Mi amigo Gonzalo se carcajeó cuando le dije hace muchos años que yo ordenaba los billetes en mi cartera por denominación (de mayor a menor), de nuevos a viejos, con el anverso al frente, la ilustración “de pie” y, cuando dos piezas coincidían en estas características y fueran igualmente nuevas o estuvieran igualmente desgastadas, por número descendente de serie, “virtud” que conservo hasta la fecha. Ya imaginarán ustedes las manías que en otros “órdenes” de la vida observo yo, pero ninguno tan marcado como en la escritura.
Es un verdadero gozo -para nada abyecto como el descrito en el párrafo anterior- ir acomodando en una hoja en blanco letra tras letra, palabra tras palabra, frase tras frase y, por yuxtaposición, ideas completas que previamente hemos ido ordenando en nuestra mente. El resultado puede llegar a ser repelente, como en el presente caso, pero para el amanuense constituye un juego seguir estos dictados del espíritu, consolidando con ello un escrito que muy probablemente nos alejará de nuestra depresión, y por qué no, tal vez hasta produzca una felicidad auténtica.
Por lo menos es como yo me la proporciono de vez en cuando, y en ocasiones me suele durar varias horas, vamos, como una droga, a pesar de que sé que no han de ser muchos los que me lean, como sí ocurría cuando escribía para el periódico, pero nada le hace, pues el lector más fiel que tengo soy yo mismo, sobre todo cuando siento que algo no me ha salido del todo mal, ya que así me leo y releo hasta la náusea, compensando con ello los lectores de que carezco. Quizá sea yo muy onanista, pero desde que esto dejo de ser pecado hace varios Concilios, lo practico con singular entusiasmo, pues a nadie le hago daño, ni siquiera a mí mismo. Por el contrario, mi ego y confianza en mí se fortifican.
No quiero imaginar todo lo que lo anterior representa para un gran artista o, imaginándolo, no los culpo por desembocar ello no pocas veces en una gran fatuidad, su trabajo les ha costado. Ha de ser difícil también obtener placer de escribir a diario sobre temas manidos de los que decenas o cientos escriben al mismo tiempo. Leer el periódico debería ser tarea obligada una vez a la semana, no más. Pocas excepciones de tanta solvencia intelectual como Aguilar Camín, íntimo “amigo” de nuestro Presidente, columnista cotidiano y autor de esplendorosas novelas. Pero párenle de contar.
Bueno, no le sigo, sólo quería transmitirles el gusto que representa para mí el tratar de escribir bien. Además, estoy urgido de empezar a leerme.
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