sábado, 5 de enero de 2008

Ciencia no-ficción

En una ocasión, cuando trabajaba para IBM de México, el calendario trajo un puente laaargo-laaargo que comenzó el martes 14 de septiembre en la noche y terminó el lunes 20 del mismo mes en la mañana. Eran épocas que los grandes clientes aprovechaban para dar mantenimiento a sus monstruosos equipos o bien para la instalación de complicados sistemas. Este último fue el caso de una importante compañía de seguros, líder en su ramo.

Pues bien, el lunes del que hablo llegué temprano a la oficina y había una situación de emergencia bastante seria en dicha compañía, pues los americanos -de otra compañía- que habían venido ex profeso a la ciudad de México a instalar el complejo sistema prácticamente se quedaron paralizados desde el miércoles 15, pues la máquina se detenía abruptamente al arrancar el subsistema bajo el que corría su fementida aplicación. Los departamentos de hardware y software de IBM habían desfilado en su totalidad durante el largo puente sin mayores resultados: la maquinota seguía aplastada.

El representante de ventas de IBM me invitó a “echarle montón” de inmediato al problema haciendo acto de presencia en las instalaciones del cliente. Oye, le dije, pero si ya los departamentos enteros de hardware y software visitaron al cliente y no encontraron nada, lo más seguro es que el problema esté en la aplicación de los gringos y de nada servirá una visita adicional por más “especialista” que sea yo en el subsistema de marras. La situación es tan grave, me respondió, que si no ven siquiera preocupación de nuestra parte puede venir una demanda y hasta una cancelación de nuestro equipo.

Cuando llegamos a la localidad del cliente, los gringos estaban verdaderamente desesperados, amén de nuestros ingenieros de servicio que no hallaban qué hacer. Como el médico que llega a auscultar al paciente sin ser médico, tímidamente les solicité a los americanos que arrancaran su sistema, para lo cual, previamente, tenían que iniciar el subsistema de mi “especialidad”. Fija la mirada de los tres –dos gringos y yo- en la consola de la máquina, me indicaron: mira, aquí es donde se detiene el equipo y... ¡nada!, que el maquinón no les hace caso y sigue adelante como si nada. Me voltearon a ver los dos con ojos de plato y al unísono exclamaron: what did you do! Con toda honestidad les respondí: nothing, I swear! Me cortaron: well, it doesn’t matter, thanks a lot.

No transcurrieron ni dos minutos cuando el representante de ventas bajó de las oficinas del director para indicarme que éste quería platicar conmigo, y entonces tuvo lugar el siguiente diálogo de sordos:

- Mira –me dijo-, yo sé que en IBM se está muy a gusto y que el desarrollo que un ingeniero de sistemas tiene ahí es envidiable desde cualquier punto de vista...

- Yo no hice nada –respondí-, el sistema simplemente arrancó.

- ... sin embargo, el sector financiero tiene muchas prerrogativas que hace de sus empleados un sector privilegiado... –me ignoró.

- Yo no hice nada –insistí con mayor énfasis- ni siquiera los parámetros de definición he revisado.

- ... entre otros, los créditos hipotecarios, los préstamos, un aguinaldo muy por arriba de lo que marca la ley, y demás beneficios no monetarios –continuó con su soliloquio.

- De todas formas –continué yo con el mío-, algún problema debe existir porque las cosas no se arreglan así como así, por arte de magia, por lo que habrá que seguir revisando para ver dónde radica el problema.

- No me respondas ahora –concluyó-, yo sé que es una decisión difícil, sobre todo cuando se está en una organización de excelencia, como la tuya.

- Está bien –concluí por mi parte, estableciendo, por fin, un diálogo-, déjame pensarlo y yo te comunico mi decisión.

- Me daría mucho gusto que fuera afirmativa –finalizó.

Trabajé para IBM otros diez o quince años más.

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