No hay nada en este mundo que me produzca mayor aversión y desprecio que el famoso gritito de los mexicanos ¡Ehhh… puto! en un estadio de futbol, pero de ahí a prohibir la manifestación pública de tal pendejada, media una abismal distancia. Por favor, peores cosas que esas inocentadas se profieren en un estadio de futbol, de las cuales la que mejor sale librada no es, por cierto, la mamá del árbitro, a la cual no bajan de puta. ¿Dónde queda la libertad de expresión aun para rebuznar tales imbecilidades? “¡Grito homofóbico!”… mis huevos. Lo que pasa es que estamos viviendo una época peligrosamente extrema de lo políticamente correcto, y ¡ay de aquel que se atreva a llevar las contras!
El estúpido coreo perdió su gracia desde el día siguiente en que la porra del Atlas lo vociferó por primera vez, pero ahí seguimos, dale y duro, ¡qué falta de imaginación, carajo! Recuerdo que cuando era niño y me llevaban al estadio de CU a presenciar los partidos del Atlante contra cualquier otro rival, la porra de dicho equipo entonaba la tierna canción de Cri-cri Lindo pescadito cambiando ligeramente su letra: En el agua claaara que brota en la fueeente… chinguen a su madre todos los denfrenteee, dirigida a la porra rival al otro lado del estadio, y ni quien dijera nada, y así, quincena tras quincena, hasta que la broma cayó (y calló) en desuso.
Para no ir más lejos, la otra noche, durante el partido final de la Liga de Campeones de la Concacaf entre Cruz Azul y Monterrey, el partido se suspendió hasta en dos ocasiones un total de casi veinte minutos por el grito “homofóbico” y el subsecuente “protocolo” para castigarlo, hasta que tomé la decisión de mejor irme a dormir.
Hace ya más de cinco años (junio de 2016) envié la siguiente carta a Reforma: “Ehhh...! Aborrezco el alarido "homofóbico" que vomitan nuestras multitudes en los estadios, pero de ahí a permitir que un organismo corrupto como la FIFA coarte nuestra libertad de expresión, media una gran distancia. Terminaríamos por saturar pasillos y túneles de nuestras arenas deportivas con letreros conminándonos a ser respetuosos y guardar silencio, justo como en iglesias y bibliotecas. ¡Qué ridículo!
“Si no fue Voltaire, poco importa, pero yo rubricaría el "no estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo" que se le achaca.”, y le copié a Sergio Sarmiento, que piensa como yo sobre el particular, y no pudo estar más de acuerdo conmigo: “Buena carta”, me respondió.
Sigo pensando igual que hace un lustro.
¡Mueran los fascistas de la FIFA y la Concacaf!
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