Después de leer de pasta a pasta el libro No growth without equity? (editado por Santiago Levy y Michael Walton), queda la sensación de haber leído un drama o una tragedia más que una obra didáctica, función ésta que, bromas aparte, queda cabalmente cumplida.
Y es que nada más de enterarse de cómo son manejados los fondos de las Afores, que en los últimos nueve años han dado un rendimiento promedio por debajo del 1% durante dicho periodo, cuando aun el más inexperto inversionista hubiera sido capaz de encontrar tasas muy superiores incluso bajo las circunstancias actuales del mercado financiero; de las condiciones insultantes de privilegio en que se jubilan los trabajadores del IMSS, con 1.3 veces el último salario devengado; y la conclusión a la que llega el autor (Santiago Levy) de que nadie tiene la culpa sino la legislación actual que permite tales despropósitos, donde los ganones son los administradores, como siempre, debido a la obscenidad de las comisiones que cargan; nada más de saber esto, repito, lo único que queda es exigir una reforma profunda de este sistema de pensiones.
Pasar de aquí a las razones por las que los bancos no prestan: quizá sea porque existen múltiples formas alternativas de crédito, llámense éstas banca de desarrollo, mercado de valores, inversión extranjera directa, préstamos internacionales, proveedores comerciales..., lo cierto es que todas estas fuentes de financiamiento van a la baja, según prueba el autor (Stephen Haber) fehacientemente en el capítulo que le corresponde. O quizá sea por desincentivos para prestar después de la tragedia de 94-95, aunque, como muestra el mismo autor, los bonos IPAB representan hoy en día una fracción muy pequeña de los activos bancarios.
O tal vez los bancos no presten porque, como queda demostrado en el libro, las tasas de interés que cobran les dejan una ganancia marginal que difícilmente justificarían el negocio, o probablemente sea, en fin, por la proverbial poca certeza jurídica que caracteriza a México.
Lo cierto es que los bancos no prestan porque, como queda probado en el libro, más que compensan sus pérdidas o ganancias magras con las inmorales comisiones que cobran y que justifican ampliamente su viabilidad.
Y qué decir de las telecomunicaciones, donde se le entregó al señor Slim en charola de plata un monopolio contra el cual nadie pudo entrar legalmente a competir durante un largo y generoso período de seis años, mientras este individuo consolidaba su extraordinario poder económico, político y social. Se demuestra en el libro cómo Telmex ha acudido frecuentemente al odioso instrumento legal del amparo para cansar a sus competidores, a la Cofetel y a la Comisión Federal de Competencia, y para que, con el transcurso del largo tiempo que le lleva a nuestra justicia pronunciarse, las prácticas denunciadas se queden sin materia y sin sustento legal, en un terreno donde los rápidos avances tecnológicos así lo determinan. Amén del encarecimiento de los servicios que un ambiente monopólico de facto necesariamente provoca y contraviniendo todos los compromisos a los que se obligó en este sentido.
Finalmente, de Pemex ya ni hablamos, la prensa ha expresado reiteradamente –hasta el cansancio-, más claro de lo que lo hace Adrián Lajous en la obra, la desgracia en la que se encuentra sumergida la industria petrolera nacional.
El SNTE, la tragedia de la educación, la falta de competencia en todas las áreas, la fragilidad de la democracia y privilegios varios forman buena parte del discurso de Carlos Mayer-Serra.
Desgraciadamente, nada se dice o apenas si se incluye el acrónimo del SME, cuya desaparición tanto se festina estos días. Aun así, todavía queda materia para llenar este libro de casi 450 angustiosas páginas.
martes, 27 de octubre de 2009
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