Como dije anteriormente, en noviembre de 2021 conseguí una cita dual en la Ciudad de México, tan cercana como ¡enero de 2023!, para que, junto con Elena, tramitáramos nuestra visa ante la embajada americana. Desde entonces, todos los días y, en ocasiones, varias veces cada 24 horas, ingresaba a la página de dicha sede diplomática para intentar reprogramar el encuentro para una fecha más cercana, a pesar de que todo el 2022 aparecía bloqueado, es decir, sin espacios disponibles. Mi necedad rindió frutos y un buen día, milagrosamente, el 28 de junio de 2022 estaba libre junto con otros pocos slots. Tan pronto como hube reprogramado mi cita, nuevamente 2022 volvió a quedar bloqueado en su totalidad. Así de desesperados está rebosante este mundo. ¿Y qué creen? Pues que no cejé en mi empeño por conseguir una fecha aún mejor, hasta que me apareció el ¡sábado 19 de febrero!, que me hizo desconfiar mucho, por lo que me quedé con “mi” 28 de junio. Obviamente, ese sábado voló como pan caliente.
Y duro y dale, hasta que estuvo disponible el jueves 17 de marzo a las 13:40 horas, día por demás cercano e ideal para nosotros, y en el que nos presentamos con hora y media de antelación. Nos hicieron pasar de inmediato, aunque nunca falta la mosca en la sopa.
- Quítese los aretes, pues no pueden aparecer en la foto -le ordenó la empleada a mi mujer.
Elena, obedeciendo la indicación, procedió a remover su mascarilla anti covid para poder desprenderse de sus pendientes.
- ¡No se quite el cubrebocas, qué no ve que está en una zona de alto riego! -gritoneó aquella en su instante de efímera autoridad.
- ¡Es que si no, no puedo quitarme los aretes! -ripostó Elena con justa molestia.
- Para eso está el baño -contra atacó la otra, mientras mi media naranja se apresuraba a colocarse nuevamente la mascarilla.
- Quítese el cubrebocas, para tomarle la foto -indicó miss congeniality una millonésima de segundo después.
Bueno, pues así y todo, cinco minutos después estábamos ya en la calle con el trámite cumplido y la “promesa” de envío de nuestras visas a León en un plazo de ¡ocho a doce semanas! Ojalá alcance para que pueda llevar a Elena a pasar su cumpleaños al lugar de nacimiento de nuestra adorada primogénita, Carolina del Norte.
Como quiera que sea, la visita a nuestro adorado terruño resultó inolvidable, pues llegando llegando nos fuimos a comer a nuestro restaurante favorito, Les Moustaches, donde nos recibiría su dueño, Luis Gálvez, y disfrutaríamos de una opípara comilona. Pero además, en un momento dado, le dije a mi esposa ¿ya viste quién va entrando? Jonathan Heath, subgobernador del Banco de México, seguido, pocos minutos después, por Alejandro Díaz de León, ex gobernador del mismo banco. Cuando salgan, le dije a Elena, voy a llamar la atención del primero, ya verás. Y en efecto, cuando salió Alejandro, seguido de Jonathan, alcé mi voz y dije:
- ¡Jonathan! -y éste, que ya apresuraba la marcha, volvió la cara sorprendido hacia nuestra mesa.
- ¿Sí? -dijo, sin salir de su asombro.
- Raúl Gutiérrez y Montero, de León, Guanajuato, y esta es mi esposa Elena -nos presentamos, extendiéndole la mano.
- Mucho gusto -acertó a decir él.
- Hace unos años me hizo llegar Eduardo Sojo tu libro Lo que indican los indicadores y me ha gustado mucho, felicidades por cultivar el conocimiento económico de los mexicanos de una manera tan clara y amena.
- ¡Hombre, Raúl!, muy amable, apenas una mínima contribución a este país que me ha dado tanto- afirmó con modestia.
- No, de veras, gracias, pero no te distraemos, ya Alejandro te espera -y tras nuevo apretón de manos, nos despedimos.
Y al día siguiente, después de nuestra cita en la embajada, nos aventamos un maratón de más de seis horas en la terraza La Cuchara del Hotel Marquís con mi mejor amiga de toda la vida, Patricia Jarquín. Qué rápido transcurre el tiempo con las personas a las que se quiere entrañablemente.
Por lo demás, un día después, acompañé a Elena a El Palacio de Hierro para que escogiera su vestido para la ya próxima boda de Carolina el 4 de junio, fuimos al cine a ver La peor persona del mundo en Reforma 222, y como yo me llevé el libro Al este del Edén, de John Steinbeck, premio Nobel de Literatura 1962 (qué curioso, el mismo año en que James Watson ganó, junto con Francis Crick, el Nobel de Medicina, y cuyo libro La doble Hélice comenté la vez pasada), pude disfrutar de la enorme sabiduría y enseñanzas que puede aportar una novela de tal envergadura. ¡Qué prodigio de escritura!
El regreso era inevitable, y así lo hicimos el sábado 19 de marzo, con una salida a cuentagotas de la ciudad capital, que nos llevó a hacer en exactamente seis horas el retorno al querido terruño por adopción: León, Guanajuato, que me ha permitido escritos de tan honda inspiración como el presente.
¡No sea mamón!
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