junta.


No bien hubo avanzado Juan José unos cuantos metros cuando se dio cuenta de la locura que estaba cometiendo, pero ello, lejos de desanimarlo, lo alentó, con la idea fija en la cabeza y la emoción hinchiéndole el corazón de ser, él solo, el salvador de la patria.

Sin embargo, justo a la mitad del camino, exhausto, hubiera querido regresar, las piernas le temblaban por el gran esfuerzo y apenas podía sostener la tea y el recipiente con la brea. Para colmo, el calentamiento que sobre la losa producía la metralla del enemigo resultaba ya insoportable para su espalda.

La asfixia empezó también a atosigarlo a causa de sus deteriorados pulmones. Así y todo, un largo rato después, que pareció interminable incluso a los simples espectadores, Juanjo alcanzó, por fin, el ansiado portón.

Como pudo, lo embadurnó de brea y, casi al mismo tiempo, le prendió fuego con la tea. El espectáculo que provocó la llamarada fue impresionante, además de que contagió de un entusiasmo inusitado a sus compañeros que, sin mediar consideración alguna, se abalanzaron sobre la puerta y comenzaron a pasar unos sobre otros y todos sobre Juan José que, rendido, había quedado tirado en el suelo con todo y losa encima.

En el camino hacia la puerta, muchos de los rebeldes cayeron irremisiblemente bajo la metralla enemiga que salía despedida desde la fortaleza, pero ello no obstó para que la turba siguiera avanzando como un monstruo de mil cabezas.

Para Juan José, de improviso, todo aquello resultó incomprensible y grotesco. Había podido liberarse de la losa, pero era incapaz de ponerse en pie pues sentía que las piernas le flaqueaban como a un guiñapo. No oía más que el vocerío de la turbamulta, sin distinguir nada coherente entre lo que se profería.

De repente, empezó a escuchar claramente una voz de mujer... su mujer.

- ¡Juan José, Juan José!... -la escuchó que gritó con desesperación.

Éste se sintió salvado, pues sabía que su mujer era la única que en aquel confuso momento podría hacer algo por él, la única a la que él le interesaba no obstante todas las disputas que hubieran podido tener, a pesar de su terquedad y empecinamiento por unirse a la revuelta.

- ¡Juan José, Juan José!... -volvió a escuchar.

- ¡Aquí, Victoria! ¡Aquí, mi amor! -respondió Juan José con un alivio indescriptible.

- Para como están las cosas en la mina y tú tendido en la cama todavía. De seguro hoy sí llegas tarde y tendrán la excusa ideal para correrte –siguió Victoriana, furiosa, sin prestar atención a lo que aquél decía.

Juan José, aún amodorrado, no alcanzaba a comprender lo que estaba ocurriendo, pero súbitamente empezó a sentir vergüenza, una vergüenza únicamente equiparable a la que los criollos le provocaban en las minas.

Con vergüenza y todo, Juan José de los Reyes Martínez Amaro, El Pípila, como le conocían familiares y amigos, se levantó rápidamente y vistió con presteza sus arreos de trabajo, y se encaminó con premura rumbo a la mina, donde transcurriría otra jornada extenuante de febril actividad para todos los que ahí laboraban.

(N.B. Desenterré de entre los escombros este viejo cuento mío para celebrar que, una vez más, perdí el Premio de Literatura León. Ya son dos décadas. Quién me manda andarme metiendo con sus “héroes”.)

lunes, 17 de febrero de 2025

Los dos amigos

Roberto y Santiago, dos jóvenes poetas en sus veintes, si no es que menos, muy amigos entre sí, chileno el primero y mexicano el otro, vivían intensamente la bohemia de la primera mitad de los 70s del siglo pasado. Les hacía tercera Juan, aún más joven que ellos, pues rondaría apenas los diecisiete, y un grupo compacto de ellos se decían pioneros del movimiento literario real visceralista o realismo visceral o, en suma, viscerrealismo, del que habría que trazar su origen hasta el estridentismo o ya propiamente el realismo de la poetisa de los años 30 Cesárea Tinajero.

