lunes, 27 de mayo de 2024

Perras católicas

A raíz de mi último escrito salió a colación Farca, mi compañero judío de secundaria en 1964, en el Colegio Cristóbal Colón, hace justo ¡sesenta años! Y no era sólo que el titular de segundo “B”, Jesús Villegas Redondo, quisiera obligarlo a ir a la Basílica de Guadalupe, sino que el titular de otro grupo y profesor nuestro de geografía y ¡civismo!, Celerino Salmerón, seglar fanático recalcitrante de derecha, incurría en francas agresiones a su persona, que no por indirectas resultaban menos deleznables.

Qué necesidad tuvieron los padres de Farca de inscribirlo en una escuela confesional católica y los directivos de ésta, hermanos lasallistas, de aceptarlo, supera mi capacidad de entendimiento. Quizá fuera que la fama del colegio los llevara a afrontar el reto y aceptar las reglas no escritas de mutuo respeto planteadas por ambas partes, pues el muchacho siempre se comportó a la altura durante los momentos de oración que acostumbrábamos entre una clase y otra, de pie, con gesto adusto y brazos cruzados.

Pero esto no bastó para que en una ocasión y sin venir al caso el maestro Celerino, durante su clase de ¡civismo!, derivara su plática hacia el judaísmo y lo tildara, lo menos, de intolerante, y nos sambutiera el rollo de que la ley judía, sin especificar cuál, por supuesto, conminaba a los suyos a no ejercer la prostitución entre ellos, que para eso estaban las perras (literal) gentiles, que profesan otra religión.

El pobre Farca no hallaba dónde meter la cabeza y únicamente la volteaba de un lado a otro para confrontar las miradas que se posaban sobre él, con un “no es cierto” apenas dibujado en sus angustiados labios. Cuando el orate se percató de la inquietud del grupo y sabiendo de la presencia de Farca, se limitó a decir que él se hacía responsable de sus dichos y nos conminó a guardar compostura, cuando su conducta apuntaba a que era Salmerón el único que no lo hacía.

Las dos grandes obras de Celerino Salmerón, que siempre nos presumía, son Las grandes traiciones de Juárez y En defensa de Iturbide, ambas editadas originalmente por Editorial Jus. Las dos compendian el espíritu reaccionario de su autor.

Algunas veces llegó a ser invitado al programa Anatomías de Jorge Saldaña, tan dado al show y la polémica, y para el que Salmerón resultaba un suculento manjar. En alguna de esas ocasiones coincidió con el pintor José Luis Cuevas y éste no salió de su azoro cuando aquél proclamó a voz en cuello que Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca, iba derechito en la resbaladilla del infierno, a propósito de quién sabe qué. Cuevas, enojado, se limitó a preguntar a Saldaña que de dónde sacaba esos especímenes, refiriéndose a Celerino, obviamente, e ignorando totalmente al sinarquista.

Sus dos hijos estudiaban en el mismo colegio al que yo asistía y donde su padre “enseñaba”. Incluso uno de ellos aseguraba que su padre estaba loco de atar.

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