Nunca había dejado de correr por un periodo tan largo en los últimos 43 años, ni con mucho. El estado de ánimo y la edad contribuyen desgraciadamente a que así sea. Sin embargo, hoy, después de 366 días sin hacerlo y varios meses más antes de ello, invité a Elena a unírseme y visitar el esplendoroso Parque Metropolitano de la presa de El Palote, ella para caminar a todo lo largo de la cortina y yo para trotar sin detenerme los siete kilómetros de que consta el circuito, y todo, a un tris de cumplir los 73 el próximo sábado. Y lo conseguí, lo que prueba que la enorme regularidad que mostré a lo largo de décadas en esta actividad provoca que la condición física no se pierda, a pesar del largo año transcurrido desde la última vez que lo hice.
Por mi tiempo para cubrir la distancia, mejor ni pregunten. Baste decir que yo sentí como que había hecho mucho menos de lo que el cronómetro me mostró al final del trayecto, y esa sensación se debió a la constancia de mi paso y a no haberlo detenido un solo instante, sintiéndome como un supermán cuando terminé la distancia y como la tortuga de Aquiles cuando miré el reloj, pero como a aquélla, Aquiles nunca me dio alcance y yo arribé triunfante a la meta.
Y ahora, a esperar que la dedicación, el carácter y las endorfinas coadyuven a superar la proverbial y veleidosa melancolía, que he hecho mi compañera de ruta durante tantísimos lustros (ya casi quince).
Les obsequió una hermosa vista del privilegiado lugar que la naturaleza me regaló para la consecución de mis objetivos, y les envío un cariñoso saludo.
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