lunes, 10 de febrero de 2020

Aseguradoras voraces

Mi esposa, mi hija y yo tenemos una póliza común de seguro de gastos médicos mayores (SGMM) con una compañía grandotota (Grupo Nacional Provincial o GNP), que nos ha brindado “protección” por más de tres lustros (desde 2004). El 20 de febrero de 2019 renové dicha póliza por un año más a un costo, por los tres, de 36,599.73 pesos. En días pasados emitieron ya una factura para la renovación 2020 por un costo de 48,650.50 pesos, es decir, un obsceno aumento ¡del 32.93%! Obviamente, la mayor culpa del cargo la tengo yo con mis 70 años de edad, aunque mis parientas no cantan mal las rancheras. Afortunadamente mi hijo tiene un seguro envidiable de gastos médicos mayores (y menores) de clase mundial en Banco del Bajío, donde trabaja, con coberturas y deducibles sin parangón y, todo, incluido dentro de su paquete de beneficios laborales, esto es, sin prima que pagar. Claro, con una compañía de seguros distinta a la nuestra, más modesta, pero mucho más humana (Atlas, y ya se sabe: con el Atlas, aunque gane).

Pero eso no es todo, pues en caso de un evento o siniestro con GNP, tendríamos que desembolsar, entre deducible y coaseguro, una suma estratosférica que rondaba, hace un año, los 250 mil pesos, no quiero imaginar ahora. Esta fue la razón principal por la que cuando Elena nos dio un susto mayúsculo con su riñón hace poco más de un año y en el Hospital Ángeles me preguntaron que si estaba asegurada, de inmediato respondí que no; acto seguido, me inquirieron sobre cuál sería mi método de pago, y les contesté presentándoles la tarjeta de crédito. Tuve razón; no estaba yo asegurado, ya que el costo total fue por un poco menos de la tercera parte de ese cuarto de millón que me exigía la benemérita GNP.

No sé cuánto dinero he tirado prácticamente a la basura durante los últimos varios años, pero si lo calculamos a un modesto promedio de 30 mil pesos anuales por tres lustros, a una razonable tasa de interés del 6%, estamos hablando de cerca de tres cuartos de millón de pesos que no volví a ver jamás.


Sin embargo, siendo intelectualmente honestos, la póliza -bajo la cual, en un principio, hasta mi hijo estaba protegido- cubría también accidentes y no estaba sujeta a deducibles en este rubro. Desafortunadamente tuvimos que hacer uso de dicha protección en cuatro ocasiones y no tenemos queja (aunque los eventos hubieran quedado saldados con largueza con los ahorros en primas mencionados arriba, en caso de no haber contado con el seguro), por lo que, ante la imposibilidad de pagar la exorbitante nueva suma demandada por GNP para la renovación, solicité a mi agente de seguros que me cotizara mejor una póliza contra accidentes que nos cubriera a los tres, mi esposa, mi hija y yo, pero ¿qué creen? Al tratarse de una nueva pólza, no ya de SGMM, yo ya no sería aceptado por viejo, pues la edad límite son los 65 años, y lo mismo me ocurriría si quisiera mudar de compañía con cualquier tipo de protección. Debiera de estar agradecido con la magnánima GNP de que me aceptara todavía en SGMM por mi antigüedad, pero un cambio de póliza dentro de la misma compañía o una mudanza de cualquier tipo (SGMM o accidentes) a una nueva aseguradora, me dejaría irremediablemente desprotegido. Y ¿qué creen?

Opté por quedar desprotegido y correr el riesgo, o atenderme en el IMSS, que es tanto como eso o algo peor. Elena y Caro continuarán, por su parte, con una póliza contra accidentes, corriendo también el mentado riesgo de algún gasto médico mayor, ni modo, pero la nueva póliza se abate exactamente un ¡90% por abajo! de la del SGMM, y sin deducible.

Elena, indignada, me comenta que cómo es posible que estos buitres no sepan reconocer e incentivar a quienes no les han dado mayor lata durante tantos años, en vez de agasajar a sus enriquecidos agentes en fastuosas convenciones  organizadas en exóticos lugares alrededor del mundo. ¡Ay, Elena! –le respondo-, de lo que se trata es de motivar a estos brillantes winners para que convenzan a carne fresca de que se asegure, no a vejestorios de alto riesgo como yo. Si estúpidos no son, ¡nada de echarle dinero bueno al malo!

Así es, lo van arrinconando a uno contra su esquina hasta que se decide a arrojar la toalla, qué tristeza. Maniobra malévola y calculada, si las hubo, y dictada única y exclusivamente por el lucro.

Por cierto, quien lea regularmente esta columna recordará las de Caín que tuvimos que pasar con otra voraz compañía de seguros, Quálitas, para que se nos pagara el coche del que despojaron violentamente a mi hijo en agosto del año pasado.

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