Independientemente de quien sea Citlalli Hernández -senadora con licencia y secretaria general de Morena-, fue una de las pocas mujeres dentro de ese partido que se opuso desde un principio a la candidatura de Félix Salgado Macedonio a la gubernatura de Guerrero, por lo que los ataques ad hominem del descerebrado y minusválido moral Ricardo Benjamín Salinas Pliego y, abyectamente, de su no menos descerebrada ex empleada y desleal senadora Lilly Téllez en contra de ella, basados en su obesidad, al llamarla uno “cenadora” y la otra poniéndose con inaudita soberbia como ejemplo de buena alimentación, son de una ruindad vomitiva.
A finales de septiembre de 1996, se me ocurrió jugarle una broma pesada, vía correo electrónico, al desaparecido escritor y comediante Germán Dehesa. Éste se la tomó muy en serio y me respondió de inmediato en su columna Gaceta del Ángel del diario Reforma al día siguiente. Con la misma celeridad le riposté que me había entendido mal, que era tan solo una broma. Un día después se disculpó por escrito con su audiencia por haber sobre reaccionado, diciendo que había andado muy chípil esos días, y que en prueba de su buena voluntad muy bien podría yo ¡invitarlo a comer! Enseguida tomé el teléfono y me comuniqué con su asistente, quien acordó conmigo la fecha del jueves 10 de octubre de 1996 en el restaurante La Cava, al sur de la Ciudad de México, donde servían, me mandaba decir Germán, unas suculentas codornices.
El día acordado llegué con antelación al referido comedero. Cuando lo hizo Dehesa, en compañía de su guitarrista Caíto, ya fallecido también, vi cómo aquel platicó unos momentos con el capitán: lo estaba instruyendo para que por ningún motivo me fuese a llevar la cuenta a mí una vez finalizada la tertulia, a pesar de haberlo instruido yo exactamente en los mismos términos, pero como donde manda fama no gobierna opacidad…
Germán Dehesa se disculpó conmigo por el retraso, pero venían de grabar El ángel de la noche para el canal 40, donde habían tenido de invitado especial al presidente del PAN, Felipe Calderón Hinojosa. Se sentaron a la mesa y Caíto comentó que nunca imaginó que Calderón fuera tan desinhibido, al arrebatarle la guitarra y entonar de su ronco pecho. Antes de que se me olvidara, le pedí que le dedicara a mi esposa la copia de su libro Fallaste, corazón que llevaba conmigo y que Elena me encomendó mucho. Le puse una foto de ella enfrente para que se inspirara y le dio vuelo a la pluma (ver imagen adjunta). Acto seguido, ordenamos las codornices, y al notar Germán que yo insistía en utilizar cubiertos para deglutirlas, me dijo: “Maestro, con esto es necesario batirse de lo lindo, yo te recomendaría que utilizaras tus manitas”. Y así lo hice.
Nos comentó que en días pasados lo había mandado llamar el secretario de Hacienda, Guillermo Ortiz Martínez, para invitarlo a desayunar en Palacio y comentar una columna que levantó ámpula por aquellos días y fue popularísima entre los lectores del diario y aun entre quienes no lo eran. Obviamente era en contra de Hacienda, y Germán se asustó mucho. Pero el desayuno transcurrió entre bromas y se dio en muy buenos términos. Nos comentó que le dijo a Ortiz que ya sabía cómo se la gastaban en Hacienda cuando algo no le gustaba al Gobierno federal, y le recordó el episodio de meses atrás con Juan Francisco Ealy Ortiz, director general de El Universal, que fue incluso llevado a prisión por defraudación fiscal. “Ah -le respondió Ortiz-, ¿ahora te vas a poner también a defender a ese delincuente?”
Pero el relato que más me fascinó fue el del convivio que Dehesa tuvo, ya no recuerdo por qué motivo, con varios otros personajes de la misma fama, presentables y de baja estofa, donde, para su mala fortuna, quedó justo enfrente de uno de los del segundo tipo, Salinas Pliego, compartiendo el pan y la sal y, claro, también la bebida, esa que hace sentir muy valientes a los cobardes. De repente, ya con una dosis generosa de alcohol recorriéndole las venas, Ricardo Salinas, sin levantarse, encaró a Germán Dehesa y con la vista fija en él lo señaló vulgarmente con el dedo índice a plena cara y le dijo:
- ¡Yo a usted lo odio!
- Yo a usted no -le respondió Dehesa impertérrito-, yo sólo odio a mis semejantes.
Qué mejor manera de responder a un insolente borracho, cobarde y agresor de género como Ricardo Benjamín Salinas Pliego. Lo inconcebible es que gente que se cree muy ética e insobornable se pliegue servilmente a sus caprichos, y todavía se ufane como periodista independiente y de sólidos principios.
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