viernes, 3 de marzo de 2023

Triángulo amoroso

En octubre de 1989, al final de nuestro periplo de luna de miel que abarcó Francia, Italia, Suiza y España, Elena y un servidor llegamos a Madrid para de ahí emprender el viaje de regreso a México. Una de las últimas actividades en la capital española consistió en una visita guiada a Toledo, aproximadamente a 75 kilómetros de ahí. El guía resultó excelente, pero no podía evitar un dejo de fastidio en el rostro producto, especulo, de la rutina de haber desempeñado ese papel decenas de veces. Al bajar del autobús lo obsequiamos con la consabida propina por una labor encomiablemente realizada y nos despedimos con nuestra mejor sonrisa.

En el camino de vuelta al hotel le comenté a Elena que si tan sólo pudiera evitar ese ligero rictus de hartazgo, el lazarillo que nos tocó en suerte hubiera sido quizá el mejor con el que me había topado en la vida. Pero no, corregí de inmediato, ese lugar le correspondería aún a Valentina, la guía en Leningrado durante el viaje a la Unión Soviética que había realizado en solitario un año antes. Qué mujer, a pesar de la costumbre, se emocionaba casi tanto como los turistas al describirles los asombros que la ciudad escondía, como los lugares por donde Rodia deambuló después de haber cometido el abominable asesinato contra la vieja usurera en la inolvidable novela de Dostoievski, Crimen y castigo. Y así con todos lo demás lugares visitados durante los tres o cuatro días que anduvimos con ella: el museo del Hermitage, el impresionante Monumento a los Heroicos Defensores de Leningrado y un interminable etcétera. En todos estos lugares Valentina Vladimirovna manifestaba un entusiasmo tan contagioso que lo hacía a uno llenarse de un gozo indescriptible. ¡Inolvidable, pues! A Elena no le quedó más que estar de acuerdo conmigo: ¡Ojalá la hubiera conocido!, se lamentó.

(Fui incluso más crudo con ella y le confesé que días después del viaje a la URSS acudí a la agencia de viajes que organizaba ese tipo de tours para entregarles una carta que, les pedía de favor, hicieran llegar a Valentina a través de la siguiente excursión que organizaran a tan exótico destino, lo cual aceptaron de mil amores. En la misiva invitaba yo a la interfecta a que nos viéramos ¡en Cuba! Imposible un mejor destino. Nunca más supe de ella.)

Pero esa fue otra historia. Llegados al hotel y después de un ligero refrigerio, nos dispusimos a visitar el Museo del Prado, no lejos de ahí. Después de la contemplación obligada del Guernica, vagamos por otras salas hasta llegar a una inmensa donde llamó mi atención un enorme lienzo de Goya. Después de admirarlo en toda su magnitud, mientras Elena se entretenía con otras obras, me acerqué a leer la pequeña ficha que se acostumbra en toda obra de arte, que estaba localizada en la parte inferior derecha del óleo, donde ya se encontraba una dama ligeramente inclinada realizando la misma labor que yo pretendía. Sin embargo, a los pocos segundos de haberme acercado, no pude evitar el impulso de voltear a ver a la mujer que tenía tan cerca de mí, y juro que a ella le pasó lo mismo, de tal suerte que al girar nuestras cabezas, ella a su izquierda y yo a mi derecha, quedamos mirándonos fijamente a los ojos y al instante exclamé: ¡¿Valentina?! Ésta, ruborizada hasta los cabellos, asintió. Elena, intrigada con la escena, se nos acercó, y yo, con un inusitado entusiasmo, las introduje: “Elena, te presento a Valentina Vladimirovna, de quien justo te acabo de platicar; Valentina, te presento a Elena, con quien justo me acabo de casar, andamos en nuestro viaje nupcial  –quién sabe quién era la más alborozadamente sorprendida, si Valentina al descubrir que era tan famosa, o Elena al conocer personalmente a una heroína dostoievskiana-.

Elena no se pudo contener y estrujó entre sus brazos, con entusiasmo y alegría, a la no menos dichosa Valentina, a la que invitamos a cenar esa noche, pero ella, con inaudito buen gusto y clase, se negó con un terminante acento castizo: “No quiero hacer mal tercio”.

Afortunadamente no constituye ninguna tragedia lo más inverosímil que me ha ocurrido en la vida, sino todo lo contrario, como ustedes habrán comprobado.

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