Desde tiempo inmemorial había oído yo hablar del libro El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl, sin entrar en mayores detalles y sin averiguar más allá del título y de la trama general de la obra: la experiencia de un recluso en los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Temía yo el clásico drama desgarrador y estremecedor que conduce al llanto fácil o bien el típico texto de autoayuda que desemboca en otro tipo de llanto: el de la revulsión clínica que generalmente provocan este tipo de escritos.
Pues ni lo uno ni lo otro, y quizá sea este el principal mérito de la obra: ni se le admira por habernos hecho sufrir ni se le desprecia por huera y predecible. O tal vez esto se deba a que más bien sea yo el hombre en busca del sinsentido, en cuyo caso, resulta difícil encontrárselo a maldita la cosa.
No obstante, sería difícil no estar de acuerdo en que mientras el psicoanálisis lo reduce casi todo a nuestras pulsiones sexuales, a lo mejor sería necesario escarbarle a cosas más down to the Earth, como la culminación de la obra inconclusa o el amor por los seres queridos. No en balde, Frankl es el inventor de la logoterapia, que se basa en la búsqueda de sentido a la existencia humana. Y precisamente Viktor, médico, vivió ese tipo de carencias durante su reclusión: por un lado, lejos de su queridísma esposa, cautiva en otro campo, no lejano geográficamente, pero tan inalcanzable como la luna prácticamente, y, por el otro, con la obra científica de su vida, celosamente guardada bajo sus harapos, finalmente destruida y hecha cenizas por sus verdugos, pero que lo llevó a rehacerla y a escribir prolíficamente tras la liberación. Es decir, Frankl cultivó una serie de valores morales que consideraba también prioritarios en la alternativa a las psicoterapias de Freud y Adler. Los tres, considerados los maestros de sus respectivas escuelas en la psicoterapia vienesa.
A fuer de honestidad, quizá me quedé con las ganas de leer un instructivo de cómo ser feliz, a la manera de los textos por los que tanto desprecio manifiesto en el primer párrafo, pero me quedo con lo que Frankl recomienda en su libro, aunque cada día me resulte más difícil encontrarle sentido a la maldita existencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario