lunes, 7 de agosto de 2023

Esa patológica inseguridad en mí mismo

Hace casi siete años relaté en este espacio el acto más bochornoso que me haya tocado sufrir en la vida en carne propia (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2016/11/un-correo-providencial.html).

Todavía recuerdo cómo, a principios de los 70, una compañera me arrojó su suéter durante un seminario de tesis en el que participábamos -ella para obtener la maestría y yo la licenciatura- mientras exponía mi tema: “¡Carajo, pinche Raúl, eres patológicamente inseguro!”, me espetó a la cara, delante de los otros tres que participábamos en el ejercicio junto con nuestro común director.

Más de veinte años después la situación no había variado mucho. Yo ya trabajaba para IBM y había sido asignado a los Estados Unidos para laborar en un centro de soporte técnico internacional que se encargaba de mantener al día a ingenieros de sistemas de la empresa en todo el mundo sobre los avances más relevantes en las TIC (tecnologías de la información y comunicación). Estamos hablando de los albores de los 90, y uno de mis deberes como responsable del software de telecomunicaciones más importante de  la empresa consistía en viajar alrededor del mundo una vez al año para actualizar a mis colegas sobre lo que en nuestros laboratorios en Carolina del Norte (Research Triangle Park) se estaba desarrollando. Como tal, ya me había tocado viajar el primer año a Hamburgo, Sao Paulo, Tokio, Singapur y Sídney para “confrontar” a técnicos de toda Europa, Sudamérica, Asia y Oceanía ávidos de saber, con exposiciones en inglés en auditorios atiborrados.

Ya se imaginarán lo que todo esto representaba para un “inseguro patológico” de mi calaña. Quedaba reducido a la más mínima expresión después de los tres días, horario laboral completo, que abarcaba la “conferencia magistral”. Ni los más demandantes maratones exigieron nunca tanto de mí.

El año siguiente, 1991, el tour abarcó Raleigh, NC, donde residía; La Hulpe, Bélgica; Río de Janeiro y, nuevamente, Tokio, Singapur y Sídney. La paleolítica tecnología de la época no daba más que para exponer nuestro tema en esos viejos proyectores de acetatos tan comunes entonces. La etapa final en Australia, cierre de mi encomienda y de los dos años de asignación en Estados Unidos, los sempiternos nervios no me abandonaron hasta que, angustiado hasta el delirio, detuve mi exposición apenas iniciada e inquirí a la audiencia que por favor me confirmara si el proyector estaba vibrando insoportablemente, a lo que todos asintieron al unísono y enfáticamente que así era.

- I’m sorry, I thought it was  me who was trembling (Lo siento, pensé que era yo el que estaba temblando) -me excusé, a lo que siguió una sonora y unánime carcajada, pues era evidente mi extremo nerviosismo, lo que permitió tranquilizarme y terminar felizmente mi proyecto de vida.

Lo de 2016 en la UNAM, cinco lustros más tarde, no fue más que el ocaso del odioso. 

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