jueves, 17 de octubre de 2024

Estuve a un tris de saludar a Einstein

Estudié actuaría en la Facultad de Ciencias de la UNAM, donde tuve como condiscípulos a biólogos, físicos y matemáticos, éstos sí auténticos científicos. ¿Qué demonios hacíamos ahí los actuarios salvo cursar las asignaturas matemáticas junto con ellos? El rechazo a los “mercenarios” de la ciencia se sentía… y se sentía muy feo. Recuerdo que hasta en el pizarrón de anuncios éramos ignorados. Un día leí en él un anuncio que me hizo mucha gracia: “Matemático de buen físico busca bióloga”. Mil veces me he arrepentido de no haber estudiado para matemático. Mi suerte muy probablemente no hubiera cambiado, pero me habría divertido muchísimo más.

Por otro lado, uno tenía la oportunidad de conocer en la facultad a auténticas luminarias, como el doctor en física Marcos Moshinsky, que por lo apuntado arriba, no tuve el privilegio de tenerlo como profesor. Moshinsky se doctoró en la Universidad de Princeton bajo la tutoría del Nobel de Física 1963 Paul Wigner, pero no paró ahí la cosa, pues realizó estudios postdoctorales en el Instituto Henri Poincaré de París, y en 1968 obtuvo el Premio Nacional de Ciencias y Artes e ingresó al Colegio Nacional, máxima institución académica de México.

Yo no dejaba de leer su colaboración semanal todos los sábados en el entonces prestigiadísimo diario Excélsior, en el que no sólo escribía sobre ciencia, sino sobre los más variados tópicos. Recuerdo cómo relataba que sus artículos, antes de enviarlos a la redacción, pasaban por el riguroso escrutinio de su esposa ¡Elena!, que cuando falleció, lo lamentó por partida múltiple, entre otras razones por no contar ya más con tan estricta crítica.

Ahí relató una vez cómo fue su acercamiento inicial con Einstein en Princeton, donde laboraba el sabio de manera permanente. Marcos se puso de acuerdo con un amigo para ir a husmear por la oficina de Albert, que cuando se percató de su presencia los llamó para que se acercaran. Los saludó efusivamente y les preguntó sobre sus proyectos. Recuerda que fueron los diez minutos más emocionantes de su vida, aunque no los únicos, pues más tarde trabajó con él en algunos estudios.

Un día que tuve que ir a consulta al Hospital ABC de la Ciudad de México, coincidí con Moshinsky en el elevador y me atreví a presentarme y a inquirirle que si tal había sido ese primer acercamiento con Albert Einstein. Me lo confirmó, y aunque don Marcos ya bajaba del transporte, me apeé del aparato ahí mismo, a lo que con azoro aquél me preguntó que si no iba yo a otro piso. Sí, no importa, le respondí, únicamente quería pedirle a usted un favor. 

- Apenas nos conocemos y ya me quiere pedir usted un favor- se sorprendió.

- Bueno, apenas me conoce usted a mí, pero yo lo he visto con respeto y admiración durante toda la vida en la Universidad, y no me perdía ninguno de sus artículos en el periódico, como acabo de demostrárselo- le respondí.

- Bien, diga usted, y si está en mi mano poder ayudarlo, así lo haré- señaló con gentileza.

- ¡Precisamente!, está en su mano, permítame estuchársela con el mismo entusiasmo que hizo usted aquella vez con la de Einstein- finalicé.

Los dos reímos de buena gana, nos estrechamos la mano efusivamente y cada quien jaló para su respectiva consulta.

¡Había apretado yo la mano que había hecho lo propio con la de Albert Einstein! Como si lo hubiera hecho yo mismo. ¡Sí!

martes, 15 de octubre de 2024

Dos amigas I, II, III y IV

Así llama genéricamente Amazon, Dos amigas, a la saga de cuatro novelas de Elena Ferrante que dieron origen a la serie televisiva My brilliant friend, que actualmente disfruto junto con mi brillante esposa Elena. Ya llevamos treinta de los treintaicuatro episodios de que consta el drama, pues los cuatro restantes aparecerán en las próximas semanas, razón por la cual compré el último de los cuatro libros, La niña perdida, ya que no podía esperar tanto a que me contaran el final de la historia. Leí éste de un tirón y ello no me impedirá que disfrute los capítulos restantes del mentado culebrón.

Las dos amigas, Lenù (narradora en primera persona) y Lila, y un tercero en discordia, Nino, ex amante de la segunda y concubino de la primera, tejen toda una urdimbre de aventuras, intrigas, traiciones, éxitos, fracasos, venganzas y asesinatos que se dan entre amigos, hermanos, padres, vecinos, compañeros de escuela, esposos, suegros, socios y toda una ralea de personajes napolitanos que giran alrededor de estos personajes principales. Pero no los aburro más, mejor los refiero a los libros, a la serie televisiva y a mis artículos anteriores (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/09/que-decepcion.html y https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/10/paradojico-que-soy.html).

