El tener nuevamente entre mis manos este
libro representó la misma enorme felicidad que se experimenta cuando se tiene el
placer de disfrutar una extraordinaria lectura por primera vez, y que uno sabe
que le estará acompañando por varias semanas, llegando al extremo de levantarse
todos los días con el ánimo fortalecido con el solo recuerdo de la tarea que se
emprende y del enorme gozo y beneficio que ello representa. Es curioso, pero
cuando releo este párrafo no me parece que incurra en ningún exceso, sino más
bien que me quedo corto al tratar de
expresar todo lo que mi espíritu desborda.
Siempre ha merecido todo mi respeto la
incomparable cultura alemana, empezando por el deporte, cuando yo era muy
joven, y más específicamente por el futbol. Cómo olvidar la inmerecida derrota
de mis ídolos en Wembley en la final del Mundial del 66 con un balón que nunca
cruzó la línea de gol y que el VAR de nuestros días hubiera hecho evidente. O
el convivio con Kissinger en un palco del estadio Azteca para presenciar la
caída heroica de los “nuestros” en el Partido del Siglo durante el Mundial México70
(http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2007/11/encuentros-inesperados.html). Finalmente, el título
mundial frente a Argentina en 2014 en Brasil, después de humillar a los
anfitriones con tremenda goleada. Y digo finalmente pues lo de Rusia en 2018 he
preferido obviarlo.
Pero, banalidades aparte, la cultura “real”
alemana no me ha sido ajena, excepto, vergonzosamente, la música, tal como le
ocurre a los Buddenbrook de la novela, que durante cuatro generaciones no se
distinguieron por sus dotes en ella, sino hasta la quinta, en que el pequeño y
malogrado Hanno empezaba a manifestar una extraordinaria capacidad musical, y
ello por influjo de la madre, Gerda, esposa del héroe de la historia, Thomas
Buddenbrook, y música consumada en varios instrumentos. Thomas era más bien de
gustos simplones en este terreno, lo que provocaba críticas hirientes de parte
de aquella. Tan ignorante como yo, pues.
Así, me di a la tarea de elaborar ternas
germanas en áreas como la mencionada, donde ubico fácilmente a Bach, Wagner y
Beethoven, pero también en filosofía (Kant, Schopenhauer y Nietzsche), ciencia
(Gauss, Riemann y Einstein) y literatura (Goethe, Mann y Hermann Hesse).
Insisto, penosamente me declaro neófito en lo primero, pero he abordado a los
otros nueve del mejor modo posible: como diletante, y es maravilloso.
Mann mismo era un conocedor profundo de
la música y durante la novela nos hace ver, sin atosigarnos, su erudición, no
así en su Fausto, donde hace gala de
dicho conocimiento sin consideración alguna, lo que para un desconocedor como
yo lo vuelve insondable en los pasajes donde así se explaya.
Por cierto, mi germanofilia se vio
impactada por un acontecimiento muy curioso que me ocurrió el otro día al salir
del local de mi esposa en Plaza Galerías Las Torres. Circulaba yo por Juan
Alonso de Torres rumbo a la casa cuando, dos carriles a mi izquierda y un poco
retrasado, un simpático ranchero, desde el asiento del copiloto de una
camioneta, me gritaba:
- ¡Oiga… oiga…! –a lo que yo reaccioné
volteando y viendo que aquel sacaba casi medio cuerpo por la ventanilla para hacerse
escuchar.
- ¿Si? –le respondí.
- ¿Es de México? –preguntó mi
interlocutor muy interesado.
- Sí –contesté muy dubitativamente, no
sabiendo si el otro se refería a mí, al coche o al clima.
- Ah –me dijo-, porque parece usted
alemán.
- ¡Alemán! –repuse desternillado de la
risa-. Ha de ser por mi cabellera aria, ¿no?
- No, no, no, de veras, ya hasta le iba
a preguntar: du yu espik yerman? –añadió el sujeto muy seriamente.
Y nos despedimos muy amistosamente,
riendo yo todavía y sin entender bien a bien cómo a alguien se le ocurre hacer
tan desesperadamente esas observaciones, a voz en cuello y en plena vía pública.
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