El pasado Día del Padre le pedí a mi hijo que me regalara la “heptalogía” En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, y que consta de las siete novelas Por el camino de Swan, A la sombra de las muchachas en flor, La parte de Guermantes, Sodoma y Gomorra, La prisionera, Albertine desaparece y El tiempo recobrado. Aguanté nada más los tres primeros volúmenes y hasta la página 291 del cuarto. Nunca en mi vida de lector había experimentado tal displacer y frustración con la lectura de una obra, que desmiente cabalmente la afirmación de Marx Arriaga, nuestro flamante director de Materiales Educativos de la SEP, a quien se le imputa la afirmación “Leer por goce, acto de consumo capitalista”. Lo reto a que se sople esta infumable saga de Proust sin quedar más bien asqueado hasta el punto del vómito. Es seguro que don Marx ama entrañablemente a este autor “socialista”.
La trama de la obra es narrada en primera persona por el protagonista de la misma, Marcel, pero esta no consiste más que de la inane ilación de necedades y aburridas escenas en la vida de éste, cuyo clímax se da, paradójicamente, apenas concluida la primera parte del volumen inicial, con la archiconocida y manoseada historia de las magdalenas, esos panecillos que le hacen evocar con nostalgia al narrador tiempos y lugares pasados y entrañables. Tal pareciera que la historia de En busca… empezara y terminara ahí.
La vida en sociedad de nuestro héroe, principalmente en sus relaciones con la nobleza y aristocracia de la época, es deprimente por su vacuidad, pero además, el estilo de Proust resulta insoportable por su prosa embrollada y enrevesada en grado extremo, a tal punto que uno se pierde fácilmente en la “trama” y no sabe ya de qué coños se está hablando.
Pero eso sí, farsantes hocicones se llenan la bocota y proclaman a los cuatro vientos, ah, En busca…, una de las obras más grandes de la literatura universal de todos los tiempos, sin siquiera haberla leído y lamentándose de la terrible injusticia cometida contra Marcel al no habérsele entregado el Nobel de literatura. Por algo habrá sido.
Esta magna obra es de esas que uno está seguro que no la han leído más que el autor y el traductor, pues el que esto escribe aguantó únicamente 1,892 páginas de las 3,258 de que constan los siete volúmenes que la conforman, durante los 94 días que van del Día del Padre a ayer que felizmente abandoné su lectura lleno de júbilo, me cae. Es como comprobar que uno ha sido capaz de liberarse de un vicio.
Lo único que me parece acertadísimo de la historia de Marcel Proust es el título, pues cuando uno se decide a abandonar su lectura no le queda más que ir en busca del tiempo perdido, y cuanto más pronto, mejor.
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