Si Yuval Noah Harari hubiera publicado su libro Homo Deus en 2021 en vez de 2016 probablemente hubiera cambiado su enfoque radicalmente, pues Donald Trump aún no llegaba al poder y, más importante todavía, la pandemia estaba lejos de hacer su aparición “triunfal” entre nosotros. Y es que el autor repite incansablemente al inicio de su obra que una vez superadas razonablemente las tres lacras -guerra, hambre y peste- que han asolado a la humanidad durante toda la historia, ahora los sapiens buscan afanosamente la eternidad, la felicidad y la divinidad, así como lo leen.
¿Qué opinaría el escritor ahora que esta tragedia se ha abatido sobre nosotros? Tal vez continuaría siendo optimista y afirmaría que la rapidez con que se dio el desarrollo de una vacuna para contenerla es una prueba fehaciente de sus argumentos. Quizá.
Por otro lado, el estudioso pregunta cómo se las ha arreglado el hombre para sobrevivir en un mundo sin sentido en el que Dios ha muerto, ya que no somos más que briznas de polvo en un universo infinito condenadas a la nada eterna, con lo cual no podría estar yo más de acuerdo. Él concluye que el humanismo -en sus tres vertientes: liberal, socialista y evolutivo, de acuerdo a la ideología- es lo que le ha permitido a la humanidad seguir adelante e incluso buscar esa trifecta (eternidad, felicidad, divinidad) a la que se refiere a lo largo de su obra. El liberal no es otro sino al que el imbécil de nuestro cuento se refiere como neoliberal.
Una de las ideas que más me impactó del libro, en su último tercio, en el que el autor dice que se referirá a las partes más sombrías de sus tesis, es la presunta inexistencia del libre albedrío, de la que no se libra ni aun el más sanguinario asesino que comete conscientemente sus crímenes. Dice que esto se podría predecir incluso antes de que aquel los cometa. Para ejemplificarlo pone el caso de una prueba de laboratorio que se realizó a un sujeto al que se le colocó un casco con electrodos sobre la cabeza y sendas palancas en las manos para que las moviera a voluntad. Pues bien, quienes condujeron el experimento fueron capaces de predecir la palanca que el “conejillo de indias” iba a accionar con bastante antelación a que éste lo hubiera hecho. Impresionante.
Pero vaya que es sombría esa última parte del texto de Harari, pues no acierta a opinar en qué pudieran emplear su tiempo esos sapiens con la vida resuelta para no aburrirse, o peor aún, qué harían los que no la tuvieran resuelta para sobrevivir en un mundo en el que la automatización total los hubiera vuelto no solo desempleados, sino inempleables. ¿Para qué la eternidad y cómo la felicidad en circunstancias tales? Sin embargo, porfiamos en ello, y no sólo eso, sino hasta en nuestro empeño por alcanzar la divinidad. Menciona Yuval los ingentes esfuerzos que realizan gigantes como Google, Facebook, Apple y Microsoft para controlar literalmente nuestras vidas mediante algoritmos de todo tipo, aglutinados en una nueva religión que él bautiza como dataísmo, el imperio de los datos, o el Internet de Todas las Cosas, el imbricado mundo en el que esos algoritmos inorgánicos y la automatización nos reducirán, ahora sí, a esas briznas insignificantes que mencionábamos al principio, jugando un papel absolutamente secundario o, tal vez, hasta nulo. Habremos así dado un nuevo paso en la evolución, pasando de los neandertales a los sapiens y, así, al “Homo” Deus.
Harari no juzga, pero señala que esto sería la muerte del humanismo. Yo sí lo califico y digo que resulta terriblemente deleznable, pero, ah, cómo nos llenamos la bocota proclamando ésta como la era de la Inteligencia Artificial, con mayúsculas. Que con su pan se la coman. Y miren que provengo de una compañía tecnológica líder en su campo “no ha mucho tiempo”, Cervantes dixit.
Del mismo autor ya había comentado yo en dos entregas anteriores su sublime Sapiens / De animales a dioses: http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2020/08/sapiens.html y http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2020/09/felicidad-y-futuro.html.
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