Lo que me llevó a dejar Hacienda, además
de la crisis personal y el deprimente ambiente burocrático, fue el anuncio en
el periódico con el que IBM trataba de allegarse recién graduados o pasantes en
distintas áreas académicas para becarlos y encaminarlos en la carrera de
proceso de datos. El examen de selección de estos becados se había llevado ya a
cabo en las instalaciones del cine Roble y a él acudieron alrededor de
quinientos aspirantes. Los resultados con los que se seleccionaría a una
veintena de jóvenes serían dados a conocer pocos días después. Mientras me
aburría en Hacienda, recordaba que entre los múltiples bandazos que di por
aquella época estaba el de haber acudido a las oficinas del Gigante Azul en Mariano Escobedo a
presentar exámenes en el departamento de personal. Tímidamente acudí a
solicitar que se me tomara en consideración para la elección final de becarios
y que entendería que si no se hiciera así, era por haberme presentado a
destiempo. Me pidieron esperar en recepción mientras ellos revisaban mi
expediente. Poco después bajó una amable empleada y me preguntó que si tenía
tiempo en esos momentos de ya únicamente presentar los exámenes de inglés, a lo
que con regocijo respondí afirmativamente. Un par de días más tarde me llamaron
a la casa para comunicarme que había sido uno de los 19 afortunados, entre los centenares
que presentaron el examen, en ser elegido como becario de IBM de México. El
regocijo personal y familiar fue grande. Frisaba yo los 26 años de edad.
La beca inició el lunes 4 de agosto de
1975, hace casi 45 años, y desde el principio sentimos yo y mi deplorable
estado de ánimo el intolerable ambiente de competencia que se respiraba entre
los compañeros. Cuatro de ellos fueron “invitados” a abandonar el programa por
bajo rendimiento durante los primeros días y, antes de que a mí me lo
propusieran, pedí hablar con el coordinador de la beca para comunicarle mi
decisión de marcharme por voluntad propia. Esta persona, a la que le vivo
eternamente agradecido, cambió mi destino. “¿Ya olvidaste –me dijo- el video de
Vince Lombardi que les proyectamos hace poco? ¿El del segundo esfuerzo? Tú te
estás derrotando a la primera oportunidad. Toma tus manuales, vuelve al salón y
¡vamos por ese segundo esfuerzo!” Trabajé para IBM por más de veinte años, la
época más lúcida y lucida de mi existencia.
Tiempo después supe que, previo a la
beca, hicieron un estudio cuidadoso de todos nuestros antecedentes para
determinar a quiénes de nosotros no se podrían dar el lujo de perder, y fue así
como al final seleccionaron, dentro de esos 19, a los siete a los que nos
ofrecieron empleo formal. ¡No sé cómo me les colé! Fue una delicia laborar para
IBM: orgullo por el trabajo, aprendizaje, reconocimientos, viajes a todo lo
largo de América (al norte -EU y Canadá- a aprender, y al sur -Argentina y
Brasil- a fiestas, comúnmente conocidas como convenciones). No es casualidad
que varias veces en la década de los 80 IBM haya sido reconocida como la Compañía Más Admirada del Mundo por la
revista Fortune. Y de veras se siente
uno inmensamente feliz de ser parte de ello, como los granos de arena que
conforman la playa.
Yo además tuve la enorme fortuna de ser
asignado temporalmente a EU como soporte mundial en el área de comunicaciones,
y como tal, viajar por todo el orbe, en especial Europa, el Lejano Oriente y
Sudamérica, durante los dos años más felices de mi vida que recuerde.
En 1995 solicité y obtuve mi retiro
anticipado de IBM de México, y en 1998, con el boom de las .com, volví a trabajar para IBM de EU, mediante un contratista en
Denver, por más de un año.
Vivo perennemente agradecido a IBM por lo
que considero lo mejor que me ha ocurrido en la existencia, después de la
familia, claro.
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