viernes, 11 de enero de 2019

He sido censurado

El 13 de diciembre de 2014, es decir, hace exactamente 49 meses, cuando los ataques contra Peña Nieto aún no se volvían un deporte nacional generalizado, envié un artículo al director del periódico local, donde generalmente me publican, en el que exigía la renuncia del mentado presidente. No vale la pena reproducir aquí mi escrito, quizá ustedes lo recuerden, además de que no era mucho más agrio de lo que durante los siguientes años se publicó profusamente en contra de tal corrupto. El director me contestó en los siguientes términos:

Estimado Don Raúl, 

Hay frustración en todos los ámbitos de la vida nacional. Cierto que la devaluación en la autoridad moral del Presidente es mayor que la de nuestra moneda. Es cierto lo que usted dice, sin embargo, salvo que surgiera alguna otra propiedad de Peña Nieto, no veo que quiera ni pueda ni sea conveniente que se fuera. 

Ahora pido su comprensión para no publicar este artículo. El dinosaurio aún no muere y mal herido puede darnos un zape que ni siquiera imaginamos. 

Como usted, también sueño con una primavera mexicana, con tiempos cálidos que pronosticaba Octavio Paz antes de morir. Tengo casi 60 años y aún soy optimista. Por eso mido la fuerza real de nuestra publicación y no quiero un sobregiro de antagonismo puro que nos marque. 

En lo local hay muchísimo por hacer y denunciar.  

Abrir muchos frentes resulta complicado para una organización que tiene 600 empleados. 

Como siempre, le saludo con respeto por su buena pluma e impecable lenguaje. 

Atentamente.

Pues bien, mi escrito del lunes 7 de enero de 2019, El gran imbécil de Palacio, ya no gozó de tal “acogida”, es más, ya no mereció comentario alguno ni razón por la cual no era conveniente publicarlo. No quiero ser injusto, tal vez fuera así porque sólo a mí se me ocurría que hubiésemos llegado a tal grado de libertad de expresión, de la que tanto se ufana el objeto de mis ataques esta ocasión, el inefable Andrés Manuel López Obrador, el tan popular AMLO.

Afortunadamente, dentro de la sesentena de corresponsales a la que suelo copiar mis pergeños, hubo varios que me solicitaron permiso para difundirlo. “¡Hombre, por supuesto, respondía, para eso lo escribí, para que llegue a la mayor cantidad posible de gente!”. Vamos, se lo envié hasta al mismísimo AMLO, bueno, a la página en Internet de la Presidencia de la República, aprovechando el recorte de personal que hubo en el SAT y de que muy seguramente no iban a poder perseguirme por esa vía. ¡Toco madera!

Tuve también la oportunidad de ver y escuchar la entrevista de casi hora y media de duración que le hicieron a AMLO en el programa La Silla Roja, de El Financiero-Bloomberg. Un programa que generalmente dura una hora se tuvo que ir un cincuenta por ciento más allá de su límite, me imagino, por la extraordinaria agilidad mental y desesperantes balbuceos del referido. Además, fue una entrevista a modo, fraudulenta, sin preguntas incómodas (¿cuáles?, si únicamente era AMLO el que hablaba, digo, perdón, balbuceaba). Se vio al mismo Andrés Manuel mentiroso, chapucero y tramposo de siempre. Una vergüenza para los aduladores, que no entrevistadores, Enrique Quintana, Leonardo Kourchenko, María Scherer y Antonio Navalón, festejando todas las gracejadas del adulado López.

Durante dicha entrevista, el martes pasado (8 de enero), AMLO se regodeaba hablando de la crisis gasolinera como si sólo fuera la Ciudad de México la única digna de merecer toda nuestra atención por dicha crisis, pues, decía AMLO, de las 800-1000 gasolineras que hay en la CDMX, los odiosos medios hablan de la “estratosférica” cifra de seis que tienen el problema, y se ufanaba: “muy seguramente sean más, veinte, pero ¿justifica esa cantidad que hablemos de una crisis?”. ¡Idiota!, ya para ese entonces, cientos de miles de leoneses y guanajuatenses en general llevábamos varios días de padecer una crisis generalizada en todas nuestras estaciones de servicio y las terribles consecuencias políticas, económicas y sociales que ello conlleva.

Yo, por mi parte, el mismo 7 de enero, escalé telefónicamente el problema con el gobernador de Guanajuato, Diego Sinhue Rodríguez Vallejo, sin mucha fortuna, pues terminé interactuando con Vicente López, asesor de la secretaria particular de Sinhue, Juana de la Cruz Martínez Andrade. El WhatsApp final que recibí de López (Vicente, no Andrés Manuel) es todo un poema (respeto sintaxis original): “Buenas tardes Sr. Raúl. Se continúa recibimiento las unidades de combustible, pero como lo señala, las filas presentan diferentes circunstancias tanto en horarios como en distribución. Esperemos que se vaya regularizando la crisis.” De risa loca, la esperanza de don Vicente (muy digna de otro insigne guanajuatense del mismo nombre) fue profética: la crisis se halla totalmente regularizada entre nosotros y gozando de cabal salud.

Del insignificante, oscuro y tibio presidente municipal de León, Héctor López Santillana, ya mejor ni hablar.

Lo bueno es que esta mañana me enteré del incipiente surgimiento de los “chalecos amarillos” mexicas que, a semejanza de los franceses que hicieron recular a Macron, pudieran hacer recular también a López (Andrés Manuel, no Vicente).

Finalmente, Andrés Manuel, me cae que si respetas tu ofrecimiento de someter a referendo tu mandato a mitad de sexenio, no te la vas a acabar, vas a salir defenestrado como el más nefasto tirano.

¡Así sea!

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