Esto es lo que aduce Steven Pinker en su
libro En defensa de la Ilustración / Por
la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso, que me hizo el favor de
enviar a mi hogar con un propio el director general de este diario, Enrique
Gómez Orozco, cuando en septiembre anuncié mi “suicidio” en estas mismas
páginas, y que acabé de leer hace unas semanas.
Así es, tal cantidad de galaxias
similares a la nuestra afirma el autor que existen en el universo, las cuales,
a su vez, dan cabida a cien mil millones de sistemas solares cada una, pero no
sólo eso, sino que nuestro universo es únicamente parte de un conjunto
pluriuniversal, de muchos universos,
pues. Mas lo que sorprende a Pinker sobremanera es que ante tal profusión de
vida inteligente en este universo múltiple, por lo menos en potencia, no haya
sido capaz nunca nadie de ponerse en contacto con nosotros, no ya digamos
nosotros con alguien más. Y aquí es donde Steven se hace eco de la creencia de
muchos de que los seres “inteligentes” con su progreso tienden a autodestruirse
aun antes de conseguir dicho objetivo.
Con la proliferación y posible uso de armas nucleares en nuestro caso, por
poner un ejemplo, por no decir ya nada de la más que posible, es decir,
probable destrucción de nuestro medio ambiente.
Por más que el libro de Pinker peca de
optimismo (posibilismo, le llama él), razón por la que don Enrique me mandó el
libro, en su afán por sacarme de mis ideas “suicidas”, yo veo el vaso medio
vacío y no puedo más que lamentar dos situaciones a las que Steven dedica
sendos capítulos: desigualdad y medio ambiente. Hace algunos años me referí
aquí al libro de Thomas Piketty, El capital
en el siglo XXI (FCE, 2014), que aborda en detalle el primer tópico, la
desigualdad (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2016/09/mueran-los-ricos-si-ya-lei-el-capital.html),
pero ahora quiero abundar sobre el particular.
Hace poco empezó en Chile una rebelión,
que se extiende hasta nuestros días, en contra del injusto sistema en el que se
encuentran sumidos y se culpaba de ello a la ingente desigualdad que impera en
el país andino. Existe un indicador, el coeficiente de Gini, que mide esta
desigualdad en el mundo y este oscila entre 0 y 1, donde 0 representa la
igualdad absoluta, en la que todos poseen exactamente la misma riqueza, y 1, en
que un solo individuo acapara toda ella. Pues bien, de acuerdo al Banco Mundial
(2018), Chile posee un coeficiente de Gini de 0.466 y los más ricos tienen un
ingreso 28.5 veces mayor que los más pobres. De acuerdo con el Inegi (2019),
México tiene un coeficiente de Gini de 0.426 y un ingreso de los más ricos de
tan “sólo” 17.4 a 19.3 veces que los más pobres.
Ya se imaginarán ustedes que esto es
nada comparado con el coeficiente de Gini a nivel mundial, que en una medición
de 2104 arrojaba un estratosférico 0.630. No quiero pensar en una revuelta a
nivel mundial tipo Chile con cifras tan desproporcionadas y obscenas como esta.
En cuanto al medio ambiente, ni el mismo
Steven Pinker es tan optimista en cuanto a la emisión de gases de efecto
invernadero, que provocará, si no la combatimos, un mortal cambio climático. En
esto se manifiesta más por un optimismo “condicional”, en que los involucrados
hagan todo lo que esté a su alcance por prevenir los daños, pero ¿cómo
conseguirlo con populistas como Trump, retirando a los Estados Unidos del
Acuerdo de París, y López Obrador, construyendo una obsoleta, aun antes de
empezarla, refinería y dando preferencia a combustibles fósiles sobre las
energías hídrica, eólica, solar, de biomasa, geotérmica, cogenerada y nuclear? En
éstas basa precisamente Pinker su optimismo condicional, aunque parezca ya
demasiado tarde.
Por lo demás, el capítulo sobre
entropía, evolución e información, aunque interesante en sí mismo, me pareció
como metido con calzador para permitir al autor afirmar al inicio del capítulo
16: “El Homo sapiens, ‘hombre sabio’,
es la especie que utiliza la información para resistir la putrefacción de la
entropía y el peso de la evolución.”, siendo la entropía, de acuerdo a la RAE,
la medida del desorden de un sistema. Todo ello como marco para envolvernos en
su discurso sobre el progreso.
Aun así, al autor no le queda más que
reconocer todo lo que aún está mal, muy mal, en el planeta, empezando por los
setecientos millones de habitantes del mundo que hoy viven en pobreza extrema, ¡casi
el 10% de la población mundial!, y siguiendo con un largo etcétera que cubre
cerca de una página completa de su libro (pp. 400-401). El que yo cite esto
quizá se deba al sesgo de opinión del que nadie se libra y que consiste en
enfatizar opiniones que se apegan a la propia.
Por cierto, Bill
Gates se muestra muy crítico con Thomas Piketty y muy condescendiente con
Steven Pinker, quizá eso lo diga todo. Yo, a la inversa, me quedo con la obra
del primero, aunque no por ello deje de recomendar la del segundo, y tal vez lo
ideal sería encontrar el justo medio -en alguien que se pudiera llamar, por
ejemplo, Thomas Steven Pinkertty- entre ambos.
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