martes, 24 de septiembre de 2019

Un libro sin atributos

A raíz de la crítica que hice dos años atrás del libro La vida y las opiniones del caballero Tristram Shandy,  de Laurence Sterne (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2017/07/tristram-shandy.html), y del trabajo de traducción al español de la misma obra por parte del escritor ibérico Javier Marías, me cayó, casi año y medio después y sin esperarla, la siguiente réplica (tipo “zanahoria y garrote”) en facebook de una tal Trinitat Caballé Horta (respeto redacción original): “Parece una persona inteligente, porque sabe escribir, lo demás me parece una exposición de mal gusto. ¿Pertenece usted a la Real Academia Española? ¿Cuántos libros ha escrito? Y si alguno ¿A cuántas lenguas traducido? Javier Marías es un monstruo literario no hay escritor alguno que le pueda. Sus libros y los que recomienda (en su ‘Zona Fantasma’) son magníficos nunca ninguno me ha de decepcionado. Usted tiene muy poca capacidad mental para leer novelas. Estoy leyendo 'The Master' ‘Retrato de un novelista adulto’ de Colm Tóibín, aconsejado por Javier Marías y por cuanto usted dice de sí mismo, se perdería leyéndolo. Hay que tener muchas conecciones (sic) mentales para leer buenos libros. La simpleza es la que la mayoría quiere.”

A riesgo de volver a incurrir en el mismo pecado y quedar expuesto al público vituperio por atacar a otra vaca sagrada de la literatura universal, quiero esta vez referirme a El hombre sin atributos, de Robert Musil, libro del que ya había dado noticia cuando me fue negado su préstamo en la Biblioteca Central Estatal Wigberto Jiménez Moreno, del Fórum Cultural Guanajuato, siendo necesaria una muy posterior adquisición de su versión electrónica al no estar ésta disponible en aquel tiempo (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2019/07/archivo-muerto.html).

De acuerdo a los caprichosos estándares de la señora Caballé, soy un iletrado Don Nadie con discapacidad mental, pero si un maldito libro no me gusta, pues no me gusta y san se acabó, pero que conste que me esfuerzo hasta lo indecible. Además, a manera de refutación a tan distinguida dama por mi falta de méritos, pues no soy miembro de ninguna academia (lo que quizá no sea tan ignominioso, especialmente tratándose de la española) ni he escrito libro alguno ni, consecuentemente, he sido traducido a otra lengua, bastaría decirle que para degustar un buen melón no necesito de saber cultivarlos, como tampoco para lamentarme por uno malo. Pero volvamos al libro de Musil.


El primer volumen de la obra, que consta de dos, fue publicado en 1930, parte del segundo en 1933, pero el trabajo quedó inacabado, pues la muerte sorprendió al escritor en 1942,  siendo publicado el resto póstumamente en 1943, con lo que Musil había dejado escrito pero sin publicar -y en muchos casos con enmendaduras- por aquí y por allá. Todo esto fue reunido posteriormente en una sola edición en papel de 1,555 páginas y su equivalente electrónico de 1,853, que fue el que yo leí.

La trama de la novela es insulsa: un grupo de nobles, intelectuales, burgueses, aristócratas y hasta un general del ejército se reúnen para conformar la llamada Acción Paralela o Patriótica, destinada a honrar, no se sabe de qué manera, el setenta aniversario de la entronización en el Poder del emperador de Kakania (Imperio Austro-Húngaro) Francisco José. Y en este ambiente transcurren muchos de los avatares de los personajes, sin mayor pena ni gloria. Uno de ellos es Ulrich, el hombre sin atributos, un matemático de vida más bien ociosa, que se dedica, junto con el autor omnisciente, a disquisiciones sicológico-filosóficas sobre -entre otros temas- la genialidad, el amor y los sentimientos, en un lenguaje por demás embrollado y abstruso. Varias veces, durante la lectura del libro, estuve tentado a apagar mi tableta y tirarla a la basura, dando por terminada la empresa, pero el gusanillo de perderme de algo de valor dentro de uno de los “cien mejores libros de todos los tiempos” en una de las mil listas que para el efecto existen, me impulsó a llegar hasta el final.

Y no es que el libro no contenga media docena de pasajes realmente interesantes y hasta poéticos que a uno le llevan a decir prematuramente “valió la pena”, como el de los amores incestuosos entre Ulrich y su hermana Agathe, sino que, para las dimensiones del libro y el tiempo invertido en su lectura (poquito más de tres meses me tomó a mí), es demasiado escaso. O quizá sea mi “poca capacidad mental para leer novelas” y mis nulas “conecciones (sic) mentales para leer buenos libros” lo que me lleva a afirmar esto y ponerme en evidencia.

Mejor invertir el tiempo, digo yo, en cuatro otras buenas obras de dimensiones medias, que las hay, y no en un libro sin atributos y de dimensiones elefantiásicas. O darle a leer a Bill Gates la edición en papel del mamotreto de Musil para que, a su velocidad de 150 páginas por hora, se lo aviente en diez horas y veintidós minutos y pedirle que me lo platique pasado mañana, al estilo del mítico y legendario Severo Mirón, mediante una cápsula electrónica vía WhatsApp.

No hay comentarios: