Después de muchísimos años hice realidad mi sueño: releer La Ilíada, del divino Homero. Mantenía yo en estado latente toda la información adquirida durante mi primera y única lectura, pero descubrí que esta era más actual que nunca y que, como cuando era un odioso machetero en la escuela, dicha relectura no constituyó más que un delicioso repaso de algo memorizado a cabalidad.
Diez años les tomó a los argivos, aqueos, aquivos, dánaos… a los griegos, pues, llegar a las inmediaciones de Troya, ciudad de los dardanios, teucros o simplemente troyanos, a quienes combatieron por otros diez años, de los cuales La Ilíada es testimonio únicamente de los finales 51 días de feroz combate, y otros diez años le tomó al griego Ulises u Odiseo, uno de los tantos héroes de la obra, regresar a Ítaca para reunirse con su amada y fiel Penélope, historia que queda plasmada en la otra inmortal obra de Homero, La Odisea.
Dice Alfonso Reyes en el monumental prólogo de la edición Sepan cuántos… de Porrúa que en La Ilíada Homero habla de una época tan lejana como para nosotros lo sería hoy La Conquista. Por cierto, la traducción del catalán Luis Segala y Estalella es una versión directa y literal del griego, se establece en la portada del libro. ¡Mejor que mejor!
Como la primera vez, me identifiqué mucho con la cólera de Aquiles, quien no pudiendo tolerar que el jefe de los aqueos, Agamenón, le quitara a Briseida, que formaba parte del botín de una batalla en que ambos griegos habían participado, llega al extremo de solicitarle a su madre, la diosa Tetis, que engendró a Aquiles del mortal Peleo, que acuda al máximo dios, Júpiter, y, abrazándolo de las rodillas, le suplique que favorezca a los teucros, sus enemigos, en su batalla contra su propia gente, los aqueos, mientras él permanece inactivo en la liza. Un prototípico caso de hubris. Pero la muerte de su mejor amigo y querido compañero Patroclo, lo hace recapacitar e incorporarse a la guerra para vengar su muerte a manos del comandante máximo de los troyanos, Héctor, a quien a su vez Aquiles da muerte y arrastra su cadáver detrás de su carro para deshonra de toda Troya, consumando así un desquite redondo y como preámbulo a la caída final de la ciudad. Por cierto, en estas luchas el dios Poseidón impide que Aquiles dé muerte a Eneas, permitiendo así que Virgilio pueda cantar sus glorias en una epopeya posterior, La Eneida.
Todo lo anterior dentro de un cuadro de pasiones que nos muestra que el género humano siempre ha sido el mismo, sea cierta o no esta historia de la antigüedad. Baste decir que esta epopeya se originó por el rapto de Helena, esposa legítima de Menelao, el aqueo hermano menor de Agamenón, por parte del bello Paris Alejandro, el teucro hermano, también menor, de Héctor y, ambos, hijos de Príamo y Hécuba.
Ya fuera de la historia, el fin de Agamenón fue trágico, con la esposa Clitemnestra poniéndole el cuerno con Egisto, primo de ella, y llevándolo, ambos, a la muerte mediante un asesinato cuidadosamente planeado.
Todo lo anterior me llevó a escribir hace años un pequeño texto que inmodesta y rimbombantemente intitulé Árbol genealógico de la mitología griega (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2008/04/rbol-genealgico-de-la-mitologa-griega.html). Se los recomiendo ampliamente.
Y ahora, a disfrutar de La Odisea, que ya les estaré comentando de igual forma en este espacio, preferido de nadie.
2 comentarios:
Si es mi preferido, saludos
Me encantaría saber quién eres.
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