Después de mi aventura proustiana (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2023/09/insoportable-sufrimiento.html), que, por cierto, un lunático me recomendó que no abandonara, pues comoquiera que fuera ya había superado el 58% de la saga En busca del tiempo perdido -como si el exquisito placer de la lectura consistiera en pasar como estúpido páginas y páginas de libros en buena medida incomprensibles y aburridísimos-, y, además, que ¡había guías de lectura sobre cómo aproximarse a Marcel Proust!; después de ello, decía, emprendí la lectura de American Psycho, de Bret Easton Ellis, y comprendí que lo que en realidad me traía enojado y deprimido no eran sólo los problemas de salud por los que ando pasando (cirugías, cánceres, biopsias y demás), sino haber malgastado casi cien días de mi existencia, amén de buenos pesos, en la bazofia de Proust.
Qué diferencia con esta novela de Ellis, espeluznantemente descriptiva y gráfica en los crímenes sexuales y de toda índole que comete su protagonista y narrador en primera persona, el depravado asesino Patrick Bateman, y que me devolvió ese gusto por la lectura que don Marcel se empeñaba en hacerme creer que había perdido, a pesar de su escabroso contenido. ¡Todo fue solo una aterradora pesadilla! Háganme el refabrón cavor: ¡instructivos de lectura para un connotado autor! Lo mismo que con Joyce, a quien Nora, su esposa, conminaba a escribir algo que la gente pudiera entender. Al igual que a Proust, a James Joyce nunca se le otorgó el Nobel de literatura. Como le dije al lunático de marras: el lenguaje es el más maravilloso invento del hombre y debiera ser utilizado para entendernos, no para repelernos.
Patrick Bateman -en sus medianos veintes- es un rico yuppie neoyorquino de finales de los 80 del siglo pasado, vicepresidente, a su corta edad, del conglomerado financiero P&P (Pierce and Pierce), en el que abunda gente banal como él, que parece que “trabajan” más por distracción que por real necesidad. Los crímenes relatados son en verdad atroces y resulta difícil comprender como un autor, Ellis, puede albergar tanto cochambre en su mente -espero que no en su corazón- para verterlo tan descarnadamente, aunque con maestría, en su escritura.
Pareciera que me contradigo, pero no, pues el libro logra de verdad conmover a pesar de, o precisamente por, su sucio contenido. No se me malinterprete: muchos de sus pasajes versan sobre las superficiales actividades de sus personajes, en cuanto a modas, comidas, borracheras, drogas, cultura física, racismo et al. Es impresionante el catálogo de firmas de alta costura que nos receta el autor al describir la indumentaria de sus protagonistas, así como de platillos, bebidas, estupefacientes y lugares para hacer ejercicio o para vacacionar. Contiene un corto capítulo que sale más de la boca del autor que del narrador y que constituye una deliciosa digresión sobre la música de Whitney Houston, a la que somete a un riguroso, suculento y elogioso análisis. Imperdible.
Igualmente, dentro de tanta suciedad, es posible ubicar partes del libro a las que, con buena voluntad, es posible encontrarles una vis poética, pero si ustedes son muy quisquillosos, mejor no lo lean, pues les va a asquear.
Sin embargo, mejor esto que la inane lectura de Proust y adláteres. Yo lo disfruté mucho, pues, a pesar de todo, constituye buena literatura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario