Para
leerse escuchando Somewhere in time
en YouTube, o aun sin leer esto,
pues.
Después de más de 90 días de clausura
por la contingencia pude ir a correr de nuevo al Parque Metropolitano de la presa
de El Palote, en León, Guanajuato, justo cuando acabamos de cumplir 17 años de
nuestra llegada a la ciudad. En lo personal, siempre me he sentido un
desarraigado aquí. Sin embargo, lo que ha salvado mi permanencia en la
localidad es este maravilloso lugar de ensueño que rodea a la presa a lo largo
de siete kilómetros, y que en ciertos tramos parece bosque y en otros tantos la
mismísima playa, así de contrastante. Cuando llegamos contaba yo 54 años de
edad e iba a trotar ahí cada tercer día, lunes y miércoles una vuelta y los
viernes dos, ¡14 kilómetros! Y así durante muchos años, y era yo bastante
veloz. Muchas veces la gente me detenía para hacérmelo notar, al ver el empeño
que ponía yo en ello.
Con el paso de los años y acercándome
con la misma celeridad a los 71, obviamente mi ritmo ha disminuido mucho, pero jamás
he dejado el ejercicio. Por eso me dolió tanto que cerraran el sitio por la
pandemia, pues no corría ahí desde el 23 de marzo, y me tuve que refugiar en un
aburrido jardín enfrente de la casa en el que uno tiene que dar vueltas como
mayate para completar la misma distancia. ¡Deprimente!
La entrada al parque es con
restricciones: previa cita, cubre bocas, recorrido en un solo sentido, sin
escupir, sana distancia… pero el sitio es incomparablemente placentero, con el
vaso de la presa simulando un inmenso lago y con la fauna que acompaña a un
lugar tan privilegiado. Hace algún tiempo completé las mil vueltas alrededor de
la presa en estos 17 años de estancia y he de estar ya bien instalado en la
segunda centena de un millar adicional.
Claro que la nostalgia pega de una
manera gacha. En primer lugar, porque ya no es uno el de antes, y después, por
los malditos tiempos que nos están tocando vivir. Antes completaba yo la
distancia de 14 kilómetros en poquito más de una hora, y los siete en 31
minutos. Ahora, ya ni veo el reloj, ¿para qué? Pero el incomparable deleite de
ir a correr en ese inigualable paraíso nadie nos lo puede regatear, ni siquiera
el malhadado coronavirus.
El miércoles pasado, cuando regresé de
correr a la casa, después de cuatro meses de no hacerlo en El Palote (como lo
conocemos en la familia), tanto Elena como los hijos notaron el cambio: “Te
sienta bien ir al único lugar que te mantiene atado a este rancho, ¡qué bueno!”,
exclamaron al unísono.
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