lunes, 31 de marzo de 2025

Redescubrí que soy de Extremadura

Mucho comenté en el pasado reciente sobre los devastadores efectos secundarios de los medicamentos contra el cáncer de próstata: inhibición de la producción de testosterona, disfunción eréctil, impotencia, desaparición de la libido, bochornos menopáusicos, crecimiento de los pechos y un largo etcétera. Tan fue así que creí rivalizar con la vedette trans Wendy Guevara. Vamos, son tan efectivamente catastróficos estos medicamentos que se emplean en algunos países para controlar a los violadores en un proceso que se conoce con el nombre de ¡castración química!, y, créanmelo, tienen una efectividad del 100%.

Cuando le comentaba esto a mi urólogo, sólo se me quedaba viendo con ojos incrédulos como diciendo: “Ay, señor, a su edad, ¿ya qué más da?”, y enseguida me “tranquilizaba” con caritativas palabras: “Notará usted una mejoría cuando prescinda de los medicamentos, aunque tendrá que dejar pasar un tiempo equivalente al que le tomó consumirlos”. “¡¿Un año?!”, le preguntaba yo con desconsuelo. “Sí, si es que para entonces ya obtuvo usted el alta”.

Pues bien, la radioterapia la finalicé hace quince meses y los nunca mejor llamados castrantes venenos los dejé de consumir hace nueve, cuando mi nivel de antígeno llegó al tan anhelado cero, pero ya desde endenantes Elena recuperó la sonrisa y yo me siento muy orgulloso de ser extremeño.

¡Ni en la luna de miel nos habíamos divertido tanto! 

martes, 25 de marzo de 2025

Convalecencia literaria

Después de la infumable bazofia El péndulo de Foucault, de Umberto Eco, recuperé mi amor por la lectura con la espléndida autobiografía El mundo de ayer / Memorias de un europeo, de Stefan Zweig, que actuó como un auténtico antídoto contra la primera y se lee como una deliciosa novela.

Lo que más me sorprendió del escritor austríaco Zweig fue su febril actividad y toda una vida dedicada al estudio, desde su más tierna adolescencia, se pudiera decir. Hace patente su desprecio por el sistema educativo que le tocó padecer en su tierra e incluso su desdén por los estudios superiores que le tocó cursar, tanto los universitarios como los de doctorado, a los que tan sólo se inscribía sin acudir jamás a clase y únicamente apurándose al final de los mismos para aprobarlos. Eso le alcanzó para doctorarse en filosofía.

Hijo de un acaudalado empresario textil judío, lo que él disfrutaba sobre todo era la libertad, desde joven, devorando cuanto texto fuera de currículo caía en sus manos, hasta, ya universitario, conociendo mundo y gente durante las interminables pintas que se regaló en esa época. En todo esto ayudó la decisión del hermano mayor de dedicarse a lo mismo que el padre, dejando a Stefan en libertad de que hiciera lo que le placiera.

No obstante, hábil y talentoso el muchacho, logró que publicaran sus cosas en el suplemento literario de la publicación más prestigiosa de Viena cuando escasamente frisaba los veinte años de edad, lo que dio pie a que la familia, orgullosa de él, lo dejara ser. Por eso Hannah Arendt llegó a decir de Stefan que no vivía los problemas sociales de la época, sino que más bien se mantenía en la periferia de los mismos.

Así y todo, Zweig fue un autor muy prolífico que bien pudiera haber vivido de las regalías de sus libros, traducidos a todos los idiomas, y es impresionante la cantidad de gente famosa y de prestigio en todos los ámbitos que conoció a lo largo de su vida. Baste decir que versificó óperas de Richard Strauss cuando ya la bota asesina de Hitler hollaba Europa y Zweig iniciaba su vida de paria, como todos sus hermanos judíos, a pesar de la protección del célebre músico contra los designios del sátrapa, que objetaba la aparición del nombre de Stefan como libretista de sus obras.

Porque a Stefan Zweig le tocó estar en el centro mismo de los dos  conflictos mundiales que se han dado en la historia, pero el segundo ya fue demasiado para él, y como creía firmemente que el nazismo había llegado para quedarse y extenderse por todo el mundo, decidió suicidarse junto con su esposa estando ambos exiliados en Petrópolis, Brasil, en 1942, donde les rindieron sentidos homenajes durante su funeral.

La dramática foto de la pareja después de haber ingerido un mortal veneno ahí queda.

lunes, 24 de marzo de 2025

Muerte de la Inteligencia Natural (IN)

Hace diez años (19 de febrero de 2015) publiqué uno de los hallazgos científicos de que más me enorgullezco en la vida y que hice del conocimiento de todos el 8 de octubre de 2016 en mi blog: https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2016/10/los-origenes-de-y-algunasconsecuencias.html.

