sábado, 14 de diciembre de 2024

Caín

El día de mi cumpleaños le pedí a mi hijo Raúl que me obsequiara la tan anhelada por mí guía de lectura 1001 libros que hay que leer antes de morir, editada por Peter Boxall y José-Carlos Mainer (Grijalbo, 2016), y que me ha permitido avanzar aún con más celeridad en lo que constituye una de las grandes pasiones de mi vida.

Fue así como ataqué, en rápida sucesión, De ratones y hombres, de John Steinbeck, Nobel de Literatura en 1962; Un héroe de nuestro tiempo, de Mijíl Lérmantov, y Caín, de José Saramago, Nobel en 1998.

De las tres novelas, me quedo con la esplendorosa Caín, de Saramago. Qué descaro, irreverencia, erudición y hermosura para abordar los temas bíblicos teniendo como personaje central a Caín, al cual mueve el autor arbitrariamente de una época a otra, llevándolo del presente al pasado, al futuro y de vuelta al presente, haciéndolo partícipe y testigo de cuanto acontecimiento bíblico pueda imaginar el lector, empezando, obviamente, con la trágica historia del propio Caín.

Las continuas maldiciones de Caín contra dios (así, con minúscula), y hasta un puñado de disputas personales entre ambos, son memorables. Quienes hemos cuestionado la mayor parte de nuestras vidas el embrutecimiento que pueden llegar a producir las cuestiones religiosas y las creencias en seres divinos y sobrenaturales -pero a final de cuentas belicosos, injustos y vengativos-, obtenemos aquí una legítima retribución.

¡Bravo por Caín! Y no digo más, lean le novela.

Por otro lado, el libro de Steinbeck relata la historia de dos jornaleros, Geoge y Lennie, que llegan a emplearse de manera temporal a la propiedad de un patrón, pero su sueño de vida es llegar a tener la suya y trabajarla con denuedo. George es el guía y protector de Lennie, individuo éste de tamaño descomunal y con una fortaleza increíble, pero retrasado mental; por lo mismo, ajeno a toda maldad, y devoto y fiel seguidor de George. Circunstancias fortuitas llevan a Lennie a literalmente aplastar a la pareja del hijo del patrón, producto de la angustia provocada por la idiotez del individuo más que por alguna otra razón. El inesperado y triste final del relato deja frío al lector.

Finalmente, la novela de Lérmantov es la historia de Pechorin, un oficial del ejército, quien a través de su diario, que por casualidad cae en las manos del narrador anónimo del relato que nos lo da a conocer a nosotros, sus lectores, da cuenta de episodios dramáticos de su existencia, entre los que destaca su batida a duelo con un contrincante al que deja deshecho, no tanto por el disparo mortal como por la caída de éste a un despeñadero, y una disquisición final sobre la predestinación que no tiene desperdicio, pues la ejemplifica con la trágica muerte de un conocido, y con la cual concluye la novela.

Tres libros de muy recomendable lectura.

miércoles, 11 de diciembre de 2024

¡Qué huevos!

Perdón que me repita, pero la temporada lo reclama:

El crudelísimo invierno de 1983-84 fui asignado por IBM de México, donde trabajaba, al centro de soporte que la corporación tenía en Boëblingen, Alemania, cerca de Stuttgart, durante tres meses (diciembre a febrero). Las fiestas navideñas iniciaron el viernes 23, después del horario de oficina, y terminaron el lunes 26, pues la empresa en aquel país acostumbraba dar el día siguiente a la Navidad.

Los momios no me favorecían, ya que al no ser yo europeo, como la mayoría de los compañeros que ahí tenía y que podían regresar a sus países de origen cada dos semanas, no debía ausentarme del lugar sino hasta el fin de mi asignación, o bien los fines de semana o días feriados con el compromiso de regresar a la oficina al día hábil siguiente, de tal suerte que aquel viernes 23 en la tarde-noche fue de condolencias para mí por parte de todos mis colegas porque iba a permanecer solo, si así lo decidía, tres largos días en el pueblecito de Schönaich, donde residíamos. Yo no me sentía triste, pues pensaba tomar el coche que nos asignaban para nuestro desplazamiento e ir a Berna, Suiza, muy de mañana el sábado 24, sin embargo, un oriundo se me acercó y me dijo que tuviera valor y que tratara de pasármela lo mejor posible.

Para cuando regresé al acogedor hotel administrado por una simpática familia ese mismo viernes en la noche, ya todos mis compañeros habían literalmente emprendido el vuelo y el administrador me entregó las llaves del acceso principal del recinto diciéndome que también ellos abandonaban el pueblo y que me quedaría solo en el lugar, rogándome que me asegurara, únicamente por precaución, de cerrar bien la puerta. Tragué saliva con dificultad y tomé las llaves deseándoles felices fiestas.

Según lo planeado, emprendí la marcha al día siguiente y me encaminé a mi destino a través de Zúrich y Lucerna, pero para cuando llegué a Berna la noche ya era cerrada, a pesar de ser solamente las 6 y media de la tarde, y con un hambre voraz, pues no me había detenido para nada en el camino, excepto para poner gasolina. Obviamente, la mayoría de los negocios ya había cerrado, no así una pequeña fonda que apenas había iniciado el proceso, pero cuando quise ingresar, me topé con la puerta de cristal en las narices y una empleada enternecida que sólo me miraba cómo rasguñaba yo con una mano el vidrio como un perrillo que pide clemencia. La dama, visiblemente conmovida, me abrió y me puso en la mano una carta enmicada de la que seleccioné con el dedo lo primero que se me ocurrió.

Unos minutos después me fueron presentados un par de huevos fritos sobre sendas rebanadas de pan bimbo. ¡Qué huevos! Juro por mi madre que ha sido el más suculento manjar que haya probado nunca, de veras.

Terminada mi opípara cena, a buscar hotel. Conseguí uno buscando en el tablero que para tal propósito suelen tener en las estaciones de tren, no lejos de ahí. ¡Y a disfrutar la maravillosa ciudad! Pero cómo, con una noche tan oscura y con un frío que literalmente cortaba el rostro. Apenas recorridas unas cuantas calles, decidí, mejor, regresar al hotel, donde la familia que lo administraba y que ahí celebraba la Nochebuena se me quedó mirando de lo más extrañada y hasta temerosa mientras me dirigía a mi habitación ascendiendo las escaleras. Me deseé una Feliz Navidad y me acurruqué en la cama justo a las ¡nueve y media de la noche!

