Es curioso, cuando me pongo a comparar los veinte años que pasé en IBM con el mismo tiempo que llevo aquí en León, los primeros me parecen eternos de tan enriquecedores que resultaron, a diferencia de los segundos que, de tan inanes, se me han ido como un suspiro. Serio, me siento tan desarraigado en el Bajío como si hubiera llegado apenas ayer, lo cual habla muy mal de mí, pues creo que he perdido el tiempo miserablemente.
Elena, en cambio, con los dieciséis años de su tienda Zúrich en Plaza Galerías Las Torres ha hecho de ésta una referencia citadina a la que han acudido connotados políticos, funcionarios y estrellas de deportes como el futbol, los clavados y el alpinismo. Vamos, hasta el señor gobernador del estado ha sido un cliente cotidiano suyo. Pero éste es un logro exclusivo de ella en el que yo muy poco he tenido que ver.
Volvamos a lo mío: los logros, broncas y vivencias en esa empresa sin par fueron tan épicos que todavía en la actualidad sueño cada tercera noche con ella, sin exagerar. De nuevo: ¿dónde se fueron estos otros veinte años en León que no haya sido en pergeñar estas estupideces?
Pide al tiempo que vuelva, pero no para recuperar el perdido aquí, sino para remembrar la gloria vivida allá, con sus viajes, pleitos, éxitos, asignaciones internacionales, ignominiosos despidos y demás. Baste decir que los dos años más felices de mi vida transcurrieron en Raleigh, Carolina del Norte, cuando la compañía me transfirió temporalmente allá, donde nació mi adorada Caro y Elena dio muestras de una entereza tal a sus apenas veinticinco años de edad que me impulsó a mí a triunfar clamorosamente ahí.
En fin, ahora sí que simplemente no es lo mismo Los tres mosqueteros que Veinte años después: la vitalidad que se tiene a los 25-45 que el desencanto que se comienza a fraguar a los 54-74.
¡Pusilánime cabrón!
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