Pues bien, un conocido mío que radica en los Estados Unidos, fanático de cuanto artilugio tecnológico se puedan imaginar, y a quien hice partícipe de mi logro en correo a él dirigido el 22 de febrero de 2015, me acaba de restregar en la cara que lo que a mí me tomó seguramente días a su Inteligencia Artificial (IA) le llevó apenas un minuto y fracción.

¿Debemos entusiasmarnos por ello? ¡Definitivamente!, pero también preocuparnos enormidades, pues estamos fomentando la creación de una sociedad perezosa y no pensante que tiene a unos cuantos clicks de distancia la solución a todas sus broncas, trátese de un ensayo, un cuento, una novela, una pieza musical o un intrincado problema matemático como el que yo resolví.

Sí, fueron varios los días que dediqué investigando el problema que me planteé para llegar al resultado que me fascinó y entusiasmó hasta el paroxismo, provocándome una satisfacción personal inigualable, que ahora cualquier idiota con una herramienta poderosa a la mano puede resolver en apenas “un minuto y fracción”.

Acabo de recibir un correo del conocido que les platico, ¡en respuesta a aquel viejo mensaje mío del 22 de febrero de 2015!, en el que muestra una serie de pantallas que dan cabal testimonio de las proezas de la IA en la solución del problema matemático que les comento, y con una sentencia retadora de este fanático: “Se tardó un minuto y fracción contestando… ¿Y tú?”.

Le respondí escuetamente con ese dejo de inteligencia de un ser todavía pensante: “Infinitamente menos que los ¡diez años! que tardaste tú en contestar mi correo.”

sábado, 22 de marzo de 2025

Anciano rememorando

La falta de logros en mi senectud, me lleva a reiterar los del siglo pasado.

Caminaba yo rumbo a mi escritorio por uno de los pasillos del segundo piso del edificio de IBM en Mariano Escobedo cuando me topé con Enrique Caballero, representante de ventas de Comermex (hoy Scotiabank), uno de los clientes más grandes de la compañía, quien sin más, me espetó a la cara: “Estoy hasta la madre: Cuauhtémoc (Arredondo, director de sistemas del banco) y Toño (Antaramián, gerente de ventas de la sucursal finanzas de IBM) se la pasaron hablando de ti durante toda la comida a la que lo invitamos, a cual más de elogioso, ¡hazte a un lado, me indigestaste!”. Pinche envidioso, pensé, seguramente está exagerando, pues no recordaba yo haber hecho nada que mereciera elogio alguno.

Sin embargo, una vez en mi lugar, alguien se aproximó a mis espaldas y me dio una palmada diciendo: “Muy bien, eh, magnífico que el cliente tenga una opinión tan encomiable de alguien”. Era Antaramián, que a todas luces venía a medios chiles ya después de la comida con el cliente, y no cesaba en sus halagos. “Es más -añadió- ahorita mismo vamos a ver a Piccolo (Rafael, director de marketing) para informarle”, y sin dejarme siquiera preguntar qué ocurría, me arrastró literalmente hasta el sexto piso. Una vez ahí, nos dirigimos a la oficina de Piccolo para “informarle”: “Felicita a Raúl -le dijo Toño a Rafael-, ha realizado una labor extraordinaria en el banco, plenamente reconocida por su director de sistemas”. La oficina de Rafael Piccolo colindaba con la de Rodrigo Guerra, presidente y gerente general de IBM de México, quien apenas escuchó “felicita” se precipitó fuera de su oficina literalmente gritando: “¿A quién hay que felicitar?”. Casi no lo dejé yo terminar, ya que enseguida lo atajé: “Momento, momento, no soy representante, no he vendido nada”. “Aquí, a Raúl -me atajó Antaramián a su vez-, ha hecho una labor fantástica en Comermex”. Con lo que Rodrigo concluyó: “No importa que no seas vendedor, Raúl, si has hecho una buena labor, mereces que se te reconozca”.

