¿Un pajarito cantando a estas horas?, me
preguntó Elena el otro día en la cocina pasadas las 10 y media de la noche. Me
inspiró mucha ternura su pregunta y tomé consciencia de un sonido ya familiar
para mí desde varios meses atrás, pero del que había sido poco atento. Desde
entonces lo oigo con especial delectación de que amanece hasta el anochecer,
pues literalmente el pajarillo todavía tiene ánimos para cantar hasta bien
pasadas las 11. Se trata de un clarín (myadestes
unicolor). Es de los vecinos y, por tanto, nos encontramos en el mejor de
los mundos posibles: ellos se encargan de alimentarlo, cuidarlo y limpiar su
jaula, y nosotros de disfrutar su canto. Pareciera que se encuentra uno en
pleno bosque.
Pero ¿por qué me habrá movido a tanta
ternura cuando Elena lo trajo a mi realidad? Pues, además del cariñoso
diminutivo, yo creo que porque me hice
consciente de que ella es así: desde que amanece hasta la medianoche trae la
sonrisa en su cara, no matter what,
dirían los gringos. Es más, yo creo que cuando duerme no la abandona y que así
se va a morir. Lo que es tener tranquilidad de conciencia y no deberle nada a
nadie, ¿’á que sí?, preguntaría un leonés autóctono. Todo lo contrario de mí,
que siempre ando con la angustia, el nervio y la tensión a flor de piel. Qué
feo. Incluso a veces, para molestarla, le digo: Elenita, pero ¡¿de qué te ríes,
carajo?! Puritita envidia.
Es más, creo que eso es lo que me ha
permitido sobrevivir, a pesar de mí, las tres últimas décadas y pico. Mi hija
recuerda con especial emoción cómo, hace muchos años, un día su hermano le
preguntó, no estando nosotros presentes: Caro, cuando ves a mamá, ¿no sientes
que te llenas de felicidad y que su cara provoca en ti mucha alegría? Carolina
lo agarró a besos y le dijo: ¡Sí, Ruly, claro!
Obviamente, la tragedia que nos trae a
todos a raya no ha sido suficiente para achicopalarla a ella. Más aún, es como
un acicate que le permite mostrar toda su entereza y todo su entusiasmo, tanto
en las labores de casa, como en las que tiene que hacer fuera vendiendo sus
productos ahora que la tienda está cerrada, o como, al regresar, todavía darse
el tiempo de hacer algún trabajo a distancia y promoviendo sus negocios en
redes sociales. Incansable, pues.
También la molesto con aquello de que yo
no he de ser tan malo cuando el cielo me premió con su persona, y, sin embargo,
ella no ha de ser tan buena cuando los infiernos la castigaron conmigo.
En fin, mi querida Elena, especialmente
en estos tiempos tan dramáticos, ¡qué bueno es tenerte entre nosotros! Todo
mundo se siente igual contigo, no sólo los que tenemos la dicha de disfrutarte
todos los días.
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