A lo largo de los últimos varios años he
venido engrosando la lista de recipiendarios de estos pergeños hasta reunir a
casi 150, y de verdad no entiendo cómo muchos de ellos se me han “colado”
(entrecomillado, pues a final de cuentas no ha sido otro el “curador” de esta
lista más que yo mismo), como el editor en jefe de la versión digital de la
revista política más longeva y famosa de México, sobrino carnal del consejero
áulico de López Obrador.
Pues bien, en días pasados este individuo me reclamó que le estuviera enviando mis escritos, cosa que nunca me había ocurrido con nadie, después de tantos años, tantas entregas y tantas personas. Me avergonzó terriblemente. Cuántos otros amables lectores no estarán también tentados a mandarme al carajo, me pregunté. Al susodicho lo he de haber incluido porque, en mi infinita vanidad, algunas veces creo estar diciendo cosas trascendentes, qué ingenuo.
“Espero que esté usted muy bien. Agradezco la intención del envío de sus textos pero le pido de la manera más atenta que no me los mandé más ya que tengo el correo saturado de textos de trabajo y yo no le proporcioné mi dirección si (sic, por ni) solicité esos envíos. Saludos cordiales”, me escribió con justa razón, a lo que, con la cola entre las patas, le riposté: “Lamento sinceramente los inconvenientes, le juro que no volverá a saber usted de mí en la vida”, que dio pie a su gozosa contrarréplica: “Le agradezco enormemente”. De acuerdo a lo prometido, ya no dije nada.
Todos estos días le he estado dando vueltas al asunto, pues lo que menos quisiera yo es importunar con mis idioteces a nadie más. Hasta a punto estoy de tirar el arpa y pensar en el “retiro”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario