Tengo dos hijos: Caro, de 32 años de edad, y Raúl, de 30. Cuando eran pequeños: Caro, de 7-8 años, y Raúl, de 5-6, solía sentarlos a la mesa de la cocina, uno enfrente de la otra, y yo en el medio, y los sometía a cálculos mentales aritméticos sencillos: sumas, restas y multiplicaciones y divisiones muy simples. Raúl, a su corta edad, respondía correctamente con celeridad y aplomo a cuanto reto lo sometía. Caro, más nerviosa, protagónica y competitiva, se presionaba mucho y erraba algunas veces sus respuestas, que Raúl se apresuraba a corregir. En una de esas ocasiones, el niño se conmovió tanto de ver a Caro sufrir que se apresuró a aconsejar enternecedoramente a su hermanita: “¡No sumes, Caro, piensa!”, lo que provocó una franca carcajada de padre e hija ante tamaña salida.
Era obvio que el niño había logrado desarrollar con el paso del tiempo ciertas técnicas mentales que le permitían responder certera y rápidamente los enigmas del progenitor.
Todo esto viene a colación porque suelo hablar mucho de Carolina y muy poco de Raúl, pero no es de mala fe, sino más bien producto de ese protagonismo al que la hoy respetable dama es muy dada, a diferencia del hoy respetable caballero, mucho más reservado, casi casi rayano en la introversión.
Pero qué va. Raúl, al igual que Caro en el Tec en Arte y Diseño Digital, se graduó de excelencia en Administración de Negocios en la Universidad De La Salle Bajío, muy a pesar del incierto inicio en estos menesteres. Me explico. El día de la inscripción a la carrera dejé a Raúl a las puertas de la prepa y me encaminé a la Universidad no lejos de ahí a consumar dicha inscripción. Cuando recogí al muchacho en la tarde, le mostré los documentos que lo acreditaban como flamante miembro de la carrera en Administración de Negocios. “¡Pero, pá -se sorprendió él-, si te dije que en Negocios Internacionales!”. “¡No mames! -lo atajé yo flemáticamente-, y ahora, ¿qué hacemos?”. “Pues ya ni modo, así le dejamos -se resignó él estoicamente”.
Insisto, así y todo, hizo una carrera envidiable que hoy lo tiene en el corporativo de General Motors en Silao por ya casi tres años, y feliz de la vida.
Pero no sólo eso, sino que, como ya lo adelantaba su precocidad numérica, ha desarrollado una serie de habilidades financieras que ni yo, actuario, soy capaz de seguir, lo que le ha permitido hacerse de su propia casa -obviamente hipotecada- en un tiempo récord, a sus “tiernos” 30. El coche de sus sueños lo damos por descontado, pues cuenta con él desde que trabajaba en el sector bancario, mucho antes de ingresar a la honrosísima GMC.
Por todo esto y mucho más, gracias Raúl, gracias Caro, por haberle dado sentido a mi vida.
Por cierto, creo que Elena piensa lo mismo.
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