Pareciera como si los primeros 69 años de mi vida no los hubiera pasado yo bajo regímenes autoritarios y hoy, de repente, bajo la férula del orate que nos gobierna, lo descubriera mágicamente. Pero es que antes, o por lo menos desde 1997, podíamos ufanarnos de que habíamos sido capaces de construir contrapesos que limitaran un Poder prácticamente omnímodo, que hoy el Gran Imbécil de Palacio de plano ignora. A él que no le vengan con eso de que la ley es la ley, pues esta se promulgó para violarla, y es lo que mejor hace todos los días, a pesar de las reconvenciones de organismos e instituciones para que no lo haga, contraviniendo el juramento que hizo al principio de su Gobierno de “guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes que de ella emanen, y desempeñar leal y patrióticamente el cargo de Presidente de la República que el pueblo me confirió, mirando en todo por el bien y prosperidad de la Unión, y si así no lo hiciere, que la Nación me lo demande”.
En serio, esto fue a lo que el perjuro se comprometió, y nosotros no nos atrevemos a demandarle su incumplimiento.
Porque este idiota ha demostrado palmariamente la magnitud de ese Poder destruyendo, y si no, díganlo el NAIM, el sistema de salud, la distribución de medicamentos, las escuelas de tiempo completo, el pésimo manejo de la pandemia, sus obras de relumbrón, que no son más que dinero echado literalmente al caño, y un largo etcétera que ya ha sido repetido hasta la saciedad cientos de miles de veces por cientos de miles de voces. Y quién ha podido hacer nada o intentado siquiera levantar la voz. Empezando por mí, a pesar de que la ley nos da elementos para defenestrar al zafio, palurdo, necio, botarate aduciendo simple insania mental.
No me cabe duda, este animal ha sido el Presidente de la República más poderoso del último siglo, y vaya que lo ha demostrado destruyendo, destrucción que va a tomarle a México varias generaciones saldar, y eso sólo si conseguimos librarnos de la caterva de parásitos y corruptos que ha prohijado en su entorno.
Vergüenza deberíamos sentir por haber entronizado a este megalómano, pero más por permitir que siga “obrando”.
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