El pasado día del padre, mi hija Carolina me regaló un ladrillo de más de mil 100 páginas, que no es otro que la monumental obra Vida y destino del escritor y periodista ruso Vasili Grossman, novela con más de 160 personajes… y todos entran en escena. El editor enlista los nombres de todos estos personajes en la parte final del libro, agrupándolos conforme a la trama que les toca jugar en él.
La obra tiene que ver con los totalitarismos ruso y alemán en el marco de la Segunda Guerra Mundial. Las distintas tramas, en apariencia disconexas, tienen sus puntos de contacto, y se entra y sale de ellas, entremezcladas, a lo largo de las tres partes que conforman el libro.
La parte medular, la columna vertebral, de la novela gira en torno a la entrañable familia Sháposhnikov, y dentro de ésta, el rol principalísimo lo juega el físico nuclear teórico Víktor Pávlovich Shtrum, marido de Liudmila Nikoláyevna Sháposhnikova, hombre inseguro, egoísta, conflictivo y científico de primer orden.
Shtrum resulta tan humano como para haber acaparado todo mi entusiasmo y emoción por la novela, aun sobre las descripciones dramáticas y desgarradoras sobre campos de concentración y cámaras de gases alemanes, y centros de reclusión soviéticos. Lo siento, pero el drama personal, interno, de los individuos es lo que me fascina.
Cuando Shtrum cree que ha fallado en sus investigaciones teóricas pues siente que ha llegado a un punto de atasco en que ni para atrás ni para delante, de repente, una tarde, paseando para pensar en cualquier otra cosa, lo vislumbra todo con una claridad diáfana y entra en éxtasis. Cuando sus compañeros en el instituto y el laboratorio ven puesta en papel su hermosa teoría físico-matemática no pueden menos que admirarlo y compararlo hasta con el mismo Einstein.
Pero esto no es más que el principio de la desgracia de Shtrum, pues esa independencia de pensamiento que lo caracteriza en el terreno científico se extiende también a cuestiones políticas. Y es así como se ha ido un tanto de la lengua en reuniones de amigos deslizando críticas veladas contra el sistema. Pero también ha asumido la férrea defensa de compañeros de trabajo tratados por los jefes con desdén por sus escasas credenciales científicas o, peor aún, por cuestiones raciales.
Llega a tal tensión por estos motivos la relación de trabajo con sus jefes, compañeros de trabajo y amigos que ya no lo son tanto, que hasta en duda ponen todos su otrora hermosa teoría. Shtrum se recluye en su casa con su esposa y su hija, con las que también comienza a tener roces, y entra en rebeldía no acudiendo al instituto ni a las reuniones para las que es citado ex profeso. Shtrum ha sido prácticamente defenestrado y entra en una paranoia total sintiendo que en cualquier momento será encarcelado por el régimen de Stalin, de quien alguna vez dijera que la física se atenía a los principios de la ciencia y no a lo que éste u otros líderes políticos dictaran.
Bajo tal delirio de persecución y aislamiento en que ya ni llamadas telefónicas recibe, cuál no va siendo su sorpresa al recibir una de quien menos lo esperaba, en términos cordiales y deseándole el mayor éxito en su trabajo. Sí, Stalin, bien enterado de lo que las investigaciones de Shtrum pudieran significar en el manejo de la energía nuclear, tomó personalmente el auricular y le deseó la mejor de las suertes.
Resulta ocioso describir la reacción de los “enemigos” de Shtrum cuando la noticia de la llamada se extendió como reguero de pólvora. Volvió no a ser el mismo de antes sino aún más grande. Jefes y compañeros de trabajo con los que antes había tenido serias diferencias y que por lo mismo conocía poco, le parecían ahora gente de lo más normal, con filias y fobias como todos y que se permitían intimar con él. Otras amistades ya no volvieron, pero por lo menos Shtrum les había dejado el ejemplo inquebrantable de sus principios cuando ellas flaquearon.
Sin embargo, Víktor Pávlovich Shtrum fue absorbido por el sistema y quedó adormecido, de tal suerte que cuando fue convocado por los dirigentes del instituto para informarle que en el mundo occidental estaban diciendo cosas terribles contra el país, contra ellos que habían derrotado al fascismo alemán en la heroica Stalingrado, y que era por tanto necesario que firmara una carta de apoyo al régimen desmintiendo a Occidente, dudó.
Dudó, pero al final, y casi maquinalmente, firmó, como quizá lo hubiésemos hecho cualquiera de nosotros, aunque a Víktor le quedó la inquietud de si los que antes se acobardaron dentro del instituto cuando él entró en rebeldía habrían firmado. Y se promete lavar su falta invocando, por un lado, el espíritu de su madre, muerta en reclusión, y, por el otro, un amor platónico, esposa precisamente de uno de esos cobardes y que se había enamorado perdidamente de él.
Esta y otras historias igualmente atractivas y enigmáticas conforman esta novela de muy recomendable lectura.
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