No obstante, hace poco, durante uno de
mis innumerables momentos de ocio, me puse a pensar lo elemental, eso que, por “obvio”,
nunca nos planteamos, y quise averiguar la velocidad a la que la Tierra gira
sobre su propio eje. Me dije, bueno, si el planeta tiene una circunferencia de
40 mil kilómetros y rota sobre sí mismo esta distancia en 24 horas, entonces lo
hace a una velocidad de 40,000/24 = ¡1,667 km/hora! Nada más pensarlo me mareó
y me hizo volver el estómago. Sólo espero, añadí, que el mundo no orbite a una
velocidad igual de vertiginosa alrededor del sol, el misterio que nunca quise develar
en mis años mozos.
¡Qué va! Si la órbita terrestre
alrededor del sol tiene una longitud de 930 millones de kilómetros, esto quiere
decir que como el mundo recorre dicha distancia en 365 días, lo hace a una
velocidad de 930/365 = 2.55 millones de kilómetros/día, esto es, ¡106,164.38 km/hora!
O, lo que es lo mismo, ¡29.49 km/segundo! Nada más del vértigo, quería apearme
del globo.
Ya entrados en gastos, y sin atreverme a
emitir ningún “pronóstico”, quise saber la velocidad a la que nuestra galaxia
se desplaza por el universo, pero ahí sí carecía de datos como los anteriores,
por lo que acudí a Internet y aprendí que la Vía Láctea se desplaza por el
infinito a una velocidad de 2.3 millones de kilómetros/hora, es decir, ¡638.89
km/segundo!
Así que cada uno de nosotros viajamos
por el universo a una velocidad agregada de ¡668.84 km/segundo!... y tan
tranquilos que nos vemos.
Pero para los nostálgicos, esos que quieren
volver una y otra vez al mismo lugar, me permito decepcionarlos, pues lo
anterior significa algo aún más dramático: nunca de los nuncas hemos estado más
de una vez, qué digo vez, un instante infinitesimal en el mismo punto absoluto
del universo, y nunca más volveremos a él.
No cabe duda, todos los días se hace uno
consciente de algo interesante e importante en la vida.
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