jueves, 23 de julio de 2020

Pide al tiempo que vuelva

Para leerse escuchando Somewhere in time en YouTube, o aun sin leer esto, pues.

Después de más de 90 días de clausura por la contingencia pude ir a correr de nuevo al Parque Metropolitano de la presa de El Palote, en León, Guanajuato, justo cuando acabamos de cumplir 17 años de nuestra llegada a la ciudad. En lo personal, siempre me he sentido un desarraigado aquí. Sin embargo, lo que ha salvado mi permanencia en la localidad es este maravilloso lugar de ensueño que rodea a la presa a lo largo de siete kilómetros, y que en ciertos tramos parece bosque y en otros tantos la mismísima playa, así de contrastante. Cuando llegamos contaba yo 54 años de edad e iba a trotar ahí cada tercer día, lunes y miércoles una vuelta y los viernes dos, ¡14 kilómetros! Y así durante muchos años, y era yo bastante veloz. Muchas veces la gente me detenía para hacérmelo notar, al ver el empeño que ponía yo en ello.

Con el paso de los años y acercándome con la misma celeridad a los 71, obviamente mi ritmo ha disminuido mucho, pero jamás he dejado el ejercicio. Por eso me dolió tanto que cerraran el sitio por la pandemia, pues no corría ahí desde el 23 de marzo, y me tuve que refugiar en un aburrido jardín enfrente de la casa en el que uno tiene que dar vueltas como mayate para completar la misma distancia. ¡Deprimente!

La entrada al parque es con restricciones: previa cita, cubre bocas, recorrido en un solo sentido, sin escupir, sana distancia… pero el sitio es incomparablemente placentero, con el vaso de la presa simulando un inmenso lago y con la fauna que acompaña a un lugar tan privilegiado. Hace algún tiempo completé las mil vueltas alrededor de la presa en estos 17 años de estancia y he de estar ya bien instalado en la segunda centena de un millar adicional.


Claro que la nostalgia pega de una manera gacha. En primer lugar, porque ya no es uno el de antes, y después, por los malditos tiempos que nos están tocando vivir. Antes completaba yo la distancia de 14 kilómetros en poquito más de una hora, y los siete en 31 minutos. Ahora, ya ni veo el reloj, ¿para qué? Pero el incomparable deleite de ir a correr en ese inigualable paraíso nadie nos lo puede regatear, ni siquiera el malhadado coronavirus.

El miércoles pasado, cuando regresé de correr a la casa, después de cuatro meses de no hacerlo en El Palote (como lo conocemos en la familia), tanto Elena como los hijos notaron el cambio: “Te sienta bien ir al único lugar que te mantiene atado a este rancho, ¡qué bueno!”, exclamaron al unísono.

Por eso le pido al tiempo que vuelva, no tanto por mis viejas glorias como por volver a disfrutar del cielo a todas mis anchas.

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