domingo, 16 de febrero de 2020

El planeta azul

En una ocasión cuando yo estaba en prepa, después de una clase de física, continuamos la discusión con el maestro fuera del aula a propósito de un problema que habíamos resuelto poco antes. En un momento dado quise rebatir al docente con una engreída observación: “Pero eso querría decir que la Tierra viaja alrededor del sol a velocidades inimaginables”, a lo que el profesor respondió, bajándome los humos, con un contundente: “¿Y quién le dice a usted que no?”, quedando zanjada la disputa. Y me olvidé del asunto para siempre, igualito que con el enigma de la cara oculta de la luna que me explicaron en primaria y que nunca entendí, hasta que mi hija me obligó a comprenderlo cabalmente, cuando yo ya era un  cincuentón, para que se lo pudiera explicar a ella de apenas ocho años de edad. Es decir, aquel día en la prepa volví a hacer mío el lema del insigne filósofo mexicano Juan Descartes: “Existo, luego pienso”. Nunca mejor aplicado un apelativo al meshica, que por naturaleza descarta todo, hasta pensar.

No obstante, hace poco, durante uno de mis innumerables momentos de ocio, me puse a pensar lo elemental, eso que, por “obvio”, nunca nos planteamos, y quise averiguar la velocidad a la que la Tierra gira sobre su propio eje. Me dije, bueno, si el planeta tiene una circunferencia de 40 mil kilómetros y rota sobre sí mismo esta distancia en 24 horas, entonces lo hace a una velocidad de 40,000/24 = ¡1,667 km/hora! Nada más pensarlo me mareó y me hizo volver el estómago. Sólo espero, añadí, que el mundo no orbite a una velocidad igual de vertiginosa alrededor del sol, el misterio que nunca quise develar en mis años mozos.

¡Qué va! Si la órbita terrestre alrededor del sol tiene una longitud de 930 millones de kilómetros, esto quiere decir que como el mundo recorre dicha distancia en 365 días, lo hace a una velocidad de 930/365 = 2.55 millones de kilómetros/día, esto es, ¡106,164.38 km/hora! O, lo que es lo mismo, ¡29.49 km/segundo! Nada más del vértigo, quería apearme del globo.

Ya entrados en gastos, y sin atreverme a emitir ningún “pronóstico”, quise saber la velocidad a la que nuestra galaxia se desplaza por el universo, pero ahí sí carecía de datos como los anteriores, por lo que acudí a Internet y aprendí que la Vía Láctea se desplaza por el infinito a una velocidad de 2.3 millones de kilómetros/hora, es decir, ¡638.89 km/segundo!

Así que cada uno de nosotros viajamos por el universo a una velocidad agregada de ¡668.84 km/segundo!... y tan tranquilos que nos vemos.

Pero para los nostálgicos, esos que quieren volver una y otra vez al mismo lugar, me permito decepcionarlos, pues lo anterior significa algo aún más dramático: nunca de los nuncas hemos estado más de una vez, qué digo vez, un instante infinitesimal en el mismo punto absoluto del universo, y nunca más volveremos a él.

No cabe duda, todos los días se hace uno consciente de algo interesante e importante en la vida.


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