Y nos retiramos de ahí, pero no habíamos llegado siquiera frente a los elevadores cuando Toño me reprendió: “¡Nunca más me vuelvas a salir con una pendejada de ese tipo! ¿Cómo que no eres vendedor?, cuando ustedes los ingenieros de sistemas son quienes verdaderamente desempeñan esa labor frente a nuestros clientes, son ustedes en quienes realmente ellos confían. ¡Me hiciste encabronar! Acompáñame, vamos al primer piso a ver a Troncoso (Jorge, gerente de sistemas país)”. Cuando llegamos con éste, aun antes del saludo, mi jefe lo instruyó: “Hay que darle un premio a Raúl, el cliente está muy contento con él”. “¡¿Ya ahorita?!” -exclamó con sorpresa Troncoso-. “No, no, no -repuso Toño-, pero hay que ir haciendo el papeleo para que le llegue en su próxima nómina”. Los dos firmaron el formato, y Antaramián me arrastró de regreso a su oficina en el segundo piso.

Sentados los dos al escritorio de Toño, uno frente al otro, mi jefe extrajo de su archivero mi expediente, revisó mis datos y me incrementó el sueldo ¡un 20%! Increíble, no daba yo crédito a lo que estaba viviendo, todo había sido como un huracán de cuyas consecuencias aún no me percataba. Acto seguido, me levanté, le agradecí mucho su reconocimiento y, cuando me disponía a retirarme, me detuvo: “Raúl, nunca menosprecies tu trabajo, recuerdo que siempre habrá alguien que te lo agradezca desde el fondo del alma. Esta vez fue Cuauhtémoc, que me llevó a mí a materializarlo, pero nunca falta la gente agradecida. ¡Sigue así!”.

Pasé otros quince años en IBM, con la que sueño casi a diario todas las noches, como la amante que nunca se olvida.

sábado, 15 de marzo de 2025

Se los dije

Les juro que escribí el artículo adjunto hace dos semanas, cuando el León apenas pudo con los mediocres Xolos de Tijuana en el propio estadio de la Fiera, pero no lo publiqué por temor a ser linchado por la fanaticada verde.

El León no es como lo pintan

El equipo de mis amores adoptivos, León, ha corrido con mucha suerte en el torneo Clausura 2025. Primero fueron las Chivas el 28 de enero quienes lo pusieron en evidencia al haberles anulado a éstas un legítimo gol en supuesto fuera de lugar mediante el malhadado VAR, lo que hubiera significado el empate a dos en vez de la apretada victoria de los Panzas Verdes 2-1 en su propio terruño.

Vino después, el miércoles 5 de febrero, el partido reprogramado de la fecha uno contra el Pachuca en el estadio Hidalgo, y en el que los Tuzos le pusieron un baile a los leoneses, que en vez de traducirse en una goleada en contra de éstos, se convirtió en una milagrosa victoria para el León por 2-1.

Finalmente, vino el empate a tres contra Toluca, donde el mejor hombre de la Fiera resultó ser el portero de los Choriceros, Pau López, que en un oso de antología se tragó un inverosímil gol que representó a la postre el empate a tres.

Estamos hablando de siete puntos en total que el León no merecía y que a estas alturas del campeonato lo colocarían a mitad de tabla. Pero además, todos los triunfos del equipo han sido por diferencia de un gol, ninguno por goleada ni mucho menos, y con demasiado sufrimiento por parte de la afición, yo entre ellos, que no paro de mover los pies mientras los veo jugar, ya sea para tratar de anotar o de impedir un gol cantado. Las exhibiciones ante Atlas, Juárez, Mazatlán, San Luis, Tijuana -¡qué bruto, puro trabuco!- han dejado mucho que desear. Contra Tigres se sufrió mucho en la victoria de apenas 1-0 y contra el América se salvó la cara con el empate a uno.

¡Mucho me temo que se vienen tiempos difíciles para el equipo!

Hasta aquí el artículo inédito. El tiempo me está dando la razón con las últimas dos vergonzosas actuaciones del equipo, contra el colero Laguna, incapaz de derrotar incluso a las reservas del colegio de ciegos (Fernando Marcos dixit), y frente a un disminuido Necaxa, que jugó ¡64 minutos con sólo diez hombres!, y aun así nos derrotó.

O mejora sustancialmente el equipo o se nos viene una tragedia de consecuencias incalculables, con todo y Mr. James.

sábado, 8 de marzo de 2025

¡Qué horroroso es leer!

Sí, sí, ya sé que me contradigo, pues innumerables veces he afirmado rotundamente lo contrario, pero cuando te cae en las manos un libro como el de Umberto Eco El péndulo de Foucault, entras en una profunda depresión, más aún si te empecinaste en llegar hasta la página 501 (de 834) tratando de encontrarle sentido a semejante necedad.

