En enero del año pasado leí Hambruna roja / La guerra de Stalin contra Ucrania, de Anne Applebaum, libro prolijo que se centra en la crisis humanitaria provocada por el tirano entre 1931 y 1934 en toda la Unión Soviética, pero especialmente en Ucrania, donde murieron de hambre 3.9 de los al menos cinco millones que lo hicieron en todo el país, fenómeno que entonces -y aun ahora- se conoció como Holodomor (del ucraniano hólod, hambre, y mor, exterminio, nunca mejor empleados ambos términos).
Obra sobrecogedora para todos, empezando por la autora misma, como ella lo reconoció personalmente en una dramática confesión. Pero lo será para cualquiera que se adentre en su lectura. La magnitud de la tragedia le permitió a ella recabar infinidad de datos y testimonios que incluyen, en algunos casos desesperados, hasta el canibalismo, de ese tamaño el genocidio del déspota. Por lo mismo, el texto se vuelve cansino y reiterativo, pero no por ello menos aterrador.
El libro que acabo de leer ahora de ella misma, El Ocaso de la democracia / La seducción del autoritarismo, resulta, en cambio, encantador, a pesar del fatalista título, pues está escrito con un estilo desenfadado que atrapa al lector desde el inicio. Se lee de un tirón de principio a fin. Resulta interesantísimo enterarse -como si no lo supiéramos ya- del parecido que guarda nuestro siniestro presidente con tiranos de la calaña de los Kaczyński, en Polonia (donde la autora norteamericana reside, casada con un diplomático del país) o de Viktor Orbán, en Hungría, Matteo Salvini, en Italia, y Santiago Abascal, en España. O hasta de Donald Trump y Boris Johnson. Todos ellos miembros egregios del conservadurismo, que nuestro héroe dice odiar tanto y contra el que despotrica todas las mañanas.
Me causó particularmente gracia enterarme que Kaczyński valoraba más la lealtad que la capacidad técnica. Pero, por favor, lean el libro para que no les quede ninguna duda de que contamos con un “líder” autoritario, nacionalista, populista, derechista, conservador y pende…nciero, como diría el ínclito Héctor Aguilar Camín.
Por cierto, y para finalizar, ya no me envíen el libro ¡Absalón, Absalón!, de mi admirado William Faulkner, pues ya me hizo el favor de conseguírmelo mi yerno Juan Martín, el cual atesoraré con el mayor de los cariños toda la vida (el libro, ¿eh?).
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