El miércoles 15 de marzo, trotando a la altura del kilómetro cinco del circuito de siete de la presa de El Palote, una dama se me aproximó por la izquierda y colocando sutilmente su mano derecha sobre mi espalda me espetó: “¡Vamos, señor, muy bien, ya casi acabamos!”. Le respondí con mi mejor sonrisa y ella se adelantó, dejándome atrás. La imagen inversa no me la puedo imaginar, pues probablemente hubiera sido interpretada en estos días como acoso. Pocos metros adelante se detuvo para intercambiar saludos con una amiga que corría en sentido contrario. Ahora era yo quien la dejaba atrás, lo cual no impidió que me volviera a alcanzar casi de inmediato y me preguntara ¡por mi edad! Setenta y tres, le contesté con un dejo de orgullo, a lo que ella respondió: “¡Qué bárbaro!, ojalá Dios me dé piernas para aguantar tanto”, y al instante desapareció dejándome dando vueltas sobre mi propio eje.
Este parque es lo que más me ha gustado en la ciudad de León, en la que en julio próximo cumpliremos ya veinte años de habernos establecido, si no es que sea la única razón por la que aún permanezco aquí, qué le vamos a hacer. Quizá sea el lugar donde más tiempo he permanecido después de la casa, ya que desde que llegamos no he dejado de frecuentarlo regularmente. Claro que ahora soy un 55% más lento de lo rápido que era hace dos décadas, pero aún así lo disfruto enormemente. Llevo desde entonces un registro riguroso de todas mis visitas y ese día, el 15 de marzo, completé mi vuelta número 1145 alrededor de la presa, lo cual da un gran total de 8015 kilómetros, equivalentes a 2.52 veces la frontera entre México y Estados Unidos o una quinta parte de la circunferencia de la Tierra.
Ni la paroxetina ni la olanzapina contribuyen tanto al bienestar del espíritu como las endorfinas generadas con el ejercicio terciado, y si a esto añadimos que desde finales del año pasado me acompaña mi querida Elena (cada quien corriendo a su paso, claro, si no cómo se explican esas peligrosas aproximaciones que arriba describo) la jornada es completa y doblemente satisfactoria.
¡Viva El Palote!, que tanto ha contribuido a mi bienestar físico y emocional, aunque esto último no pareciera del todo cierto, y si no, que le pregunten a mis adversarios, como les llama el Gran Imbécil de Palacio a sus enemigos.
Disculparán que incluya la enésima imagen de este paraíso incomparable.
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