lunes, 19 de noviembre de 2007

Encuentros inesperados

Mi padre no siempre estuvo postrado en cama, como lo estuvo desde 1999 hasta hace unos días que murió, cuadrapléjico, “gracias” a la intervención quirúrgica de un médico inescrupuloso e incompetente que le aseguró que al día siguiente estaría caminando, pero ya sin los insoportables dolores que le provocaba la compresión cervical que desde tiempo atrás padecía.

No, de ninguna manera. Desde la década de los ‘40 del siglo pasado había sido guía de turistas. Hablaba el inglés sin acento por haber vivido en Estados Unidos toda su infancia, de tal forma que no representaba para él ningún problema transportar a los turistas en su propio vehículo y llevarlos a conocer las ciudades más importantes del país y sus lugares históricos de mayor interés. Cansado, después de más de 25 años en esta actividad, decidió aceptar la oferta para entrar a trabajar en la Embajada de Estados Unidos en México como coordinador del “motor pool”, es decir, del departamento de transportación de la sede diplomática.

Un día de junio de 1970, recibió la encomienda especial de transportar a un funcionario norteamericano, de visita en México y apasionado del futbol, o “soccer”, como dicen ellos, en un tiempo récord. El oficial iba a estar en reuniones las primeras horas de la tarde, pero mi padre dispondría de ¡15 minutos! para conducirlo personalmente al Estadio Azteca para presenciar el partido Alemania contra Italia, dentro de las semifinales de la Copa Mundial México ’70. No debería enviar a ninguno de sus choferes, tendría que llevarlo él en persona.

Mi padre, sabiendo de mi fanatismo por el futbol y mi pasión en este sentido por Alemania, pues recordaba cómo sufrí con la derrota del equipo teutón en la final de la copa mundial del ‘66 frente al equipo anfitrión, Inglaterra, con un gol fantasma en tiempos extras, y la venganza que acababa de tomar Alemania hacía pocos días, en León, derrotando a los ingleses 3-2, curiosamente también en periodos extras; sabiendo, pues, de este fanatismo y con tiempo suficiente para pasarme a recoger a la casa, mientras el funcionario tenía sus reuniones, no lo dudó y fue por mí para que lo acompañara a un palco oficial del estadio junto con dicho individuo.

Faltando 15 minutos para el comienzo del gran partido, recogíamos a este señor frente a la embajada y emprendíamos, literalmente, el vuelo hacia el Estadio Azteca, auxiliados por un escuadrón de motociclistas que nos hizo llegar incluso un par de minutos antes del comienzo del encuentro. No recuerdo, ni entonces (tenía yo 20 años) ni ahora, haber viajado tan rápido en mi vida... ni desearía volverlo a hacer, claro.

Tuve la fortuna de que nuestro “invitado”, aunque más bien éramos mi padre y yo los entrometidos en un palco oficial –tal era la confianza que en la embajada le tenían a mi progenitor-, fuera también un fanático declarado de Alemania, de tal suerte que después de un par de cervezas, que a esa edad era lo máximo que mi padre me permitía consumir, y un partido de vaivenes en que no bien había un equipo tomado la delantera cuando ya el otro lo había alcanzado y rebasado, el “invitado” y yo comenzamos a intimar y celebrar cada gol como si fuera el propio, con la agravante de que aquél, mucho más curtido que yo, llevaba ya varias cervezas adicionales a las dos de rigor mías.

Al final y, para no variar, después de unos tiempos extras emocionantísimos, “perdimos” 4-3, pero con el orgullo de haber presenciado lo que desde entonces y hasta la fecha se conoce como “El partido del siglo”, pero, además, yo salí con el gusto adicional de haber departido, gritado, bebido y disfrutado en compañía de Henry Kissinger, no tanto por este siniestro personaje como por el recuerdo imborrable que dejó en mi mente el deporte de mis amores.

Tal era, repito, la confianza que le tenían a mi buen padre, quien, impedido de beber pues tenía que llevarnos de regreso, nos miraba, incrédulo, con una sonrisa apenas dibujada en su rostro y moviendo la cabeza de un lado a otro.

Papá, levántate y llévame al fut otra vez.

3 comentarios:

Lety dijo...

Perro, muy bonito tu relato y me encanto saber algo sobre tu padre.
Y me super encanto la ultima oracion.
Que padre que recuerdes a tu padre, tan padre!!!
Felicidades
*no tengo acentos en esta computadora, asi que no me vayas a madrear.

razom dijo...

Releí tu relato entre los que se incluyeron para conmemorar los 21 años de la Sección Cultural de El Financiero. Me conmovió entonces y volvió a hacerlo ahora.

Raúl Gutiérrez y Montero dijo...

Gracias, razom, es bueno saber que uno tiene lectores inteligentes, atentos e informados, aunque no pasen de dos.

Por cierto, me intriga tu verdadera identidad.