Concluyo mis comentarios sobre el libro El emperador de todos los males / Una biografía del cáncer, de Siddhartha Mukherjee. El autor es un acérrimo crítico del tabaco y su preeminencia en el cáncer de pulmón, y así lo muestra a lo largo de varios capítulos de su ensayo. Pone de manifiesto la complicidad entre el Congreso de Estados Unidos y las grandes compañías tabacaleras para eliminar trabas a sus campañas publicitarias y desdeñar otras que ponen de manifiesto los riegos de fumar, necesitados como están los diputados del patrocinio de los empresarios del tabaco para promocionar sus campañas políticas y eternizarse en sus asientos legislativos. No en balde afirma sarcásticamente que el mejor filtro que las tabacaleras han encontrado para sus productos es el del Congreso.
Se sorprende Siddhartha de que la agencia norteamericana para regular alimentos y medicinas (FDA, por sus siglas en inglés) sea exageradamente estricta para regular alimentos que pudieran ser cancerígenos y se muestre permisiva en extremo con un producto probadamente dañino y que se consigue fácilmente en cualquier tienda de la esquina.
Mukherjee no se muestra tan prolijo con el cáncer de próstata, al cual apenas dedica cinco páginas de su obra de 681. Quizá se deba a que muchos ancianos mueren con cáncer de próstata, pero no de cáncer de próstata, aunque señala que este podría derivar en una dolencia verdaderamente grave. Sobre esto ya comenté con amplitud en mi anterior escrito.
El libro es muy generoso en la descripción de métodos curativos y preventivos del cáncer. Los primeros pueden llegar a ser “salvajemente” crueles, como las cirugías radicales y el uso de la quimioterapia, de efectos secundarios tan devastadores, no así los preventivos, como el Papanicolaou y la mastografía, que pueden llegar a evitar esas salvajadas.
El libro abunda sobre la tremenda lucha que la humanidad ha emprendido contra el cáncer a lo largo de los siglos, y sobre aspectos técnicos, un tanto abstrusos, de los diferentes métodos que han ido surgiendo para tratar el mal, como el trasplante de médula ósea, la propia (autógena) o la de alguien más (alógena). No obstante su complejidad, dichos tecnicismos resultan muy enriquecedores.
Pero ¿no será que estamos perdiendo la lucha contra el cáncer? No únicamente por los aterradores casos descritos en el documento, aunque también los hay de éxito y de remisiones de la enfermedad, sino por lo que el autor dice en uno de sus párrafos más sombríos: “A decir verdad y visto que en algunos países la proporción de afectados por el cáncer pasa inexorablemente de uno de cada cuatro habitantes a uno de cada tres, y a uno de cada dos, el cáncer será, en efecto, la nueva normalidad: una inevitabilidad. La cuestión no será a la sazón si hemos de toparnos en nuestra vida con esta enfermedad inmortal, sino cuándo.” Esto, a raíz de su paciente Carla que mencioné la vez pasada y que hizo de las terapias eternas a las que estaba sometida su nueva normalidad.
Han pasado catorce años desde que se publicó esta joya. Los legos esperamos que en el ínter se hayan dado avances prometedores.
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