Durante el PRIANato, presentaba yo mis
declaraciones al SAT con saldo a favor con la absoluta seguridad de que nada
iba a pasar. Después de semanas o meses de haber enviado una, recibía
notificación de la “Autoridad” -como a ellos les encanta autonombrarse-
solicitando información adicional, y vuelta a empezar. Ya sabía uno que sus
necedades eran inconmensurables e ilimitadas, a tal punto que al final el
contribuyente les tomaba la palabra: “Si usted no proporciona la información
solicitada, la Autoridad considerará satisfecha su petición”, y el caso quedaba
en el olvido. Pero no se tratara de que el ciudadano les debiera algo, porque
entonces hasta el riesgo de que le fincaran responsabilidad penal corría.
En alguna ocasión fue tal la cantidad de
documentos requeridos que cuando me presenté en el escritorio del funcionario
en la oficina del SAT correspondiente, éste me preguntó con asombro cuando vio
el grueso legajo: “¿Todo esto le solicitamos?”, moviendo de un lado a otro la
cabeza como quien piensa: “¡Por eso nos odian los contribuyentes!”. En tal
oportunidad también, como en muchas otras, desistí en mis empeños de obtener
retribución alguna, pues la dependencia gubernamental terqueaba en sus requerimientos
excesivos de información, ya que no les bastó con lo que en ese momento les
presenté y así me lo hicieron saber mediante una notificación posterior.
Este abril de 2019, al ser yo jubilado
sin más ingresos que mi pensión y los rendimientos de una inversión bancaria, decidí
no presentar declaración, a sabiendas de que muy seguramente tendría saldo a
favor y tomando en cuenta el recorte de personal que hubo en el SAT, que muy
seguramente limitaría sus capacidades fiscalizadoras.
Más tarde, a mediados de mayo, en el
programa que John Ackerman conduce todos los domingos a las siete de la noche
en el canal 22, fue entrevistada Margarita Ríos-Farjat, jefa del Servicio de Administración
Tributaria. El entusiasmo con el que esta doctora en política pública, además
de abogada y poeta, habla de sus responsabilidades oficiales al frente del SAT,
es contagioso. Ahí le expuso a Ackerman cómo andaba la cuestión de los ingresos
tributarios en el Gobierno Federal, y platicó de otros temas álgidos, como el
de las facturas apócrifas y la devolución de impuestos, precisamente.
Un par de semanas después, tan quitado
de la pena estaba yo que cuando, el 30 de mayo, recibí una notificación del SAT
para informarme que al 25 de mayo de 2019 tenía yo “pendiente de presentar la
declaración anual de impuesto sobre la renta de personas físicas por el
ejercicio 2018”, me asusté, como siempre ocurre cuando esta “Autoridad”
perturba nuestra paz.
No dejé pasar mucho tiempo y el sábado 1
de junio ingresé a la página del SAT para presentar mi declaración. Ésta ya
estaba pre elaborada y, como supuse, tenía saldo a favor. ¿Por qué, entonces –me
pregunté-, la “saña” del Gobierno en perseguirme y entregarme un dinero con el
que ni contaba? En fin, validé la declaración por sueldos y salarios (pensión),
intereses y dividendos, la autoricé con mi firma electrónica y la envié a la “Autoridad”
ese mismo 1 de junio a las 18:26 horas. Y a esperar las consabidas necedades
del SAT, pues, como en ocasiones anteriores, obviamente no iba a ser tan fácil
obtener una devolución así como así.
Pero hete aquí que el miércoles 5 de
junio a las 5:01 de la madrugada, es decir, ¡apenas dos días hábiles efectivos
después de presentar una declaración a todas luces extemporánea, recibí un
correo de mi banco informándome que la Tesorería de la Federación me había
hecho un depósito por el monto de la devolución solicitada al SAT!
No se trata de cantar loas a un régimen
que a todas luces está cometiendo gravísimos errores en muchas áreas del
acontecer nacional, pero cuando algo funciona muy por encima de como ocurrió en
décadas y décadas de gobiernos corruptos -sobre todo del PRI, sin olvidar la
docena trágica del PAN- también hay que decirlo, al igual que lo dije cuando tramité
mi Pensión Universal.
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