Sólo un par de curiosidades:

En la página 449 de La niña perdida, Lenù se refiere a un artículo agresivo de su entonces ex concubino Nino sobre “una tesis que ya había abrazado en el pasado: el poder judicial debía estar sometido al ejecutivo. Escribía indignado: no es posible que un día los magistrados combatan a quien quiere golpear el corazón del Estado y al día siguiente hagan creer al ciudadano que ese corazón está enfermo y hay que desecharlo. Él se batió para que no lo desecharan. Pasó por los viejos partidos en desmantelamiento desplazándose cada vez más hacia la derecha y en 1994 volvió radiante a sentarse en el Parlamento.” Cualquier semejanza…

Y en la 465, Lenù, hablando de ella misma, afirma: “Ahora era una mujer madura con una fisonomía consolidada. Era eso que la propia Lila, a veces en broma, a veces en serio, había repetido a menudo: Elena Greco, la amiga estupenda de Raffaella Cerullo (Lila).” O sea que me equivoqué en mi escrito anterior, ya que quien da título a la obra es la propia Lenù. 

sábado, 12 de octubre de 2024

Fin de la pesadilla

Tres factores me avergonzaron e hicieron que me percatara que lo que digo en (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/10/paradojico-que-soy.html) no es cosa menor:

En primer lugar, el sacrificio de Elena, que durante todo este tiempo estuvo apoyándome incondicionalmente, al punto de dar la apariencia de ser ella quien padeciera el mal, yendo de arriba para abajo conmigo adonde tuviera yo que ir para combatir este horrendo mal. No se despegó ni se ha despegado de mi lado un solo segundo durante estos aciagos tiempos. Ella es la única responsable de que el mal haya remitido.

En segundo lugar, y algo muy relacionado con mi esposa misma, fue el conmovedor mensaje que su amiga Adri me hizo llegar tan pronto se hubo enterado de la gran noticia, y que transcribo en parte a continuación: Buenos días mi paradójico amigo. Independientemente de lo que pienses, veo que hay motivos de sobra para felicitarte y por supuesto, el primero es el cero. Debo decirte y no es algo que ignores, que es un logro que no muchos pueden presumir, de manera que va un abrazo con toda mi felicidad, mi admiración, respeto y cariño por ese amigable cero.

“La segunda cuestión para felicitare serán esos 75, y de la misma manera te recuerdo que no todos pueden presumir tres cuartos de siglo en las condiciones maravillosas que tú estás, así que va otro abrazo (un poco anticipado) por esos tres cuartos.”

Y por último, la visita de control que hicimos (me acompañó Elena, por supuesto) ayer al IMSS y durante la cual el médico de turno nos dijo que podía suspender los “venenos” con que hasta ayer me habían mantenido vivo, las “tenebrosas” bicalutamida y goserelina, y someterme ya nada más a un chequeo del antígeno cada tres meses.

Y por supuesto, todos los demás apoyos que me hicieron llegar durante la enfermedad Caro, Raúl, Juani, Sonia, mi hermana La Gorda, mis suegros, Paty, Moreyra, Mary Tere, Betty y tantos más que involuntaria y muy seguramente estaré omitiendo ahora. ¡Perdón!

La emoción que me embarga desde ayer me hace ser injusto. 

martes, 8 de octubre de 2024

Paradójico que soy

Mis ganas de vivir no se han incrementado un carajo, y sin embargo, acabo de derrotar contundentemente al cáncer de próstata que padecía, al llevar el nivel de antígeno en mi sangre al anhelado cero (0.02), con todos los sacrificios durante más de un año que ello representó. Quizá el enorme gusto que esto significa para mí se deba, como apunté en un escrito anterior (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/06/magno-incendio.html), a que lo tomé como un juego, una apuesta: va mi resto por el cero. Sí, un gusto aun mayor que el de la superación de la enfermedad misma. Lo malo es que ahora, debido a los indeseables efectos secundarios provocados por el tratamiento, no sé a quién mostrarle los resultados de mis análisis clínicos, si al urólogo o a mi ginecólogo. Creo que optaré  por el primero.

Todo lo anterior ocurre a dos martes de mis bodas de platino (cumplo setenta y cinco años el 22 de octubre, o lo que es lo mismo, tres cuartos de siglo), así que lo tomaré como un buen augurio, a pesar de mi proverbial pesimismo. Como quiera que sea, ya no ha de faltar mucho.

Lo de paradójico está relacionado también con lo que dije aquí hace un par de semanas a propósito del libro de Elena Ferrante La amiga estupenda, y que yo prefiero llamar My brilliant friend por razones que quedarán claras y satisfarán a todos en el siguiente párrafo (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/09/que-decepcion.html).

