El escritor Guillermo Fadanelli escribe
todos los lunes una columna cultural en El
Universal. Me identifico mucho con él, pues seguido relata cosas parecidas
a las que yo les envío, aunque, claro, él es un intelectual reconocido y yo soy
un pobre pendejo. Frecuentemente cita la novela Última salida para Brooklyn, del autor de culto Hubert Selby Jr.
Desde un principio tomé nota de ella y la puse dentro de la lista de pendientes
a leer, es más, la busqué de inmediato en Amazon, pero no estaba disponible en
español, ni en papel ni en formato digital, e ignoraban si algún día volvería a
estarlo. Me olvidé de ella.
Como Fadanelli hubiera vuelto sobre el tema un par de veces más, me dispuse a conseguirla como fuera, hasta encontrarla en un sitio de Internet que la ofrecía en formato kindle al ridículo precio de 109 pesos, pero me la enviaron en un paquete que nomás no pudo reconocer mi tablet, por lo que solicité la devolución de mi dinero, pero ellos insistieron y me la enviaron en formato PDF que, dijeron, podría leer con mi kindle, y fue así como me inicié en el culto de esta maravillosa obra.
El libro consta de varias historias independientes que se interconectan tan solo por los personajes que se mueven entre ellas, y describe la sórdida vida de Nueva York, en particular de Brooklyn. El Nueva York no exclusivo de aquellos años, pues todavía hasta tiempos recientes ocurrían ahí cosas terribles, como la de la joven corredora que se atrevió a salir a trotar a una hora inapropiada en las inmediaciones del Parque Central y fue atacada y violada tumultuariamente por una turba de negros que la dejaron inconsciente y malherida. El Nueva York del hoy tristemente célebre Rudolph Giuliani, que lo llevó a decretar la mundialmente famosa tolerancia cero y que le acarreó en la época que fue alcalde de la ciudad reconocimiento internacional. Hasta a nosotros nos vino a asesorar cuando nuestro actual canciller y nuestro hoy Presidente lo mandaron llamar cuando medraban solo en el entonces Distrito Federal, hoy flamante Ciudad de México, y necesitada más que nunca de la referida tolerancia cero.
Pues bien, Selby nos describe con lujo de detalle en su libro las bacanales y orgías que se daban en los barrios bajos de la gran urbe; alguna otra fiesta en apariencia inocente; las correrías de jóvenes delincuentes, mujeres incluidas, que violan flagrantemente la ley, y lo mal que termina una de ellas en escenas descarnadas y descritas con crudeza inaudita; agresiones a marinos y soldados de farra por parte de mozalbetes que los esquilman y medio matan; enfrentamientos con policías, y el sublime relato -la historia más larga- de una huelga obrera, con todos los vicios, marrullerías y trampas que generalmente se dan en estas “luchas” sindicales, tanto de la parte trabajadora como de la empresarial. Me hizo pensar muchísimo en nuestro México. En el transcurso de esta historia se hace la reseña explícita de relaciones homosexuales inimaginables, de violencia intrafamiliar y hasta de perturbadora pederastia.
Por todo lo anterior, la novela llegó a ser prohibida en Inglaterra por obscena, justo como algunos años antes lo había sido el Ulises de Joyce en Estados Unidos. En ambos casos, las mojigaterías fueron desechadas y los libros gozan hoy de cabal salud, pues no es lo que se dice, sino la manera magistral como se dice. Más que execrables, los personajes de esta trama son merecedores de una infinita conmiseración.
Sin duda, es el libro más “sucio” que he leído en mis más de siete décadas de existencia, pero ¡ah, cómo lo desfruté! Una auténtica obra de arte. Además, la traducción es impecable, pues la obra pereciera originalmente escrita en español, y la edición, inmaculada. El relato cumple con las características de un libro de culto y es uno de los mejores que he leído en mi vida.
Con lo anterior no pretendo convencer a nadie, ni siquiera mejorar la posición del texto dentro de la lista de los más vendidos de Amazon (lugar 82,998), sino más bien demostrar con esto último que el libro vale la pena leerse. Las llamaradas de petate son eso, llamaradas de petate, figuran en los primeros lugares de dichas listas un par de días y desaparecen para siempre.
He dicho.
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