Leo a Macario Schettino, columnista mexicano, desde hace muchos años, primero en El Universal y ahora en El Financiero. Recuerdo con especial gusto sus colaboraciones en el primero todos los lunes, martes y jueves, dedicando el primero de estos días a comentar temas políticos con una solvencia y mesura enriquecedoras, y los martes y jueves a su fuerte: la economía, las finanzas y los negocios, con las mismas virtudes. Tenía incluso un blog donde complementaba, para quien quisiera seguirlo, los tópicos tratados en sus columnas. Lo disfrutaba tanto que lamenté de veras cuando anunció que El Universal había decidido prescindir de sus servicios, algo incomprensible por la gran pérdida que representaba.
Pero me tranquilicé cuando me comentó que se incorporaba a El Financiero, donde colaboraría ¡diariamente! Sus colaboraciones ahí, más cortas, siguieron haciendo gala de su vasta capacidad intelectual y resultaban igualmente disfrutables, aunque pronto hubo de terciarlas (lunes, miércoles y viernes) por tener otros proyectos en mente, como la escritura de algún libro.
Desgraciadamente, de unos meses a la fecha se ha vuelto monotemático, y emplea su columna para denostar, un día sí y otro también, a López Obrador, con un odio visceral digno de mejor causa, aunque lejos esté yo de negar la compartición de este desprecio, pues vaya que el sujeto se lo merece, tipo ruin, mezquino e ignorante. Y miren que he de confesar que, hastiado de los regímenes corruptos e impresentables de partidos de cuyos nombres no quiero acordarme, voté ciegamente por este embrión de tirano y su partido, algo de lo que no me arrepentiré lo suficiente mientras viva. Puedo alegar en mi descarga que otros treinta millones de mexicanos estábamos igualmente hartos.
Sin embargo, Schettino y millones más de mexicanos pareciéramos no darnos cuenta de que la elección del 2 de junio ya está ganada, y que el Gran Imbécil de Palacio, que no su títere o marioneta, arrasará en los sufragios con todo el respaldo popular que arrastra. Tres meses son un tiempo harto insuficiente para darle vuelta a la tortilla, sobre todo con una contrincante que no levanta muchas simpatías y que defraudó todas las expectativas depositadas en ella después de que le dieran con la puerta de Palacio en las narices hace ya bastantes ayeres.
Insisto, solamente los ciegos no querrán darse cuenta de que esta elección de Estado está ya decidida y sin necesidad de un fraude electoral descarado, para desgracia del país todo. Y no, no soy un pusilánime derrotista, sino un cínico realista.
Lo siento.
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