A finales de 1975 vivieron éstos toda suerte de aventuras, dentro de las cuales no se descartaban, obviamente, el sexo, las drogas y el alcohol. Es impresionante el conocimiento que tenían los dos amigos del DF: los cafés de Bucareli y aun zonas menos recomendables, como las prostibularias. Fue así como Juan se relacionó amistosamente con Lupe, una meretriz amiga de María, conocida de aquél. Pero el padrote empezó a hostigarla, temeroso de perder su fuente de ingresos, e incluso a perseguirla acompañado de su inseparable guardaespaldas, lo que obliga a Roberto, Santiago, Juan y Lupe a huir, tras la celebración de fin de año de 1975, al norte, a Sonora, en el Impala nuevo del papá de María.

Pero la huída de los dos amigos tiene segundas intenciones, ya que es ahí, en Sonora, donde han logrado ubicar más o menos el paradero de Cesárea Tinajero. Y en efecto, después de trajinar y aventurarse un buen rato, logran hallarla y huir junto con ella, pues los malandros los han encontrado en Sonora después de perseguirlos hasta allá. Cesárea, una mujer vieja y corpulenta, descomunalmente gorda, forcejea con el padrote y su guarura cuando éstos les han dado alcance, disparándose accidentalmente la pistola con la que ellos contaban y dando muerte a Tinajero. En la confusión, los amigos matan a los rufianes con armas blancas, alguna de las cuales era portada por ellos mismos, los malhechores.

Esta es la trama de la novela Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, cuyos héroes son el chileno Arturo Belano y el mexicano Ulises Lima, álter egos del mismo Roberto Bolaño y de Mario Santiago Papasquiaro, respectivamente. La primera parte de la misma transcurre del 2 de noviembre al 31 de diciembre de 1975 y es relatada en primera persona por el otro amigo, Juan García Madero, en forma de diario, conformando la primera parte del libro, y la segunda parte de la historia va del 1 de enero al 15 de febrero de 1976 y queda plasmada en ¡la tercera parte de la novela! Tres meses y medio en total.

¡¿Pero qué coños metió Bolaño en la parte de en medio de la narración?! ¡Pues nada, los testimonios de más de medio centenar de personajes que dan cuenta de las vidas de Bolaño y Papasquiaro, digo, perdón, de Belano y Lima, de 1976 a 1996! Algunos de estos personajes, no muchos, se repiten, como Amadeo Salvatierra, cuyo testimonio fue recogido en enero de 1976, y parte del cual da comienzo a esta serie, y otras partes del mismo se diseminan a lo largo del relato y en la parte final de los testimonios, quizá para hacer coincidir la fecha con el inicio de la tercera parte de la novela. No sé por qué todo esto me hizo recordar a Julio Cortázar.

Estos testimonios conforman 520 páginas de las casi 800 de que consta el libro y constituyen una verdadera delicia, ya que es otro medio centenar de historias entrañables, algunas, muy pocas, de las cuales tienen escaso que ver con nuestros héroes.

Cómo me gustaría escribir como este autor, aun con lo procaz y soez que puede llegar a ser en un momento dado, como muchos otros autores de su generación y de “su onda”. Nada de que escandalizarse.

No en balde The New York Times califica tanto a éste (lugar 36) como a 2666 (¡lugar 6!) como dos de los mejores libros (repito, libros en general, no novelas) en lo que va del siglo XXI ( https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/08/que-hermoso-es-leer.html).

¡Nada más!

Se dice que el realismo visceral encubre al verdadero movimiento de los dos amigos: el infrarrealismo, en contraposición con el surrealismo de André Breton.

De veras, es sorprendente la erudición de Bolaño así como el conocimiento de todos los lugares donde estuvo: España, Francia, Israel, África, pero, sobre todo, mi añorado terruño, el DF. Prácticamente me hizo estar ahí.