Llevo más de tres lustros escribiendo estas tonterías. Empecé enviándolas al periódico local, que algunas veces las publicaba, hasta que me volví un colaborador habitual suyo, defenestrado unos años después por atreverse a “insultar” a un funcionario federal de medio pelo del régimen de López Obrador, leonés él y eterno aspirante a la gubernatura del estado por el partido oficial. No por ello dejé de escribir, pues seguí haciéndolo para mí mismo y algunos de mis cercanos, poquitos, que se incrementaron con el paso de los años a más de una centena, que incluye corresponsales de toda índole, no únicamente amigos. Alguno de plano me solicitó que no lo molestara más con mis inanes envíos y lo di de baja, y otro par de “amigos”, que manifestó abiertamente su desprecio por mi desinteresado esfuerzo, corrió la misma suerte. Digo, para qué perturbar a alguien que en realidad no te “traga”. Y quién sabe cuántos más no habrá en la centena y pico que aún conservo. Mejor no me lo digan, prefiero que sigan amistosamente ignorándome.
Pero nada le hace, pues escribir, aunque sea estupideces, representa una catarsis -f. Purificación, liberación o transformación interior suscitadas por una experiencia vital profunda (RAE)-, como lo podrá confirmar cualquiera que ejerza la actividad, aun si sólo lo hace lúdicamente, como yo.
Hay sin embargo otras personas, muy monas, que me conminan a que escriba un libro. Pero sobre qué carajos, me pregunto yo, para de inmediato caer en la tentación de que pudiera ser con los retazos -trozos, no retos- que he acumulado a lo largo de lustros.
Ya hasta título tengo para la potencial obra: Mis sobras completas, que seguro alcanzaría hasta para el Nobel de la especialidad, ¿o alguien lo duda?
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