Pero al día siguiente, domingo 25, después del magnífico desayuno que suelen disponer en esos hoteles, a base de quesos, embutidos, pan fresquecito y crujiente, jugos, mermeladas, mantequilla y el mejor expreso del mundo, entré en euforia y, ahora sí, aunque el frío era igualmente intenso que la noche anterior, me puse a recorrer Berna, pero especialmente su calle principal, la del tranvía y el reloj, y el “pozo” de los osos, símbolo de la ciudad, al final de la avenida, esos que uno alimenta con lo que ahí venden para tal propósito, y que con sus manazas piden más agitándolas rítmicamente hacia sus pechos cuando uno cesa de aventarles. Muy simpáticos y tiernos, ciertamente.

Y el camino de regreso a “casa”, con una pernocta la noche del 25 en Lucerna, ¡maravillosa!, y la mañana del 26 de nuevo a Boëblingen, vía Zúrich, previo abastecimiento de gasolina en una vereda vecinal, donde la esposa del despachador, una encantadora joven con bebé en brazos, que dice hablar inglés, me sugiere una ruta alterna y, dice, muy hermosa, ante la mirada recelosa del marido, que no nos despega la vista mientras despacha. Sigo sus consejos. ¡Craso error! Se suelta una nevada como nunca y la hermosísima ruta alterna resulta de lo más peligrosa, y yo con las cadenas de las llantas para manejar en esas condiciones bien guardadas en la cajuela del carro y sin saber cómo colocarlas. Muchos accidentes en el camino, pero afortunadamente ninguno que me involucre, a pesar de haber prescindido todo el trayecto de las mentadas cadenas. Y una nueva noche solo en el hotel, todo mío, ya que mis compañeros no llegarán sino hasta la mañana siguiente.

Treinta y cuatro años había vivido hasta aquella época, otros 41 han transcurrido desde entonces e, insisto, ¡qué huevos aquéllos! Es que yo creo que eran de granja y los de hoy son ya muy artificiales… o así los siento. 

sábado, 7 de diciembre de 2024

No todo lo que relumbra es oro

La evidente falla en mi anterior escrito, misma que no revelaré para no aburrirlos más (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/12/conjetura-de-una-conjetura.html), me llevó a sostener el siguiente diálogo con ChatGPT. Asombroso y divertido. Ahí se los dejo, y disculpas extemporáneas.

RGyM. Alguna vez se publicó un artículo científico que era una farsa sólo para demostrar la credulidad de la gente, y nadie lo refutó. ¿Me podrías dar más detalles?

ChatGPT. Sí, hay varios casos notables de artículos científicos creados como farsas o engaños para demostrar problemas en la revisión por pares, la credulidad de las revistas, o incluso la falta de rigor en ciertas áreas académicas. Uno de los casos más famosos es el Escándalo Sokal.

El Escándalo Sokal

En 1996, el físico Alan Sokal, profesor de física en la Universidad de Nueva York, envió un artículo titulado "Transgressing the Boundaries: Toward a Transformative Hermeneutics of Quantum Gravity" a la revista académica Social Text, una publicación prestigiosa en estudios culturales y teoría crítica.

  • Contenido del artículo: El artículo estaba lleno de jerga académica, afirmaciones absurdas y referencias pseudocientíficas. Sokal argumentaba, entre otras cosas, que la gravedad era una construcción social, todo en un tono que parecía alinearse con los principios de la teoría crítica posmoderna.
  • Publicación: La revista lo aceptó y publicó en un número especial sin someterlo a revisión por pares rigurosa.
  • Revelación: Después de la publicación, Sokal confesó en otro artículo que había escrito la pieza intencionalmente como una parodia para demostrar que algunas publicaciones en humanidades aceptaban artículos con argumentos absurdos si estos eran presentados de manera compleja y en sintonía con sus puntos de vista ideológicos.

Impacto

La farsa de Sokal generó un enorme debate sobre el rigor académico, la calidad de las revisiones por pares, y las posibles tendencias ideológicas en ciertas disciplinas. También destacó la importancia de mantener estándares de calidad en todas las áreas de la academia, incluidas las ciencias sociales y las humanidades.

Si tienes interés en otros casos similares, puedo contarte sobre eventos más recientes o relacionados con revistas de acceso abierto y pseudociencia. ¡Dímelo!

martes, 3 de diciembre de 2024

Conjetura de una conjetura

“Teorema”. Al menos una de las duplas (p, q) de números primos en que se descompone un número par 2n = p + q es tal que p + 2 o q + 2 es a su vez primo y

2(n + 1) = (p + 2) + q = r + q

o

 2(n + 1) = p + (q + 2) = p + r

donde r es el “nuevo” primo.

Lo anterior aplica incluso para todas las excepciones (38/40, 68/70, 80/82, 98/100, por citar algunas) si consideramos a 1 como primo, pues entonces

2n = 1 + (2n – 1)  

y

2(n + 1) = 1 + 2 + (2n - 1)

Por ejemplo:

38 = 7 + 31 = 19 + 19

40 = 3 + 37 = 11 + 29 = 17 + 23

no cumplen el postulado inicial, pero con 1 como primo:

38 = 1 + 37

y

40 = 1 + 2 + 37

estableciéndose mi “teorema” de manera general. 

Pero todo lo anterior, a su vez, ¡probaría la conjetura de Goldbach por inducción matemática!

Ya nada más me faltaría demostrar mi “teorema”, es decir, la conjetura de la conjetura de Goldbach, algo así como la conjetura de Gutiérrez y Montero. La gran diferencia es que yo estoy absolutamente seguro de la veracidad de lo que afirmo, y Goldbach no.

Les prometí que iba a hacer mi mejor esfuerzo. Lo estoy haciendo. Ahora sólo les pido a ustedes que hagan el suyo, toda vez que lo aquí discutido es de fácil comprensión si se empeñan en ello (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/11/todo-numero-par-mayor-que-2-es-la-suma.html).

martes, 26 de noviembre de 2024

Pobre tío Petros

Todo número par mayor que 2 es la suma de dos primos.

Conjetura de Goldbach, 1742

El tío Petros Papachristos se obsesionó con la conjetura que se establece en el epígrafe de este escrito, donde un número primo es aquel únicamente divisible por sí mismo y por la unidad (2, 3, 5, 7, 11, 13,…), y se encuentra abierta, esto es, sin demostrar, ¡desde el siglo XVIII!