Lo dicho en ese escrito llevó a otra Elena, mi esposa, a invitarme a ver la serie televisiva en cuatro temporadas (una por cada libro escrito por Ferrante sobre el mismo tópico: toda una saga) intitulada no en italiano, su idioma original, sino en inglés como arriba digo, pero parlada en italiano y con subtítulos en español. Los títulos de los tres libros restantes no vienen al caso, habida cuenta de que el primero bautiza a la serie completa, y ya los mencioné en el antedicho escrito.

¡Ah, qué clavada me di! Nos aventamos en jornadas maratónicas los veinticuatro capítulos de que consta el culebrón en sus tres primeras temporadas (ocho por cada una) y comenzamos ya con la cuarta, compuesta por ¡diez! Pero no para ahí la cosa, pues Elena y Caro ya se habían echado dichas temporadas durante la pandemia, lo cual no obstó para que mi mujer quisiera rememorarlas ahora.

Desgraciadamente, la cuarta apenas comenzó a aparecer el martes 10 de septiembre de 2024 y se liberará un capítulo por semana, lo que llevará a su conclusión hasta el martes 12 de noviembre. ¡No me puedo aguantar tanto!, por lo que tomé ya cartas en el asunto y compré el libro correspondiente a esta temporada (La niña perdida) y lo estoy devorando como si en ello me fuera la vida. Ya con más calma, iré disfrutando cada episodio televisivo conforme se libere, no importa que en este momento cometa el feo crimen de spoiling conmigo mismo.

Para no repetirme, los remito a mi anterior artículo y tan sólo agregaría que las protagonistas han seguido creciendo y conservan su “amistad” incólume, aunque matizada por amargos desencuentros y más o menos felices reencuentros… y vuelta a empezar. Es un tremendo drama que involucra a las decenas, si no es que centenas, de personajes que circulan por las novelas, y cuyo desenlace no puedo anticipar toda vez que actualmente, como dije, devoro el cuarto volumen. Las protagonistas principales nacieron, ambas, en 1944, y la acción se remonta hasta el 2010, cuando quien narra, Elena (¡otra Elena!) Greco, cuenta 66 años de edad. Así que ya imaginarán el complicado contexto histórico de la Italia de esos años. Esta Elena no puede dejar de referirse continuamente a Su amiga brillante, Lila, más inteligente, malévola y hábil que ella, a pesar de que fue Greco quien destacó en el mundo académico e intelectual con la publicación de sus libros. Lila nunca abandonó el ambiente rupestre en que ambas se desarrollaron durante su infancia, juventud y adultez temprana, aunque triunfó clamorosamente en el mundo de los negocios en su natal Nápoles.

Si pueden, no dejen de ver esta soberbia y ostentosa producción televisiva, no se arrepentirán.

Prometo un artículo posterior y, mientras tanto, celebro mi triunfo sobre el cáncer -o, como lo llama Siddhartha Mukherjee, el emperador de todos los males- y mis bodas de platino.

martes, 1 de octubre de 2024

Inconcebible emergencia editorial

Hace poco más de un cuarto de siglo me matriculé en un curso de literatura contemporánea que impartía en la Universidad Iberoamericana campus Santa Fe en la Ciudad de México el insigne crítico literario mexicano Christopher Domínguez Michel, miembro del Colegio Nacional desde 2017, la más prestigiosa institución académica del país. El grupo lo conformábamos dos varones y varias damas, completando casi la veintena entrambos.

Una de las tareas que el profesor Domínguez encomendó a sus alumnos fue la lectura de la magna obra del ilustre escritor y filósofo austriaco Hermann Broch -injustamente privado del Nobel de literatura- La muerte de Virgilio, sin haberse cerciorado previamente, ni tenía por qué, de que las librerías lo tuvieran en existencia. Resultó penoso el deambular de veinte diletantes por todas las librerías de México en busca de tan preciada joya. Obviamente, los seminaristas visitamos, todos, las mismas librerías, de prestigio y modestas, por lo que cundió la alarma en la industria editorial mexicana de que el indisponible libro estaba teniendo una demanda inusual y urgía sacarlo de bodegas, si es que ahí se encontraba, y si no, pedirlo a las editoriales.

Al final, todas las librerías de la capital se atiborraron de copias de la famosa novela de Broch, y ninguno de los alumnos del maestro Christopher se quedó sin su respectivo ejemplar, pero yo creo que las librerías se quedaron con varios más y han de haber batallado para moverlos, pues su lectura es muy difícil, ya que trata de la agonía del gran poeta Virgilio: sus últimas dieciocho horas de vida, con todo lo onírico, alegórico y filosófico que un relato así pueda tener. Yo lo leí y recuerdo que lo disfruté mucho, pero a más de un cuarto de siglo de distancia, queda poco en mi memoria. Habrá que releerlo. Domínguez Michel, por su lado, disfrutaba mucho al recordar la manera en que sus estudiantes habían podido desquiciar de tal forma el mercado del libro en México.