Tan sencillo que hubiera sido leer parte del fragmento que Amazon incluye en su plataforma para desechar de inmediato la intención de leerlo. Reto a cualquiera a que por lo menos lea dicho fragmento en su totalidad. ¡Imposible adentrarse en semejante galimatías por el puro placer de hacerlo! Desgraciadamente me dejé llevar por las superficiales opiniones aquí y acullá, cuando hubiera bastado intentar adentrarme en las varias primeras páginas que nos obsequia el gigante amazónico para abandonar el proyecto de lectura. ¡Estúpido de mí!, cuando intenté la devolución al mero principio de la fallida compra en línea del mentado libro, obviamente me mandaron al carajo, pues qué van a saber ellos si ya lo leí o lo copié mediante cibernéticos subterfugios. ¡Cómo me dolió desperdiciar esos 299 pesos, mejor invertirlos en un six pack de cervezas!

Soy consciente de que si por puro azar llegara a caer este escrito en las manos de un erudito, seguro me mandaría aniquilar por semejante sacrilegio, porque tal es lo que le achacan al texto de Eco: una amplísima erudición nada fácil de seguir para ignaros como yo. Pero soy un enemigo jurado de tener que cursar un seminario de varias semanas para entender cabalmente un escrito o de atiborrar mi biblioteca con textos explicativos con el mismo fin.

¡Al carajo! Leer es un placer, por lo que ustedes disculparán que no les comente nada esta ocasión de este intragable mamotreto, y que deje a los tres editores de la trama de la novela, Jacopo Belbo, Diotallevi y Casaubon, sumidos en sus esotéricas elucubraciones y a punto de entrar en una “peligrosa aventura”, que por lo menos hasta la página 501 en que yo abandoné el empeño -profundamente aburrido, deprimido y habiendo entendido muy poco- no se veía venir por ninguna parte. Sorry!

Y miren que en el pasado le he hincado el diente a Jocye, a Musil, a Woolf y hasta al igualmente detestado por mí Proust (https://blograulgutierrezym.blogspot.com/2023/09/insoportable-sufrimiento.html). Y ni qué decir del propio Eco con sus El nombre de la rosa y Número Cero, que sin llegar a ser obras maestras de la literatura universal, resultan mucho más tragables que su intragable El péndulo de Foucault.

Eso me pasa por contravenir el consejo número uno de los bibliómanos: si un libro no te está gustando, ¡abandónalo y a lo que sigue! Mucho me hubiese ahorrado en el presente caso.

No lean El péndulo…, y si lo hacen ¡y le entienden!, mis respetos.

miércoles, 26 de febrero de 2025

Héroe de tiempo completo

 - Otra vez tarde, Juanjo -le dijo su esposa-, y enfurruñado como todos los días.

- Es que ya no aguanto, Victoria, te lo juro –repuso Juan José-, un día de éstos exploto y mando la mina al carajo, no soporto ver cómo nos tratan estos gachupines y además para saquear nuestras riquezas. Hoy discutí con uno de los capataces y estuve a punto de liarme a golpes con él por haber humillado a Miguel.

- ¡Qué necio eres! -dijo ella-, y después, ¿qué vamos a hacer? En estos tiempos de revueltas va a ser difícil que encuentres otra cosa.

- Pues me uno a los insurgentes, ésa sería la mejor forma de tomar venganza de los españoles. No te creas, ya lo he pensado.

- ¡Estás loco! -respondió Victoriana enojada, a sabiendas de que su marido hablaba en serio, pues no era ella la primera ni la única a la que ya con anterioridad le había hablado con tanta rabia sobre su proyecto.

- Es más, para demostrarte que lo digo en serio, mañana mismo hablo con quien se ha encargado de reclutar a otros mineros para luchar por nuestra libertad contra esos desgraciados invasores.

- Pues allá tú -terminó su esposa-, pero bien sabes que eso representará nuestra ruina. ¿Qué te tienes tú que preocupar por liberar a nadie cuando ya nuestra propia situación es bastante precaria? -y enfadada se levantó de la mesa, donde ni la merienda comenzaban aún, y salió con prisa del cuarto.

Y no era que le faltara razón al uno ni a la otra, pero, por lo mismo, era difícil llegar a una posición conciliadora que los dejara satisfechos a ambos.

El cura de un pueblo vecino había puesto ya el ejemplo al encabezar a un grupo de revoltosos en contra de los gachupines, arengándolos una madrugada para que lucharan en contra de la opresión secular y a favor de su libertad. Su ejemplo pronto cundió y en muchos de los principales poblados de los alrededores surgieron colaboradores y líderes espontáneos.