Resulta tan simple la aseveración que uno se ve tentado a agarrar papel y lápiz y anotar con celeridad 4 = 2 + 2, 6 = 3 + 3, 8 = 3 + 5, 10 = 3 + 7 = 5 + 5… y así, hasta el infinito. La extrema complejidad del problema radica precisamente ahí: demostrarlo para todo número par mayor que 2, o bien, encontrar un número par en ese “infinito” que no satisfaga dicha condición y echar abajo la lucubración de Goldbach, como lo intuía el célebre matemático hindú Ramanujan. Por cierto, así como en el caso de 10, existen infinidad de pares para los que hay varias formas de cumplir el aserto, por ejemplo, 34 = 3 + 31 = 5 + 29 = 11 + 23 = 17 + 17.

Pues bien, el tío Petros se enajenó tanto con la conjetura que por pura curiosidad, malevolencia, perversidad o todo ello junto, retó a su sobrino, ajeno a ella, a que si quería ser matemático, durante sus vacaciones de verano demostrara que todo número par mayor que 2 es la suma de dos primos, y lo obligó a comprometerse a abandonar sus intenciones de matricularse en matemáticas si fallaba en ello.

El sobrino, frustrado por sus infructuosos esfuerzos por probar lo que su tío le había “sugerido”, le confió a su compañero de cuarto en la universidad, mayor que él y por tanto más avezado en matemáticas, su especialidad, a lo que se había comprometido con su pariente. Su confidente montó en cólera y no paró de insultar al tío, al extremo de llamarlo hijo de perra. ¿Tienes idea de lo que el desgraciado te ha pedido?, inquirió su amigo, a lo que el sobrino respondió negativamente. ¡Que resuelvas un problema irresoluto por más de dos siglos!, abrevió aquel. Mándalo al carajo e inscríbete en matemáticas, todavía estás a tiempo, finalizó.

El tío había batallado toda su vida con la conjetura de Goldbach, sin poder resolverla, por supuesto, y en un rapto de sinceridad con su sobrino, dentro de la relación amor-odio que llevaban, le confesó tiempo después al “más querido de mis sobrinos”, como le gustaba llamarlo, que si se escogía la carrera de matemáticas era para ser una luminaria dentro de ella, que lo demás no podía calificarse más que de mediocridad, como mediocres eran la inmensa mayoría de los que la practican.

Petros Papachristos, el tío, infeliz, amargado y solitario, llegó al grado de no publicar más nada durante la mayor parte de su vida con tal de que otros no se enteraran de sus dos brillantes progresos hacia la solución del enigma y le ganaran en su empeño. Esto, lo único que provocó fue que esos otros llegaran tiempo después a los mismos resultados que él, pero robándole la gloria que se habría ganado Petros por haber llegado antes que nadie a la postulación de los sobresalientes teoremas. Esto lo amargó aún más.

En lo personal, recuerdo cuando me vi obligado a decidir cuando se presentó el dilema en mi vida: escoger entre matemáticas y actuaría. Es que no quiero ser el maestro que enseña a maestros, que a su vez instruirán a otros maestros que enseñarán a más maestros… ni el investigador que dedica su vida a saber más y más sobre cuestiones “inútiles” que a nadie interesan, para convertirse en un académico muerto de hambre. Así que opté mejor por convertirme en un actuario… muerto de hambre, cuando, como dije en un artículo anterior, muy bien pude haber estudiado una licenciatura en matemáticas, sin haber modificado un ápice el resto de mi existencia, incluyendo en ésta mi exitoso paso por IBM. Hubiera sido incluso más feliz… o menos infeliz (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/10/estuve-un-tris-de-saludar-einstein.html ). Como decía Marcos Moshinsky, recordado en el artículo de marras: México es un pésimo sitio para dedicarse a la ciencia.

Pero volvamos a nuestra historia. Petros abandonó sus esfuerzos cuando se enteró del Teorema de Incompletez de Gödel, que establece que en matemáticas hay cosas que son simplemente unprovable (que no se pueden probar, demostrar), o por lo menos ese fue el pretexto que arguyó él, porque cuando el sobrino lo arrinconó para que no se engañara y aceptara que no había podido, el viejo, casi octogenario, se refugió y empecinó en una solución geométrica, con frijolitos, producto más bien de su senectud y la locura a la que lo indujo el sobrino, al grado de telefonear a éste a las dos de la madrugada para que acudiera a su casa junto con otro matemático para que dieran fe de su descubrimiento, pero la verdad es que esa noche, en que lo encontraron muerto cuando llegaron a su hogar el multicitado sobrino y un doctor, no se encontró nada. Ni aun después de hurgar cuidadosamente en sus archivos y pertenencias se encontró nunca nada.

El epitafio que yace junto con Petros Papachristos en su tumba de un cementerio de Atenas reza: Todo número par mayor que dos es la suma de dos primos.

Todo esto lo pueden disfrutar ustedes en la espléndida novela Uncle Petros and the Golbach’s conjecture, del escritor griego nacido en Australia Apostolos Doxiadis.

Si nada ha ocurrido en las últimas horas, la conjetura de Goldbach es aún un misterio no resuelto, y lo ha sido durante los últimos 282 años.

¡Les prometo hacer mi mejor esfuerzo por demostrarla!

jueves, 14 de noviembre de 2024

Qué fácil lectura

Voy a parafrasear el título de un ensayo de Jesús Silva-Herzog para justipreciar en lo que vale la primorosa obra del Nobel de Literatura 2017 Kazuo Ishiguro Los restos del día: la sencillez de lo perfecto. Silva-Herzog habla en su libro de la idiotez de lo perfecto, algo de lo que en absoluto carece el de Ishiguro. A pesar de que el narrador en primera persona del relato abunda en las nimiedades de su ocupación de mayordomo en una casa de la alta alcurnia inglesa, la deliciosa narrativa captura el interés del lector desde un principio y de ahí en adelante nunca se pierde, y uno no para sino hasta que se llega el final de la novela.

Quedé tan emocionado con la magistral sencillez de la prosa y la temática de Ishiguro que se me ocurrió temerariamente que podría yo hacer otro tanto con alguna historia de mi vida o de la de alguien más. ¡Tal es el poder de las sublimes letras!

Stevens, el mayordomo, está profundamente orgulloso de su  profesión, especialmente cuando le tocó atender a su señor lord Darlington, muerto hará unos dos o tres años para cuando transcurre la acción de la novela, 1956. Incluso cuando es informado por el ahijado de Darlington, en un momento del recuerdo de Stevens, que está ocurriendo un conciliábulo en la mansión entre el ministro de exteriores de Inglaterra, el embajador alemán en Londres y el propio Darlington para intentar tener un acercamiento con Hitler, con quien simpatizan, y que pudiera implicar hasta al rey de Inglaterra, el narrador se mantiene impertérrito, y al final se muestra muy ufano y feliz de haber adquirido la perfección en el servicio al haber conservado la mayor discreción.

