jueves, 14 de abril de 2022

Al este del Edén

Caín, alejándose de la presencia del Señor, habitó la región del Nod, al este del Edén.

Conocí a Calbert y Aaron (Cal y Aron, de cariño), mellizos no idénticos, desde que nacieron, y aun antes quizá: desde su concepción. Hijos de Adam Trask quien, junto con su hermano menor Charles, era originario de Connecticut. Estos, a su vez, eran vástagos de un severo padre que desempeñó oficios administrativos dentro del ejército que le granjearon el respeto y reconocimiento incluso del Presidente. En fin, Adam, aunque mayor que Charles, era completamente dominado y maltratado por su medio hermano. Esta falta de carácter movió tal vez al padre a enrolar a su hijo en el ejército, donde Adam sospechaba que su progenitor malversaba fondos de las fuerzas armadas. Sea de ello lo que fuere, al morir éste les legó a los hijos una gran fortuna: más de cien mil dólares de aquellos de principios del siglo pasado. Siguiendo con sus ideas, Adam insistía en que debían restituir al Estado ese dinero “mal habido”.

Por otro lado, Cathy Ames, una muchachita malévola que desde pequeña dio muestras de una gran perversidad, siendo quizá la culpable del incendio de la casa paterna que provocó la muerte de sus padres, en su descarrío llegó malherida a casa de los Trask. Obviamente, Charles quería deshacerse de ella de inmediato, todo lo contrario de Adam que quedó prendado de ella y con quien casó a espaldas del hermano. Ya entonces tenía el referido Adam la idea de mudarse a California y hacerla en grande por aquellos lares, pues sus escrúpulos con respecto al dinero que les heredó el padre disminuyeron y él siempre había acariciado ese sueño. Seguía cuidando de Cathy como el que más antes de emprender el viaje al oeste. La mujer, tratando de dominar la abierta hostilidad del hermano hacia su persona, hizo que Adam ingiriera los somníferos destinados a ella para poder apersonarse en la alcoba de Charles, quien, sorprendido por su presencia, trató de echarla de su cuarto con la grosería que acostumbraba hacia Cathy, pero ésta se arrimó a su cama, le dijo que se hiciera a un lado y dieron rienda suelta a su lujuria, con la abierta complacencia de Charles, que muy pronto quedaría al este del Edén.

Finalmente, Adam y Cathy emprendieron la marcha, con el desagrado total de ésta, pues, a diferencia de Adam, no era esa la vida que ella imaginaba para sí, advirtiéndole que en cualquier momento lo abandonaría. Su marido tomó a la ligera estas amenazas y comenzó a dar forma a sus sueños en Salinas, que fue el valle al que se mudaron en California, auxiliado por un lugareño, Samuel Hamilton, de origen irlandés mudado al lugar mucho antes que ellos. Poco después, Cathy se puso muy mal, y el médico, que pidió estar a solas con ella, le advirtió que eso que había intentado hacer era abominable, que el aborto era el peor pecado del mundo.

Adam, ajeno a todo esto, de lo único que se enteró cuando el doctor estuvo con él fue que su esposa estaba embarazada, y no paró de dar rienda suelta a su alegría, que lo afianzaba en sus planes de una vida prospera y feliz. Nada más alejado de la realidad, ya que su esposa estuvo a punto de asesinarlo de un escopetazo que le destruyó el hombro, y después de dar a luz a un par de mellizos, huyó de la casa para ejercer formalmente la prostitución, para lo que trocó su nombre por Kate.

Los mellizos fueron traídos al mundo por quien fue su ayo toda la vida, Lee, un chino modelo de sabiduría como pocos, pero a Adam nadie lo sacaba de su profunda depresión tras el abandono de Kate, cuyo paradero era desconocido para todos. Samuel Hamilton y su esposa Liza trataban de que el pusilánime reaccionara de cualquier forma, hasta con una tremenda golpiza que a propósito de nada propinó el viejo Samuel a éste. Pasado cierto tiempo, Hamilton le recriminó a Adam que ni siquiera había bautizado a los chicos, y un buen día llegó con una vieja biblia de Liza y de ella seleccionaron los nombres de Calbert y Aaron para los mellizos, tan disímbolos entre ellos como sus nombres: Aron era un niño hermoso, tranquilo y sensible, todo lo contrario de Cal, cetrino, nervioso y malo, según él mismo. Conocieron por casualidad a una niña, Abra, cuya familia tuvo que hacer una parada de emergencia en casa de los Trask, y desde entonces, siendo todos unos escuincles, ésta se volvió novia de Aron, por supuesto.

Los niños, ya no tan niños, inquirían con frecuencia al padre por su madre, quien les aseguraba que había muerto y estaba sepultada no cerca de ahí. Sin embargo, poco a poco fueron descubriendo la verdad y que Kate trabajaba en un prostíbulo donde se había vuelto la favorita de la dueña, a la que envenenó tiempo después de que ésta le heredara todos sus haberes. Los tres, Adam, Cal y Aron, tuvieron oportunidad de confrontarla en no muy buenos términos, excepto Aron, del que Kate quedó prendada por su hermosura. Poco antes, Charles, de quien habían perdido el rastro, murió y dejó una considerable fortuna a partes iguales para Adam y su esposa, ajeno aquel al rumbo que habían tomado los acontecimientos. Cuando Adam tuvo oportunidad de visitar a su todavía esposa en el prostíbulo, la pérfida le dijo que las criaturas probablemente ni siquiera hijos de él eran y lo del testamento del cuñado lo atribuyó a una burda estratagema con la que ignoraba qué era lo que Adam pretendía. La visita de Cal fue igualmente desafortunada, y la de Aron, llevado por Cal en desquite por el poco amor que su padre sentía por él a diferencia de Aron, ya vimos el efecto que causó a Kate, al grado que poco antes de suicidarse, hastiada de su vida y de su artritis, garrapateó en una hoja de papel que le heredaba todo a su angelical crío.

Sin embargo, el trauma para el pobre Aron fue tal que abandonó todo, novia, estudios universitarios y familia, y se enroló en el ejército mintiendo sobre su edad, pues apenas tenía diecisiete y se requerían dieciocho, y murió en el frente. Esto provocó al padre una pena infinita y cayó en cama víctima de un derrame cerebral que apenas le permitía darse a entender. Cuando Cal acudió ante él presa de un profundo remordimiento a confesar su culpa -que ya también había confesado a Abra diciéndole que era malo, a lo que ésta le respondió que por eso ella lo amaba-, el padre le respondió con mucha dificultad y después de un intento fallido: ¡Timshel!, cuya primera acepción tú dominarás (sobre el pecado), se transforma en hebreo a tú podrás, que deja abierta igualmente la posibilidad a tú no podrás, y con ello, incólume, el bien supremo del hombre: su libertad.

¡Hermosísima novela de John Steinbeck! Por cierto, hijo de Oliva, hija, a su vez, de Samuel Hamilton. 

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