Juan José se apersonó con uno de éstos y, sin pensarlo más, dijo que quería colaborar, y con mayor celeridad aún, aceptó su primera encomienda: participar en la toma de la principal fortaleza de los españoles, donde, atrincherados, guardaban víveres, armas y los tesoros saqueados de las minas de la entidad.

A pesar de su juventud, pues recién había cumplido los 18, Juan José ya padecía de los pulmones por el trabajo duro en la mina, por lo que no le importó gran cosa tomar la iniciativa y, adelantándose a cualquier orden, encendió una tea y enseguida, auxiliándose únicamente de su fortaleza, puso sobre su espalda una gran losa que halló entre los escombros.

Inmediatamente despertó la curiosidad y asombro entre sus compañeros, quienes le proporcionaron la brea que él con desesperación solicitaba. Sin duda tenía ya una idea fija en la mente, pero ésta no les quedó clara a los otros insurrectos, hasta que vieron a Juan José arrastrándose con dificultad, con la brea en una mano y la antorcha en la otra, dirigirse hacia la gran puerta de madera que daba acceso a la fortaleza.

Nadie daba crédito a lo que veía, pero no dejaban de admirar el valor de aquel musculoso mozalbete cuya intrepidez superaba toda la de ellos junta.


No bien hubo avanzado Juan José unos cuantos metros cuando se dio cuenta de la locura que estaba cometiendo, pero ello, lejos de desanimarlo, lo alentó, con la idea fija en la cabeza y la emoción hinchiéndole el corazón de ser, él solo, el salvador de la patria.

Sin embargo, justo a la mitad del camino, exhausto, hubiera querido regresar, las piernas le temblaban por el gran esfuerzo y apenas podía sostener la tea y el recipiente con la brea. Para colmo, el calentamiento que sobre la losa producía la metralla del enemigo resultaba ya insoportable para su espalda.

La asfixia empezó también a atosigarlo a causa de sus deteriorados pulmones. Así y todo, un largo rato después, que pareció interminable incluso a los simples espectadores, Juanjo alcanzó, por fin, el ansiado portón.

Como pudo, lo embadurnó de brea y, casi al mismo tiempo, le prendió fuego con la tea. El espectáculo que provocó la llamarada fue impresionante, además de que contagió de un entusiasmo inusitado a sus compañeros que, sin mediar consideración alguna, se abalanzaron sobre la puerta y comenzaron a pasar unos sobre otros y todos sobre Juan José que, rendido, había quedado tirado en el suelo con todo y losa encima.

En el camino hacia la puerta, muchos de los rebeldes cayeron irremisiblemente bajo la metralla enemiga que salía despedida desde la fortaleza, pero ello no obstó para que la turba siguiera avanzando como un monstruo de mil cabezas.

Para Juan José, de improviso, todo aquello resultó incomprensible y grotesco. Había podido liberarse de la losa, pero era incapaz de ponerse en pie pues sentía que las piernas le flaqueaban como a un guiñapo. No oía más que el vocerío de la turbamulta, sin distinguir nada coherente entre lo que se profería.

De repente, empezó a escuchar claramente una voz de mujer... su mujer.

- ¡Juan José, Juan José!... -la escuchó que gritó con desesperación.

Éste se sintió salvado, pues sabía que su mujer era la única que en aquel confuso momento podría hacer algo por él, la única a la que él le interesaba no obstante todas las disputas que hubieran podido tener, a pesar de su terquedad y empecinamiento por unirse a la revuelta.

- ¡Juan José, Juan José!... -volvió a escuchar.

- ¡Aquí, Victoria! ¡Aquí, mi amor! -respondió Juan José con un alivio indescriptible.

- Para como están las cosas en la mina y tú tendido en la cama todavía. De seguro hoy sí llegas tarde y tendrán la excusa ideal para correrte –siguió Victoriana, furiosa, sin prestar atención a lo que aquél decía.

Juan José, aún amodorrado, no alcanzaba a comprender lo que estaba ocurriendo, pero súbitamente empezó a sentir vergüenza, una vergüenza únicamente equiparable a la que los criollos le provocaban en las minas.

Con vergüenza y todo, Juan José de los Reyes Martínez Amaro, El Pípila, como le conocían familiares y amigos, se levantó rápidamente y vistió con presteza sus arreos de trabajo, y se encaminó con premura rumbo a la mina, donde transcurriría otra jornada extenuante de febril actividad para todos los que ahí laboraban.

(N.B. Desenterré de entre los escombros este viejo cuento mío para celebrar que, una vez más, perdí el Premio de Literatura León. Ya son dos décadas. Quién me manda andarme metiendo con sus “héroes”.)