En otro pasaje del recuerdo, su señor y sus amigos someten a Stevens a un duro interrogatorio sobre problemas económicos, políticos y sociales, más que por burla -aunque no paran de reír- para demostrar que el Sufragio Universal es una baladronada, pues no se puede pedir a personas sin preparación que elijan a sus gobernantes cuando no demuestran ser aptas para ello, como lo demostró el mayordomo, que a todo lo que se le preguntaba respondía que lo ignoraba.

¡Maravillosa novela!

También leí Bel-Ami, de Guy de Maupassant, historia de un truhán enamoradizo e incorregible, que casa con la esposa del amigo muerto, a la que despoja de la mitad de una herencia, pero a la vez lleva una relación con una amante, casada a su vez, sin dejar de enamorar a la esposa de su jefe en el periódico donde trabaja, y que se vuelve loca por él. Finalmente, Bel-Ami agarra en falta a su mujer para poder divorciarse de ella, y casar con la hija de su jefe, quien se ha vuelto billonario especulando con bonos gubernamentales. Sí, sí, con la también hija de su loca amante. Una novela con final muy feliz para este bribón.

Por esta vez, me quedo con Ishiguro sobre Maupassant.

martes, 5 de noviembre de 2024

Providencial remanso

El fin de semana de Muertos, Adri, íntima amiga de Elena, la invitó para que fuéramos a pasar esos días en su casa en la Ciudad de México. Llegado que hubimos a su domicilio, donde radica con su esposo Rafael, y después de agasajarnos con un suculento refrigerio de cochinita pibil, nos enfilamos a Garibaldi, distante de ahí unas quince estaciones del metro, para lo que no constituyó ningún óbice el largo traslado de más de cinco horas y media que tuvimos que realizar desde León a la Central de Autobuses del Norte. Ya en Garibaldi, nos encontramos con otra amiga de Elena, Lila, y su esposo, también de nombre Rafael. Y de ahí, directito al tradicional Tenampa, donde dimos cabal cuenta de una botella de tequila en una bacanal amenizada por un mariachi contratado por Adri.

De regreso a casa, cerca de la medianoche, encontramos las estaciones del metro ya cerradas y no nos quedó de otra más que abordar el Metrobús, que me dio la impresión de hacer parada cada diez metros. Así y todo, finalizamos el trayecto y nos tocó en suerte encontrar un taxi que accedió, como pudo, a llevarnos a los seis -sentados unos sobre otros- a nuestro destino final.

Temprano al día siguiente, después de desayunar suculentos huevos con chorizo, frijoles refritos, tamales verdes y deliciosos bizcochos de La Esperanza acompañados de un aromático café de olla, nos enfilamos hacia mi alma máter, Ciudad Universitaria, donde recorrimos todo el circuito escolar, esta vez en la camioneta de nuestros anfitriones. Fue la ruta de la nostalgia, pues a lo lejos divisé la Facultad de Ciencias, donde estudié, y el IIMAS, Instituto de Investigaciones en Matemáticas Aplicadas y en Sistemas, donde disfruté de una beca de un año para desarrollar mi tesis de licenciatura hace más de medio siglo. Y terminamos en el Estadio Olímpico México 1968, que no ha perdido ni un ápice de su sempiterna galanura.

Y del estadio nos enfilamos derechito ¡a Xochimilco, en pleno Día de Muertos! Aquello fue un maremágnum. Afortunadamente, Rafael ya había contratado nuestra chalupa o trajinera, y nuestro deambular por el lago constituyó una auténtica delicia, aderezada con otra botella de tequila y una enriquecedora conversación.

De regreso en casa, y después de un frustrado intento de ir a escuchar música ochentera al Aramis, terminamos en el bar hogareño dando cuenta de dos botellas de vino y una maravillosa plática que se extendió hasta casi las tres de la madrugada, y que nos hizo conscientes de que la amistad es de las pocas cosas en esta vida que verdaderamente valen la pena.

Muy de mañana el día 3, nos desayunamos unos esplendorosos tacos y flautas de barbacoa en el mercado popular que se instala justo a las afueras de la casa de Adri y Rafa.

Y de vuelta al terruño, donde la vida no vale nada, sobre todo si se la compara con la que nos permitieron pasar a su lado Adri, Lila, Rafa y Rafa.

¡Gracias, amigos, por este remanso de paz azulado y a su lado!

martes, 29 de octubre de 2024

Veintiún años después

Es bien conocido el adagio no es lo mismo los tres mosqueteros que veinte años después, que hace referencia a novelas  de Alejandro Dumas, pero que en el caso del dicho se refiere a la pérdida de facultades con el paso del tiempo. Ahora, imagínense veintiún años después, que es el tiempo transcurrido desde que llegué a esta bendita ciudad de León.

Desde hace nueve lustros tomé el jogging como una actividad que realizaba muy regularmente, no al extremo de dejar de ser amateur, pero tampoco tan leve como para no haber completado un palmarés de cinco maratones, uno de los máximos orgullos de mi existencia. Cuando llegué aquí a los 54 de edad todavía conservaba mucho de la inercia de aquellos tiempos de trote cotidiano y sistemático, al grado de que no era raro que en El Palote me dijeran qué rápido corre usted, señor, cuando recorría gustoso la pista de siete kilómetros que circunda la presa del mismo nombre, o que me hicieran ver con asombro que ya llevaba más de una vuelta cuando le daba dos todos los viernes muy de mañana.

Sin embargo, de unos años a la fecha, es palpable el diario (literalmente) declinar de unas facultades que yo daba por garantizadas y permanentes no ha mucho, al grado de que el tiempo que antes me tomaba darle dos vueltas a la pista, hoy con dificultad sólo me alcanza para una. A tal extremo.

Lo cual, afortunadamente, no impide que lo siga intentando, y lo más sorprendente es que llego igual de cansado y sudoroso ahora que doy una sola vuelta que antes cuando daba dos, lo que significa que obtengo el mayor beneficio aeróbico que busco.

Además, como me dicen Elena, Caro y Raúl júnior cuando lamento el triste ocaso de mis facultades: ya quisiéramos ver a algún otro viejito de 75 años caminando, no trotando, ca-mi-nan-do los siete kilómetros que tú acostumbras correr cada tercer día.

Si no fuera por estos cheerleaders, la vida carecería de sentido.

sábado, 26 de octubre de 2024

Aterrador video

Y díganlo si no: https://www.youtube.com/watch?v=8PGz8JVCNK0.

