martes, 20 de septiembre de 2022

Trotski

Con frecuencia me ocurre que cuando escucho el nombre de un personaje histórico, ignorante como soy, me pegunte yo qué sé realmente del aludido. Me ocurrió ahora con Leiv Davídovich Trotski. Fuera de ser un revolucionario enemigo acérrimo de Stalin, exiliado en México y muerto con un piolet por el republicano español Ramón Mercader en Coyoacán, ignoraba yo prácticamente todo, hasta que me hice con el libro El hombre que amaba a los perros (Tusquets, 2013), de Leonardo Padura. ¡Extraordinario!

Se trata de la novela de una novela narrada en primera persona por un autor apócrifo y omnisciente, Iván Cárdenas Maturell, y dada a conocer al mundo por su amigo íntimo, también apócrifo, Daniel Fonseca, quien lo explica así en el capítulo final del libro, intitulado Réquiem.

Iván es un escritor frustrado que nunca acaba de dar forma a su obra magna, lo que lo lleva a describirse a sí mismo no como un perdedor, sino como un derrotado (me fascinó la sentencia). Sin embargo, tiene la fortuna de conocer casualmente en una playa cubana a Jaime López, quien con la suficiente confianza adquirida a lo largo de varios encuentros -casuales unos, más o menos formales los otros- termina por sincerarse con Iván, el cual ya no abriga ninguna duda de que realmente se ha estado entrevistando con el mismísimo Ramón Mercader, verdugo de Trotski. Sin embargo, queda pendiente una última entrevista a la que Jaime ya no llega, víctima de una serie de males que lo llevan finalmente a la muerte.

Cinco años después, cuando ya Iván tenía olvidado a López, una mujer acude a entregarle unos papeles escritos por éste donde su personalidad termina por develarse, y aunque hizo jurar a Iván que a nadie más le contaría su historia, Cárdenas Maturell avizora el relato como la obra que lo puede catapultar fuera de su pobre condición de autor mediocre. Tiempo después cae en sus manos un libro escrito por Luis Mercader, hermano menor de “Jaime López”, con ayuda del periodista Germán Sánchez, que libera a Iván de cualquier escrúpulo para no dar a conocer su versión de Ramón Mercader. Aún más tarde lo visita el negro encargado de la seguridad de Mercader y del que éste se hacía siempre acompañar a la playa junto con sus dos perrazos borzoi (galgos rusos), de aquí “el hombre que amaba a los perros”, como se refiere Iván a Ramón.

Ni así pudo dar a conocer Cárdenas Maturell su historia sobre Ramón Mercader, pues el techo de su casa le cayó encima mientras dormía, descubriéndolo su amigo Daniel Fonseca después de infructuosos días de búsqueda, hasta que un fétido hedor lo hizo forzar la puerta de su casa para encontrarlo ahí muerto junto con su perro Truco.

Fue finalmente Daniel quien se encargó de dar a la luz la historia de terror de Ramón Mercader y adláteres, Stalin incluido, no únicamente el renegado Trotski.

Si alguien quiere conocer un poco más a fondo las atrocidades de toda esta escoria, debe leer esta novela histórica que relata los crímenes por ella perpetrados en nombre de la Revolución que redimiría al mundo entero, y de la que ni ellos mismos estaban convencidos, pues bien sabían que el hambre de Poder era lo único que los movía y que para ello tenían que vivir de y para la mentira.

El Sepulturero de la Revolución llegó a llamar Trotski a Stalin en sus narices, y así le fue, pero tan asesino el uno como el otro. Al igual que Ramón Mercader, al que sólo para probarlo lo obligaron a acuchillar a un pordiosero desvalido, además de, muchos años después, saber de primera mano de los asesinatos de los hijos de Trotski y de miembros de su propia familia (de Mercader, pues) a manos de su mentor ruso, a quien al final de la novela Mercader le espeta que ya no lo vuelva a llamar, que ya está hasta la madre de tanta mierda.

¡Líbrenos Luzbel de los autócratas!

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