El planeta azul
En una ocasión cuando yo estaba en
prepa, después de una clase de física, continuamos la discusión con el maestro
fuera del aula a propósito de un problema que habíamos resuelto poco antes. En
un momento dado quise rebatir al docente con una engreída observación: “Pero
eso querría decir que la Tierra viaja alrededor del sol a velocidades
inimaginables”, a lo que el profesor respondió, bajándome los humos, con un contundente:
“¿Y quién le dice a usted que no?”, quedando zanjada la disputa. Y me olvidé
del asunto para siempre, igualito que con el enigma de la cara oculta de la
luna que me explicaron en primaria y que nunca entendí, hasta que mi hija me
obligó a comprenderlo cabalmente, cuando yo ya era un cincuentón, para que se lo pudiera explicar a
ella de apenas ocho años de edad. Es decir, aquel día en la prepa volví a hacer
mío el lema del insigne filósofo mexicano Juan Descartes: “Existo, luego pienso”.
Nunca mejor aplicado un apelativo al meshica, que por naturaleza descarta todo,
hasta pensar.
No obstante, hace poco, durante uno de
mis innumerables momentos de ocio, me puse a pensar lo elemental, eso que, por “obvio”,
nunca nos planteamos, y quise averiguar la velocidad a la que la Tierra gira
sobre su propio eje. Me dije, bueno, si el planeta tiene una circunferencia de
40 mil kilómetros y rota sobre sí mismo esta distancia en 24 horas, entonces lo
hace a una velocidad de 40,000/24 = ¡1,667 km/hora! Nada más pensarlo me mareó
y me hizo volver el estómago. Sólo espero, añadí, que el mundo no orbite a una
velocidad igual de vertiginosa alrededor del sol, el misterio que nunca quise develar
en mis años mozos.
¡Qué va! Si la órbita terrestre
alrededor del sol tiene una longitud de 930 millones de kilómetros, esto quiere
decir que como el mundo recorre dicha distancia en 365 días, lo hace a una
velocidad de 930/365 = 2.55 millones de kilómetros/día, esto es, ¡106,164.38 km/hora!
O, lo que es lo mismo, ¡29.49 km/segundo! Nada más del vértigo, quería apearme
del globo.
Ya entrados en gastos, y sin atreverme a
emitir ningún “pronóstico”, quise saber la velocidad a la que nuestra galaxia
se desplaza por el universo, pero ahí sí carecía de datos como los anteriores,
por lo que acudí a Internet y aprendí que la Vía Láctea se desplaza por el
infinito a una velocidad de 2.3 millones de kilómetros/hora, es decir, ¡638.89
km/segundo!
Así que cada uno de nosotros viajamos
por el universo a una velocidad agregada de ¡668.84 km/segundo!... y tan
tranquilos que nos vemos.
Pero para los nostálgicos, esos que quieren
volver una y otra vez al mismo lugar, me permito decepcionarlos, pues lo
anterior significa algo aún más dramático: nunca de los nuncas hemos estado más
de una vez, qué digo vez, un instante infinitesimal en el mismo punto absoluto
del universo, y nunca más volveremos a él.
No cabe duda, todos los días se hace uno
consciente de algo interesante e importante en la vida.

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