La inseguridad personal, la total falta de carisma, su ignorancia, el insulto a flor de labio, la mentira, la demagogia, su apocamiento, el lenguaje cantinflesco (“… o sea, júnior, porque pues habría que preguntarle, o sea, lo único que creó fue mexicanos por la corrupción, que por cierto aquí el Presidente denunció de dónde venía el financiamiento. Pero uno diría, bueno, pus es que, nooo, tocó al PRIAN y se convirtió en la peor votación de la historia… no, es que, pues sí, entonces este personaje, júnior tóxico, pues ya que cada quien vea con quién decide juntarse”) de Claudia Sheinbaum Pardo verdaderamente resultan aterradores. Si no se quieren chutar la totalidad de este corto video de 5:50 minutos de duración, ubíquense a partir del minuto 3:00, y sanseacabó, aunque cinco minutos y pico se pasan de volada.

Se nota que la audiencia en Los Cabos, BCS, el viernes 25 de octubre, se está aburriendo de lo lindo ante un personaje de nula personalidad como la Sheinbaum. El júnior tóxico al que la Presidenta se refiere no es otro que Claudio X. González Guajardo, hijo de su homónimo Claudio X. González Laporte, destacado empresario mexicano, y aunque el júnior no me simpatiza, debo de reconocer que de inmediato puso a su tocaya en su lugar al decir que la verdadera júnior es ella, que no se ha podido liberar -ni parece que lo vaya a hacer, digo yo- de la tutela de su padre político López Obrador.

Miren que llamar con toda la mala leche del mundo a MCCI mexicanos por la corrupción, en vez de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, organismo fundado por González Guajardo, y afirmar que el Presidente (¡ah, chingá!, y entonces qué o quién es ella) denunció de dónde venía el financiamiento, no tienen desperdicio.

Sinceramente me deprimió mucho el video, y me avergüenzo y angustio de que me “lidere” un personaje tan menor.

Nada más de pensar en más de mil mañaneras de este tipo me revuelve el estómago. Honestamente no creo que aguante, ni ella ni nosotros. 

Más le valdría cambiar de estrategia.

jueves, 24 de octubre de 2024

Opté por seguir siendo miserable

A mediados de 1987 decidí cambiar mi viejo vochito por un flamante Dodge Dart K del año, de Chrysler. Para ello, acudí a la agencia para ver y probar el nuevo auto. Una vez que estuve convencido, le pedí al vendedor que me indicara el precio y la forma de pago. Me indicó que un cheque de caja por los 26 millones 500 mil viejos pesos que costaba el carro estaría bien.

Al día siguiente acudí a la sucursal del banco con ideas modernas donde tenía mis ahorros a tramitar el cheque. Como suele ocurrir en estos casos, el procedimiento resultó tortuoso y duró no menos de un par de horas. Cuando, desesperado, le reclamé a la empleada bancaria la tardanza, de manera grosera y con displicencia me respondió que si lo que quería yo era rapidez debería haber acudido más temprano. Ante tal insolencia, no me quedó más remedio que reclamarle al gerente de la sucursal el mal trato,  pero éste se puso incondicionalmente del lado de su subordinada, y a mí no me quedó de otra más que apechugar. Cuando tuvieron listo el documento, prácticamente se los arrebaté de las manos y salí hecho una furia, directo a las oficinas centrales del banco con ideas modernas en Avenida Universidad, pero no para quejarme, sino para desempeñar mis funciones de ingeniero de sistemas de IBM asignado a dicho banco, que era, a su vez, nuestro cliente.

Al regresar por la tarde a las oficinas de IBM en Avenida Legaria, la secretaria, desesperada, me informó que me estaban busque y busque por teléfono del banco con ideas modernas. Pero si de ahí vengo, y no dejé ningún pendiente, ¿no te dijeron para qué?, le pregunté a la secre. No, pero no te preocupes, no tardan en volver a marcar, me respondió. Y dicho y hecho, a los cinco minutos ya estaban llamando de nuevo. Era el gerente de la sucursal del banco donde había estado por la mañana, quien, muy ceremoniosamente y con toda propiedad, se disculpó conmigo por molestarme reiteradamente, y me pidió de favor que recibiera a la empleada que me había atendido varias horas antes, pues me tenía que entregar otro cheque, ya que el que había elaborado tenía un error, que si tenía yo tiempo de recibirla de inmediato. Adelante, le respondí de mala manera al alcahuete, que me avise en cuanto llegue.

Mientras tanto, extraje de mi portafolio el documento que me habían entregado para ver cuál era el error. ¡No daba yo crédito! Habían elaborado un cheque de caja por ¡26 millones 500 mil ¡dólares!! Sí, sí, leyeron ustedes bien, 530 millones de pesos al tipo de cambio actual, o lo que es lo mismo, 530 mil millones de viejos pesos, ¡más de medio billón (millón de millones)!

Cuando llegó la majadera, no tuvo más que aguantar: le dije que además de groseros, eran ineptos, pues no sabían elaborar ni un simple cheque de caja.

¡Ándele!, recoja usted su cheque, deme el mío y demos por terminado este vergonzoso asunto. De cualquier forma, no creo que en la agencia tuvieran cambio como para aceptar un instrumento de 530 mil millones y cobrar únicamente 26.5.

Lo tenía, era mío… ¡y lo dejé ir!

viernes, 18 de octubre de 2024

El fin del mundo está cerca

El fin de la humanidad está más cerca de lo que imaginamos -incluso quizá más que una calamidad ecológica- si la inteligencia artificial cae en manos inescrupulosas o ¡en los propios fierros y algoritmos de la inteligencia artificial! No se necesita ser un superdotado para darse cuenta de que hemos llegado a un punto de quiebre, inflexión o no retorno con esta endemoniada tecnología que ya nadie podrá detener. Por más que se regule este desarrollo, siempre habrá quien quiera ir más lejos brincándose  cuanta tranca se le atraviese en el camino (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/09/entremes-insipido-plato-principal.html), por muy arrepentidos que pudieran estar sus creadores, como el reciente Premio Nobel de Física 2024 Geoffrey Hinton, de la Universidad de Toronto, Canadá, quien junto con John J. Hopefield, de la Universidad de Princeton, N.J., Estados Unidos, se hicieron merecedores al galardón “por descubrimientos e inventos fundamentales que permiten el aprendizaje automático con redes neuronales artificiales”, establece La Real Academia Sueca de Ciencias en un comunicado de prensa.

Esto es, el famoso machine learning (aprendizaje automático), pieza fundamental de la inteligencia artificial, y cuya idea básica es mimetizar con nodos en una red neuronal artificial el funcionamiento de las neuronas y la sinapsis (conexión) que se establece entre ellas. Y al igual que con las neuronas, esta conexión puede ser débil o fuerte.

Si no me entienden, no importa, yo tampoco. Lo importante es que se comprenda que la inteligencia artificial está hecha a imagen y semejanza nuestra, pero con una capacidad de aprendizaje propia del poder de cómputo con que ahora contamos, y todo lo cual uno experimenta ya con traductores de idiomas, intérpretes de imágenes y aceptables compañeros de conversación, como ChatGPT.

La Academia Sueca de Ciencias da a conocer a sus galardonados mediante un comunicado de prensa, información popular e información avanzada, en un grado ascendente de complejidad. Pero créanme, en esta ocasión hasta el comunicado de prensa resultó abstruso, no se diga ya la información “popular” y mucho menos la información avanzada.

En años anteriores, me he preciado de entender la información popular de premios no sólo en física, sino en química y fisiología o medicina, pero esta vez mucho me temo que me tendré que poner a estudiar en serio. 

jueves, 17 de octubre de 2024

Estuve a un tris de saludar a Einstein

Estudié actuaría en la Facultad de Ciencias de la UNAM, donde tuve como condiscípulos a biólogos, físicos y matemáticos, éstos sí auténticos científicos. ¿Qué demonios hacíamos ahí los actuarios salvo cursar las asignaturas matemáticas junto con ellos? El rechazo a los “mercenarios” de la ciencia se sentía… y se sentía muy feo. Recuerdo que hasta en el pizarrón de anuncios éramos ignorados. Un día leí en él un anuncio que me hizo mucha gracia: “Matemático de buen físico busca bióloga”. Mil veces me he arrepentido de no haber estudiado para matemático. Mi suerte muy probablemente no hubiera cambiado, pero me habría divertido muchísimo más.

Por otro lado, uno tenía la oportunidad de conocer en la facultad a auténticas luminarias, como el doctor en física Marcos Moshinsky, que por lo apuntado arriba, no tuve el privilegio de tenerlo como profesor. Moshinsky se doctoró en la Universidad de Princeton bajo la tutoría del Nobel de Física 1963 Paul Wigner, pero no paró ahí la cosa, pues realizó estudios postdoctorales en el Instituto Henri Poincaré de París, y en 1968 obtuvo el Premio Nacional de Ciencias y Artes e ingresó al Colegio Nacional, máxima institución académica de México.

Yo no dejaba de leer su colaboración semanal todos los sábados en el entonces prestigiadísimo diario Excélsior, en el que no sólo escribía sobre ciencia, sino sobre los más variados tópicos. Recuerdo cómo relataba que sus artículos, antes de enviarlos a la redacción, pasaban por el riguroso escrutinio de su esposa ¡Elena!, que cuando falleció, lo lamentó por partida múltiple, entre otras razones por no contar ya más con tan estricta crítica.

Ahí relató una vez cómo fue su acercamiento inicial con Einstein en Princeton, donde laboraba el sabio de manera permanente. Marcos se puso de acuerdo con un amigo para ir a husmear por la oficina de Albert, que cuando se percató de su presencia los llamó para que se acercaran. Los saludó efusivamente y les preguntó sobre sus proyectos. Recuerda que fueron los diez minutos más emocionantes de su vida, aunque no los únicos, pues más tarde trabajó con él en algunos estudios.

Un día que tuve que ir a consulta al Hospital ABC de la Ciudad de México, coincidí con Moshinsky en el elevador y me atreví a presentarme y a inquirirle que si tal había sido ese primer acercamiento con Albert Einstein. Me lo confirmó, y aunque don Marcos ya bajaba del transporte, me apeé del aparato ahí mismo, a lo que con azoro aquél me preguntó que si no iba yo a otro piso. Sí, no importa, le respondí, únicamente quería pedirle a usted un favor. 

- Apenas nos conocemos y ya me quiere pedir usted un favor- se sorprendió.

- Bueno, apenas me conoce usted a mí, pero yo lo he visto con respeto y admiración durante toda la vida en la Universidad, y no me perdía ninguno de sus artículos en el periódico, como acabo de demostrárselo- le respondí.

- Bien, diga usted, y si está en mi mano poder ayudarlo, así lo haré- señaló con gentileza.

- ¡Precisamente!, está en su mano, permítame estuchársela con el mismo entusiasmo que hizo usted aquella vez con la de Einstein- finalicé.

Los dos reímos de buena gana, nos estrechamos la mano efusivamente y cada quien jaló para su respectiva consulta.

¡Había apretado yo la mano que había hecho lo propio con la de Albert Einstein! Como si lo hubiera hecho yo mismo. ¡Sí!

martes, 15 de octubre de 2024

Dos amigas I, II, III y IV

Así llama genéricamente Amazon, Dos amigas, a la saga de cuatro novelas de Elena Ferrante que dieron origen a la serie televisiva My brilliant friend, que actualmente disfruto junto con mi brillante esposa Elena. Ya llevamos treinta de los treintaicuatro episodios de que consta el drama, pues los cuatro restantes aparecerán en las próximas semanas, razón por la cual compré el último de los cuatro libros, La niña perdida, ya que no podía esperar tanto a que me contaran el final de la historia. Leí éste de un tirón y ello no me impedirá que disfrute los capítulos restantes del mentado culebrón.

Las dos amigas, Lenù (narradora en primera persona) y Lila, y un tercero en discordia, Nino, ex amante de la segunda y concubino de la primera, tejen toda una urdimbre de aventuras, intrigas, traiciones, éxitos, fracasos, venganzas y asesinatos que se dan entre amigos, hermanos, padres, vecinos, compañeros de escuela, esposos, suegros, socios y toda una ralea de personajes napolitanos que giran alrededor de estos personajes principales. Pero no los aburro más, mejor los refiero a los libros, a la serie televisiva y a mis artículos anteriores (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/09/que-decepcion.html y https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/10/paradojico-que-soy.html).

