Pero eso no es todo, pues en caso de un
evento o siniestro con GNP, tendríamos que desembolsar, entre deducible y
coaseguro, una suma estratosférica que rondaba, hace un año, los 250 mil pesos,
no quiero imaginar ahora. Esta fue la razón principal por la que cuando Elena
nos dio un susto mayúsculo con su riñón hace poco más de un año y en el
Hospital Ángeles me preguntaron que si estaba asegurada, de inmediato respondí
que no; acto seguido, me inquirieron sobre cuál sería mi método de pago, y les
contesté presentándoles la tarjeta de crédito. Tuve razón; no estaba yo
asegurado, ya que el costo total fue por un poco menos de la tercera parte de
ese cuarto de millón que me exigía la benemérita GNP.
No sé cuánto dinero he tirado
prácticamente a la basura durante los últimos varios años, pero si lo
calculamos a un modesto promedio de 30 mil pesos anuales por tres lustros, a
una razonable tasa de interés del 6%, estamos hablando de cerca de tres cuartos
de millón de pesos que no volví a ver jamás.
Sin embargo, siendo intelectualmente
honestos, la póliza -bajo la cual, en un principio, hasta mi hijo estaba protegido-
cubría también accidentes y no estaba sujeta a deducibles en este rubro.
Desafortunadamente tuvimos que hacer uso de dicha protección en cuatro
ocasiones y no tenemos queja (aunque los eventos hubieran quedado saldados con
largueza con los ahorros en primas mencionados arriba, en caso de no haber
contado con el seguro), por lo que, ante la imposibilidad de pagar la
exorbitante nueva suma demandada por GNP para la renovación, solicité a mi
agente de seguros que me cotizara mejor una póliza contra accidentes que nos
cubriera a los tres, mi esposa, mi hija y yo, pero ¿qué creen? Al tratarse de
una nueva pólza, no ya de SGMM, yo ya no sería aceptado por viejo, pues la edad
límite son los 65 años, y lo mismo me ocurriría si quisiera mudar de compañía
con cualquier tipo de protección. Debiera de estar agradecido con la magnánima
GNP de que me aceptara todavía en SGMM por mi antigüedad, pero un cambio de
póliza dentro de la misma compañía o una mudanza de cualquier tipo (SGMM o
accidentes) a una nueva aseguradora, me dejaría irremediablemente desprotegido.
Y ¿qué creen?
Opté por quedar desprotegido y correr el
riesgo, o atenderme en el IMSS, que es tanto como eso o algo peor. Elena y Caro
continuarán, por su parte, con una póliza contra accidentes, corriendo también
el mentado riesgo de algún gasto médico mayor, ni modo, pero la nueva póliza se
abate exactamente un ¡90% por abajo! de la del SGMM, y sin deducible.
Elena, indignada, me comenta que cómo es
posible que estos buitres no sepan reconocer e incentivar a quienes no les han
dado mayor lata durante tantos años, en vez de agasajar a sus enriquecidos
agentes en fastuosas convenciones organizadas en exóticos lugares alrededor del
mundo. ¡Ay, Elena! –le respondo-, de lo que se trata es de motivar a estos
brillantes winners para que convenzan
a carne fresca de que se asegure, no a vejestorios de alto riesgo como yo. Si estúpidos
no son, ¡nada de echarle dinero bueno al malo!
Así es, lo van arrinconando a uno contra
su esquina hasta que se decide a arrojar la toalla, qué tristeza. Maniobra
malévola y calculada, si las hubo, y dictada única y exclusivamente por el
lucro.
Por cierto, quien lea regularmente esta
columna recordará las de Caín que tuvimos que pasar con otra voraz compañía de
seguros, Quálitas, para que se nos pagara el coche del que despojaron violentamente
a mi hijo en agosto del año pasado.
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