A raíz de la crítica que hice dos años
atrás del libro La vida y las opiniones
del caballero Tristram Shandy, de
Laurence Sterne (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2017/07/tristram-shandy.html),
y del trabajo de traducción al español de la misma obra por parte del escritor
ibérico Javier Marías, me cayó, casi año y medio después y sin esperarla, la
siguiente réplica (tipo “zanahoria y garrote”) en facebook de una tal Trinitat
Caballé Horta (respeto redacción original): “Parece una persona inteligente,
porque sabe escribir, lo demás me parece una exposición de mal gusto.
¿Pertenece usted a la Real Academia Española? ¿Cuántos libros ha escrito? Y si
alguno ¿A cuántas lenguas traducido? Javier Marías es un monstruo literario no
hay escritor alguno que le pueda. Sus libros y los que recomienda (en su ‘Zona
Fantasma’) son magníficos nunca ninguno me ha de decepcionado. Usted tiene muy
poca capacidad mental para leer novelas. Estoy leyendo 'The Master' ‘Retrato de
un novelista adulto’ de Colm Tóibín, aconsejado por Javier Marías y por cuanto
usted dice de sí mismo, se perdería leyéndolo. Hay que tener muchas conecciones
(sic) mentales para leer buenos libros. La simpleza es la que la mayoría
quiere.”
A riesgo de volver a incurrir en el
mismo pecado y quedar expuesto al público vituperio por atacar a otra vaca
sagrada de la literatura universal, quiero esta vez referirme a El hombre sin atributos, de Robert
Musil, libro del que ya había dado noticia cuando me fue negado su préstamo en
la Biblioteca Central Estatal Wigberto Jiménez Moreno, del Fórum Cultural
Guanajuato, siendo necesaria una muy posterior adquisición de su versión
electrónica al no estar ésta disponible en aquel tiempo (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2019/07/archivo-muerto.html).
De
acuerdo a los caprichosos estándares de la señora Caballé, soy un iletrado Don
Nadie con discapacidad mental, pero si un maldito libro no me gusta, pues no me
gusta y san se acabó, pero que conste que me esfuerzo hasta lo indecible.
Además, a manera de refutación a tan distinguida dama por mi falta de méritos, pues
no soy miembro de ninguna academia (lo que quizá no sea tan ignominioso,
especialmente tratándose de la española) ni he escrito libro alguno ni,
consecuentemente, he sido traducido a otra lengua, bastaría decirle que para
degustar un buen melón no necesito de saber cultivarlos, como tampoco para
lamentarme por uno malo. Pero volvamos al libro de Musil.
El
primer volumen de la obra, que consta de dos, fue publicado en 1930, parte del
segundo en 1933, pero el trabajo quedó inacabado, pues la muerte sorprendió al
escritor en 1942, siendo publicado el
resto póstumamente en 1943, con lo que Musil había dejado escrito pero sin
publicar -y en muchos casos con enmendaduras- por aquí y por allá. Todo esto
fue reunido posteriormente en una sola edición en papel de 1,555 páginas y su
equivalente electrónico de 1,853, que fue el que yo leí.
La
trama de la novela es insulsa: un grupo de nobles, intelectuales, burgueses,
aristócratas y hasta un general del ejército se reúnen para conformar la
llamada Acción Paralela o Patriótica, destinada a honrar, no se sabe de qué
manera, el setenta aniversario de la entronización en el Poder del emperador de
Kakania (Imperio Austro-Húngaro) Francisco José. Y en este ambiente transcurren
muchos de los avatares de los personajes, sin mayor pena ni gloria. Uno de
ellos es Ulrich, el hombre sin atributos, un matemático de vida más bien ociosa,
que se dedica, junto con el autor omnisciente, a disquisiciones
sicológico-filosóficas sobre -entre otros temas- la genialidad, el amor y los
sentimientos, en un lenguaje por demás embrollado y abstruso. Varias veces,
durante la lectura del libro, estuve tentado a apagar mi tableta y tirarla a la
basura, dando por terminada la empresa, pero el gusanillo de perderme de algo
de valor dentro de uno de los “cien mejores libros de todos los tiempos” en una
de las mil listas que para el efecto existen, me impulsó a llegar hasta el
final.
Y no es
que el libro no contenga media docena de pasajes realmente interesantes y hasta
poéticos que a uno le llevan a decir prematuramente “valió la pena”, como el de
los amores incestuosos entre Ulrich y su hermana Agathe, sino que, para las
dimensiones del libro y el tiempo invertido en su lectura (poquito más de tres
meses me tomó a mí), es demasiado escaso. O quizá sea mi “poca capacidad mental
para leer novelas” y mis nulas “conecciones (sic) mentales para leer buenos
libros” lo que me lleva a afirmar esto y ponerme en evidencia.
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