Sólo un par de curiosidades:

En la página 449 de La niña perdida, Lenù se refiere a un artículo agresivo de su entonces ex concubino Nino sobre “una tesis que ya había abrazado en el pasado: el poder judicial debía estar sometido al ejecutivo. Escribía indignado: no es posible que un día los magistrados combatan a quien quiere golpear el corazón del Estado y al día siguiente hagan creer al ciudadano que ese corazón está enfermo y hay que desecharlo. Él se batió para que no lo desecharan. Pasó por los viejos partidos en desmantelamiento desplazándose cada vez más hacia la derecha y en 1994 volvió radiante a sentarse en el Parlamento.” Cualquier semejanza…

Y en la 465, Lenù, hablando de ella misma, afirma: “Ahora era una mujer madura con una fisonomía consolidada. Era eso que la propia Lila, a veces en broma, a veces en serio, había repetido a menudo: Elena Greco, la amiga estupenda de Raffaella Cerullo (Lila).” O sea que me equivoqué en mi escrito anterior, ya que quien da título a la obra es la propia Lenù. 

sábado, 12 de octubre de 2024

Fin de la pesadilla

Tres factores me avergonzaron e hicieron que me percatara que lo que digo en (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/10/paradojico-que-soy.html) no es cosa menor:

En primer lugar, el sacrificio de Elena, que durante todo este tiempo estuvo apoyándome incondicionalmente, al punto de dar la apariencia de ser ella quien padeciera el mal, yendo de arriba para abajo conmigo adonde tuviera yo que ir para combatir este horrendo mal. No se despegó ni se ha despegado de mi lado un solo segundo durante estos aciagos tiempos. Ella es la única responsable de que el mal haya remitido.

En segundo lugar, y algo muy relacionado con mi esposa misma, fue el conmovedor mensaje que su amiga Adri me hizo llegar tan pronto se hubo enterado de la gran noticia, y que transcribo en parte a continuación: Buenos días mi paradójico amigo. Independientemente de lo que pienses, veo que hay motivos de sobra para felicitarte y por supuesto, el primero es el cero. Debo decirte y no es algo que ignores, que es un logro que no muchos pueden presumir, de manera que va un abrazo con toda mi felicidad, mi admiración, respeto y cariño por ese amigable cero.

“La segunda cuestión para felicitare serán esos 75, y de la misma manera te recuerdo que no todos pueden presumir tres cuartos de siglo en las condiciones maravillosas que tú estás, así que va otro abrazo (un poco anticipado) por esos tres cuartos.”

Y por último, la visita de control que hicimos (me acompañó Elena, por supuesto) ayer al IMSS y durante la cual el médico de turno nos dijo que podía suspender los “venenos” con que hasta ayer me habían mantenido vivo, las “tenebrosas” bicalutamida y goserelina, y someterme ya nada más a un chequeo del antígeno cada tres meses.

Y por supuesto, todos los demás apoyos que me hicieron llegar durante la enfermedad Caro, Raúl, Juani, Sonia, mi hermana La Gorda, mis suegros, Paty, Moreyra, Mary Tere, Betty y tantos más que involuntaria y muy seguramente estaré omitiendo ahora. ¡Perdón!

La emoción que me embarga desde ayer me hace ser injusto. 

martes, 8 de octubre de 2024

Paradójico que soy

Mis ganas de vivir no se han incrementado un carajo, y sin embargo, acabo de derrotar contundentemente al cáncer de próstata que padecía, al llevar el nivel de antígeno en mi sangre al anhelado cero (0.02), con todos los sacrificios durante más de un año que ello representó. Quizá el enorme gusto que esto significa para mí se deba, como apunté en un escrito anterior (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/06/magno-incendio.html), a que lo tomé como un juego, una apuesta: va mi resto por el cero. Sí, un gusto aun mayor que el de la superación de la enfermedad misma. Lo malo es que ahora, debido a los indeseables efectos secundarios provocados por el tratamiento, no sé a quién mostrarle los resultados de mis análisis clínicos, si al urólogo o a mi ginecólogo. Creo que optaré  por el primero.

Todo lo anterior ocurre a dos martes de mis bodas de platino (cumplo setenta y cinco años el 22 de octubre, o lo que es lo mismo, tres cuartos de siglo), así que lo tomaré como un buen augurio, a pesar de mi proverbial pesimismo. Como quiera que sea, ya no ha de faltar mucho.

Lo de paradójico está relacionado también con lo que dije aquí hace un par de semanas a propósito del libro de Elena Ferrante La amiga estupenda, y que yo prefiero llamar My brilliant friend por razones que quedarán claras y satisfarán a todos en el siguiente párrafo (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2024/09/que-decepcion.html).

Lo dicho en ese escrito llevó a otra Elena, mi esposa, a invitarme a ver la serie televisiva en cuatro temporadas (una por cada libro escrito por Ferrante sobre el mismo tópico: toda una saga) intitulada no en italiano, su idioma original, sino en inglés como arriba digo, pero parlada en italiano y con subtítulos en español. Los títulos de los tres libros restantes no vienen al caso, habida cuenta de que el primero bautiza a la serie completa, y ya los mencioné en el antedicho escrito.

¡Ah, qué clavada me di! Nos aventamos en jornadas maratónicas los veinticuatro capítulos de que consta el culebrón en sus tres primeras temporadas (ocho por cada una) y comenzamos ya con la cuarta, compuesta por ¡diez! Pero no para ahí la cosa, pues Elena y Caro ya se habían echado dichas temporadas durante la pandemia, lo cual no obstó para que mi mujer quisiera rememorarlas ahora.

Desgraciadamente, la cuarta apenas comenzó a aparecer el martes 10 de septiembre de 2024 y se liberará un capítulo por semana, lo que llevará a su conclusión hasta el martes 12 de noviembre. ¡No me puedo aguantar tanto!, por lo que tomé ya cartas en el asunto y compré el libro correspondiente a esta temporada (La niña perdida) y lo estoy devorando como si en ello me fuera la vida. Ya con más calma, iré disfrutando cada episodio televisivo conforme se libere, no importa que en este momento cometa el feo crimen de spoiling conmigo mismo.

Para no repetirme, los remito a mi anterior artículo y tan sólo agregaría que las protagonistas han seguido creciendo y conservan su “amistad” incólume, aunque matizada por amargos desencuentros y más o menos felices reencuentros… y vuelta a empezar. Es un tremendo drama que involucra a las decenas, si no es que centenas, de personajes que circulan por las novelas, y cuyo desenlace no puedo anticipar toda vez que actualmente, como dije, devoro el cuarto volumen. Las protagonistas principales nacieron, ambas, en 1944, y la acción se remonta hasta el 2010, cuando quien narra, Elena (¡otra Elena!) Greco, cuenta 66 años de edad. Así que ya imaginarán el complicado contexto histórico de la Italia de esos años. Esta Elena no puede dejar de referirse continuamente a Su amiga brillante, Lila, más inteligente, malévola y hábil que ella, a pesar de que fue Greco quien destacó en el mundo académico e intelectual con la publicación de sus libros. Lila nunca abandonó el ambiente rupestre en que ambas se desarrollaron durante su infancia, juventud y adultez temprana, aunque triunfó clamorosamente en el mundo de los negocios en su natal Nápoles.

Si pueden, no dejen de ver esta soberbia y ostentosa producción televisiva, no se arrepentirán.

