lunes, 3 de octubre de 2022

Soy un discapacitado mental

… sintió, como nunca hasta entones, que el estado de no saber y no sentir propio de los muertos era lo más cercano a la felicidad total.

The master, Colm Tóibín

Hace aproximadamente tres años, una lectora española me diagnosticó discapacidad mental (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2019/09/un-libro-sin-atributos.html), lo hizo “samaritanamente” mencionando el libro del novelista y periodista irlandés Colm Tóibín The master / Retrato del novelista adulto, no con el afán de que superara yo mis deficiencias, sino simplemente para confirmarlas, y me profetizaba que me “perdería” leyéndolo. Ella tomó la recomendación del foro Zona Fantasma del recientemente fallecido Javier Marías, acontecimiento que precisamente hizo que trajera al presente este curioso y olvidado incidente.

Pues bien, buscando algo que leer de la autoría de Marías, preferí tomar al toro por los cuernos y aceptar el reto de mi corresponsal, que ignoro hasta qué punto pudo haberme impactado, toda vez que lo hice más de tres años después, aunque, por supuesto, toda crítica cala, sobre todo cuando uno se cree indemne a ella.

No me “perdí” en la lectura del Retrato del artista adulto, juguetón titulo que se contrapone con el Retrato del artista adolescente, de James Joyce, aunque nada tenga que ver con él, sino más bien con una especie de biografía novelada del escritor norteamericano migrado a Europa Henry James. Interesantísima. En ella nos relata Tóibín los celos de James hacia Oscar Wilde, reconocido poeta y dramaturgo irlandés: en tanto que aquel fallaba estrepitosamente con su primera obra teatral, Guy Domville, Wilde triunfaba clamorosamente con las suyas en distintos teatros de Londres, y abunda un poco en el drama de Oscar, perseguido por la mojigatería de su país y época.

La novela abunda en flashbacks que nos transportan a diferentes etapas en la vida del autor “biografiado”. Así, nos enteramos cómo una encantadora prima de Henry, Minny, pone en aprietos al padre del primero, del mismo nombre, recriminándole sutilmente su misoginia, al considerar el tío más inteligente al hombre que a la mujer, y poniendo Minny en ridículo a tal tío, en un arranque de feminismo muy adelantado a su época. Sencillamente, sublime. En otra parte del libro, Colm también describe con maestría la unicidad absoluta del ser humano en su relación con cualquier otro, a raíz de la visita que uno de los personajes de la obra realiza a unos soldados heridos en batalla, y su afortunada  incapacidad, en este sentido, de experimentar el dolor de los demás. Sentimientos muy propios estos de la esencia humana.

En una de las secciones más largas del libro, si no es que la más, Tóibín se regodea con los sufrimientos de Henry James con su servidumbre, los Smith, uno como mayordomo y su esposa como cocinera, hasta que, víctimas de alcoholismo ambos, termina por correrlos de su casa, no sin antes haberlos indemnizado generosamente, indemnización que seguramente no iba a alcanzarles más que para terminar ahogados en su propio vicio. Impresionado tal vez por experiencias propias, el lector llega a identificarse solidariamente con los pesares de James.

 El autor habla más que nada de la vida social de Henry y la forma en que llega a relacionarse con una pléyade de artistas -pintores, escultores, músicos, autores- de su época, pero muy especialmente de una, su queridísima amiga, también novelista, Constance Fenimore Woolson, que terminará trágicamente su vida, y a la que Colm Tóibín dedicará no únicamente largas secciones de su libro, sino capítulos enteros. Y todo esto en el esplendoroso marco de Venecia y desde la perspectiva de James, que nunca dejó de sentirse culpable por la muerte de dicha amiga.

La novela termina describiendo la larga visita que su hermano William, reconocido psicólogo y filósofo norteamericano, hace a su hermano con todo esposa e hija, viajando desde Boston, donde aquel es un respetadísimo catedrático en Cambridge, hasta Rye, el pueblo inglés donde Henry reside. En este capítulo se desvelan las desconcertantes e increíbles tendencias espiritistas que tanto William como su esposa Alice poseen y de las que la hermana de ambos James, otra Alice, ya fallecida, era crítica acerba y objeto de sus burlas e incredulidad, pero a Henry le juran que se han comunicado con sus fallecidos padres y que ambos les han encarecido el cuidado del novelista.

Entendí cabalmente y me deleitó mucho este extraordinario retrato de Henry James, independientemente de lo que opine mi corresponsal extranjera, para la que no guardo más que un profundo agradecimiento por tan enriquecedora “recomendación”.  

Por lo demás, mi discapacidad mental sigue progresando glamorosamente, pues ya olvido hasta las cosas que aún ni siquiera ocurren. Mal de Alice y Jaime, le llaman algunos, muy propio de la avanzada edad -73 años- a la que en pocos días arribaré.

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