Todo esto viene a cuento porque acabo de leer Los inocentes, también del antedicho Broch, una novela de entreguerras conformada por varios relatos y textos poéticos, y un sesudo prólogo de Lluís Izquierdo, académico catalán. En el libro se entremezclan, en los diversos relatos, los mismos personajes, lo que le imprime un carácter de unidad. La acción transcurre en una pequeña ciudad alemana en tiempos en que la amenaza del nazismo se cernía sobre la humanidad, por ello, quizá, el tono un tanto lúgubre de la escritura, pero ciertamente disfrutable.

Pero volviendo al tema del seminario, no se imaginan el escándalo que se armó cuando me atreví a sugerir que Televisa había tenido mucho que ver en el otorgamiento del Nobel de literatura a Octavio Paz, habida cuenta de que Christopher fue siempre un miembro distinguido del grupo del exquisito poeta, junto con Enrique Krauze, Guillermo Sheridan, Gabriel Zaid y otras luminarias por el estilo. Mi atrevimiento bastó para que el susodicho Domínguez tildara mi osadía, sin referirse a mí directamente, de infamia inaceptable. A lo que yo riposté para mis adentros: la verdad no peca, pero incomoda.

No mucho tiempo después, en junio de 1999, publiqué una carta en Letras Libres, bastión de este grupo, donde objetivamente señalaba los vicios de esta “mafia”, sin dejar de reconocer sus indudables méritos, y reconozco que ellos tuvieron el valor de publicarla, y hasta me incluyeron en el apartado de Nuestros Autores de dicha revista. A continuación, el texto íntegro de la carta:

De mafias buenas y mafias malas

Sr. director:

Bien dice el dicho: no hagas cosas buenas que parezcan malas. Primero fue Sheridan, el domingo 18 de abril, en el suplemento cultural El Ángel del periódico Reforma, con una despiadada crítica contra los "puros", para utilizar sus mismos términos. Por supuesto, este calificativo lo dirige a todos aquellos que osan atacar a los "impuros", es decir, Paz, Krauze, sus proyectos culturales Vuelta y Letras Libres, y todos aquellos que estrechamente colaboraron o colaboran con ellos en estas aventuras literarias.

Ahora son Christopher Domínguez Michael y Sergio González Rodríguez en el número cinco de Letras Libres en la "sección del lector", como reza el pie de página de Cartas sobre la Mesa. No deja de llamar la atención que dos de estos tres personajes sean miembros del consejo editorial de Letras Libres, y el otro, junto con Domínguez nuevamente, lo sea del de El Ángel. Por cierto, el único otro colaborador "espontáneo" de Cartas sobre la Mesa este mes es Aurelio Asiain, conspicuo miembro, también, del consejo editorial de Letras Libres. Todos ellos, pues, del equipo de "impuros" en cuya defensa irrumpe Sheridan.

La crítica de González Rodríguez contra Carlos Fuentes me parece particularmente desagradable por hacerla con la lisonja de por medio y mordiendo el rebozo. Pudo evitarse toda esa verborrea e ir directamente a las dos o tres líneas críticas rescatables de su extenso escrito. Esto me motivó a releer el artículo de Krauze sobre Fuentes en el ejemplar de Vuelta que conservo de junio de 1988. Concluyo que lo que me molesta es ese bloque tan sólido que ustedes forman contra todo intento de crítica que no provenga del grupo mismo, y la forma tan despiadada con la que arremeten contra todo lo que se mueva afuera. Creo que ustedes son los realmente refractarios a la crítica. Todavía recuerdo cómo fui indirectamente tildado de infame por Christopher Domínguez Michael cuando me atreví a sugerir, durante un curso de literatura contemporánea que impartía él en la Ibero, que Televisa había influido para que le otorgaran el Nobel a Octavio Paz, con todas las señoras que componían el resto del grupo apoyando frenéticamente a Domínguez.

No obstante todo lo anterior, y a pesar de que González Rodríguez no me gusta, disfruto enormemente los escritos de Sheridan en la revista, devoro los ensayos y análisis de Krauze, aun cuando no comparta muchas veces su opinión, y un par de clases que recibí de Domínguez Michael en la Ibero me parecieron soberbias. Parafraseando al propio Krauze cuando trata de explicar su relación con Televisa, creo que es posible intentar cambiar al sistema desde el interior del sistema mismo. Eso es lo que intento con la publicación de estos inocuos comentarios en "nuestro" espacio dentro de su revista.