Prometo un artículo posterior y, mientras tanto, celebro mi triunfo sobre el cáncer -o, como lo llama Siddhartha Mukherjee, el emperador de todos los males- y mis bodas de platino.

martes, 1 de octubre de 2024

Inconcebible emergencia editorial

Hace poco más de un cuarto de siglo me matriculé en un curso de literatura contemporánea que impartía en la Universidad Iberoamericana campus Santa Fe en la Ciudad de México el insigne crítico literario mexicano Christopher Domínguez Michel, miembro del Colegio Nacional desde 2017, la más prestigiosa institución académica del país. El grupo lo conformábamos dos varones y varias damas, completando casi la veintena entrambos.

Una de las tareas que el profesor Domínguez encomendó a sus alumnos fue la lectura de la magna obra del ilustre escritor y filósofo austriaco Hermann Broch -injustamente privado del Nobel de literatura- La muerte de Virgilio, sin haberse cerciorado previamente, ni tenía por qué, de que las librerías lo tuvieran en existencia. Resultó penoso el deambular de veinte diletantes por todas las librerías de México en busca de tan preciada joya. Obviamente, los seminaristas visitamos, todos, las mismas librerías, de prestigio y modestas, por lo que cundió la alarma en la industria editorial mexicana de que el indisponible libro estaba teniendo una demanda inusual y urgía sacarlo de bodegas, si es que ahí se encontraba, y si no, pedirlo a las editoriales.

Al final, todas las librerías de la capital se atiborraron de copias de la famosa novela de Broch, y ninguno de los alumnos del maestro Christopher se quedó sin su respectivo ejemplar, pero yo creo que las librerías se quedaron con varios más y han de haber batallado para moverlos, pues su lectura es muy difícil, ya que trata de la agonía del gran poeta Virgilio: sus últimas dieciocho horas de vida, con todo lo onírico, alegórico y filosófico que un relato así pueda tener. Yo lo leí y recuerdo que lo disfruté mucho, pero a más de un cuarto de siglo de distancia, queda poco en mi memoria. Habrá que releerlo. Domínguez Michel, por su lado, disfrutaba mucho al recordar la manera en que sus estudiantes habían podido desquiciar de tal forma el mercado del libro en México.

Todo esto viene a cuento porque acabo de leer Los inocentes, también del antedicho Broch, una novela de entreguerras conformada por varios relatos y textos poéticos, y un sesudo prólogo de Lluís Izquierdo, académico catalán. En el libro se entremezclan, en los diversos relatos, los mismos personajes, lo que le imprime un carácter de unidad. La acción transcurre en una pequeña ciudad alemana en tiempos en que la amenaza del nazismo se cernía sobre la humanidad, por ello, quizá, el tono un tanto lúgubre de la escritura, pero ciertamente disfrutable.

Pero volviendo al tema del seminario, no se imaginan el escándalo que se armó cuando me atreví a sugerir que Televisa había tenido mucho que ver en el otorgamiento del Nobel de literatura a Octavio Paz, habida cuenta de que Christopher fue siempre un miembro distinguido del grupo del exquisito poeta, junto con Enrique Krauze, Guillermo Sheridan, Gabriel Zaid y otras luminarias por el estilo. Mi atrevimiento bastó para que el susodicho Domínguez tildara mi osadía, sin referirse a mí directamente, de infamia inaceptable. A lo que yo riposté para mis adentros: la verdad no peca, pero incomoda.

No mucho tiempo después, en junio de 1999, publiqué una carta en Letras Libres, bastión de este grupo, donde objetivamente señalaba los vicios de esta “mafia”, sin dejar de reconocer sus indudables méritos, y reconozco que ellos tuvieron el valor de publicarla, y hasta me incluyeron en el apartado de Nuestros Autores de dicha revista. A continuación, el texto íntegro de la carta:

De mafias buenas y mafias malas

Sr. director:

Bien dice el dicho: no hagas cosas buenas que parezcan malas. Primero fue Sheridan, el domingo 18 de abril, en el suplemento cultural El Ángel del periódico Reforma, con una despiadada crítica contra los "puros", para utilizar sus mismos términos. Por supuesto, este calificativo lo dirige a todos aquellos que osan atacar a los "impuros", es decir, Paz, Krauze, sus proyectos culturales Vuelta y Letras Libres, y todos aquellos que estrechamente colaboraron o colaboran con ellos en estas aventuras literarias.

Ahora son Christopher Domínguez Michael y Sergio González Rodríguez en el número cinco de Letras Libres en la "sección del lector", como reza el pie de página de Cartas sobre la Mesa. No deja de llamar la atención que dos de estos tres personajes sean miembros del consejo editorial de Letras Libres, y el otro, junto con Domínguez nuevamente, lo sea del de El Ángel. Por cierto, el único otro colaborador "espontáneo" de Cartas sobre la Mesa este mes es Aurelio Asiain, conspicuo miembro, también, del consejo editorial de Letras Libres. Todos ellos, pues, del equipo de "impuros" en cuya defensa irrumpe Sheridan.

La crítica de González Rodríguez contra Carlos Fuentes me parece particularmente desagradable por hacerla con la lisonja de por medio y mordiendo el rebozo. Pudo evitarse toda esa verborrea e ir directamente a las dos o tres líneas críticas rescatables de su extenso escrito. Esto me motivó a releer el artículo de Krauze sobre Fuentes en el ejemplar de Vuelta que conservo de junio de 1988. Concluyo que lo que me molesta es ese bloque tan sólido que ustedes forman contra todo intento de crítica que no provenga del grupo mismo, y la forma tan despiadada con la que arremeten contra todo lo que se mueva afuera. Creo que ustedes son los realmente refractarios a la crítica. Todavía recuerdo cómo fui indirectamente tildado de infame por Christopher Domínguez Michael cuando me atreví a sugerir, durante un curso de literatura contemporánea que impartía él en la Ibero, que Televisa había influido para que le otorgaran el Nobel a Octavio Paz, con todas las señoras que componían el resto del grupo apoyando frenéticamente a Domínguez.

No obstante todo lo anterior, y a pesar de que González Rodríguez no me gusta, disfruto enormemente los escritos de Sheridan en la revista, devoro los ensayos y análisis de Krauze, aun cuando no comparta muchas veces su opinión, y un par de clases que recibí de Domínguez Michael en la Ibero me parecieron soberbias. Parafraseando al propio Krauze cuando trata de explicar su relación con Televisa, creo que es posible intentar cambiar al sistema desde el interior del sistema mismo. Eso es lo que intento con la publicación de estos inocuos comentarios en "nuestro" espacio dentro de su revista.