A lo largo de mi vida he acudido al siquiatra no menos de una docena de veces. Las más, de entrada por salida, es decir, consulta, prescripción de medicamentos y el olvido. Otras pocas con no más de tres o cuatro visitas, y una más, de las últimas, con un viejillo que se quedaba dormido en medio de las sesiones o se disculpaba para ir al baño, y al que no le aguanté más de cinco.
Quizá mi escepticismo provenga desde que debuté en estos menesteres hace medio siglo en una terapia grupal con la doctora Adela Jinich y donde permanecí nueve meses, sólo para recibir de ella el día que me despedí un desalentador insulto: “Pero no te desatiendas, porque estás muy jodido”, contraviniendo toda deontología médica y la más elemental sensibilidad, que quedó superada con creces por lo que escribí hace más de tres lustros (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2008/01/beber-la-cicuta.html). Quizá lo que más le dolió a Jinich de mi partida fue la pérdida de la paga, más que el estancamiento de mi salud mental, del que en buena parte era ella responsable después tan largo proceso.
Mejor una entidad ajena me ayudó a salir del bache en el que había caído, pues lo que me llevó a esa terapia fue una serie de tropiezos profesionales en fila que había estado padeciendo: como empleado de Teléfonos de México no duré ni tres meses, para de ahí unirme a un consultor independiente al que no le aguanté ni mes y medio, de donde partí para la Secretaría de Hacienda a calentar el asiento ¡únicamente cuatro semanas!, pues fui elegido por IBM entre varias centenas de candidatos para conformar un grupo de diecinueve becarios que estaríamos en entrenamiento por un semestre, justo cuando yo estaba en plena terapia grupal.
Pues bien, a las dos semanas ya estaba yo harto del ambiente de competencia que se respiraba en el grupo, además de que la empresa ya les había indicado a algunos de sus miembros que eso no era lo suyo y que deberían abandonar su empeño, lo que me llevó a mí a comunicarles a mis compañeros de terapia que renunciaría a la beca, sin esperar de ellos ni de Adela ningún consejo, como de hecho ocurrió.
Sin embargo, cuando le informé al responsable de los becarios que renunciaba pues “eso no era lo mío”, utilizando las mismas palabras que ellos habían usado para “correr” a otros, el coordinador me llamó a solas y me preguntó que si de nada me había servido el documental de Vince Lombardi (entrenador en jefe de los Green Bay Packers) del “segundo esfuerzo” que nos habían proyectado días antes, que me diera esa oportunidad y realizara ese segundo esfuerzo para hacer carrera en la compañía. En ese momento me di cuenta de que existía la consigna de la empresa para presionar a algunos a que se fueran y para retener a otros y que continuáramos, pero además fui consciente de lo pequeño que era ante las adversidades y, avergonzado, tomé mis cosas y regresé al salón de clases. Permanecí en IBM los siguientes veinte años.
Nunca le agradecí lo suficiente a ese ángel de la guarda lo que hizo por mí, a diferencia del mundo de la siquiatría, capaz de sumirte en un pozo aún más oscuro que en el que ya te encontrabas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario