El ensayo de don Mario
es básicamente una apología de la libertad individual, encarnada mejor que
nadie por los autores a que se refiere, y la opone al estúpido y trasnochado
nacionalismo o populismo tan característico de nuestro tiempo, aunque sin
rebajarse a mencionar por su nombre a personajes tan notables, odiosos y
gregarios como Trump, López Obrador, Bolsonaro, Erdogan, Viktor Orban en
Hungría, Grillo y su Movimiento Cinco Estrellas en Italia, Salvini y la Liga
Norte ahí mismo, Kaczyński en Polonia, más los que se me escapen. De
aquí el título de su obra, La llamada de
la tribu, para referirse a los desorientados grupos que estos fanáticos
lideran.
Pero, insisto, el libro
de Vargas Llosa no es de amargura por estos nefandos seres, sino un sublime canto
a las virtudes de aquellos filósofos y científicos tan egregios. Vamos, un auténtico
poema heroico escrito en prosa.
Curiosamente, en el
capítulo dedicado a Popper me enteré de una supuesta disputa tenida por éste
precisamente con el otro autor de mis tormentos que menciono al principio:
Wittgenstein. La asombrosa coincidencia, obviamente, no me pasó desapercibida y
leí el apartado que Mario les dedica regodeándome de mi buena suerte. Esta
disputa proporcionó materia hasta para un libro, El atizador de Wittgenstein
/ La historia de la disputa de diez
minutos entre dos grandes filósofos, que fue lo que duró el único encuentro
que tuvieron en su vida, el 25 de octubre de 1946, y que, dice Vargas Llosa, se
lee como una novela policial. El meollo de las diferencias entre estos dos
seres arrogantes en extremo radicaba en que Wittgenstein sostenía que no había
problemas filosóficos propiamente hablando, sino sólo acertijos o adivinanzas (puzzles); en contraste, Popper defendía
que los problemas del hombre “eran la materia prima de la filosofía y la razón
de ser del filósofo buscar respuestas y
explicaciones a las más acuciantes angustias de los seres humanos.”
Pero el Nobel de
literatura proporcionó también un inapreciable sedante a mi conciencia al considerar que el libro de
Popper es bastante difícil de leer. No sólo para alguien no versado con las
ciencias –la física, las matemáticas, el cálculo de probabilidades, la teoría
de la relatividad, los teoremas o la teoría cuántica-, sino que incluso “un
científico de alto nivel que se mueva con desenvoltura en estas materias tiene
que hacer grandes esfuerzos para no extraviarse” en un libro en que el autor
llega al extremo de refutarse a sí mismo sobre lo que ha afirmado con
anterioridad.
Popper se atreve
incluso a manifestar sus desacuerdos con Albert Einstein, a propósito de la
teoría cuántica, precisamente, y publica en su libro una carta y su facsímil
donde el sabio le responde en los términos más cordiales: Querido Sr. Popper (Lieber Herr Popper).
A todo esto,
Wittgenstein no se queda atrás y la versión inglesa de su Tractatus la prologa el mismísimo Bertrand Russell, con quien
ambos, Karl y Ludwig, estaban en deuda por todo lo que les había ayudado, y lo
hace en el mismo lenguaje críptico tratando de arrojar luz sobre el trabajo de
éste. Corre la especie de que fue Russell quien incitó a Popper a que
arremetiera sin circunloquios contra la teoría de los puzzles de Wittgenstein en la disputa que ambos sostuvieron aquel
memorable día.
Sin embargo, no desisto
en mi empeño por tratar de dilucidar teorías tan sublimes y escribir sobre
ellas en futuras entregas, a pesar de que siempre queda el recurso de escribir
sobre cuestiones más personales y, muy probablemente, con mejores ratings de audiencia, aunque yo
sinceramente prefiera tópicos como el del presente escrito.
¡Feliz 2019!
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