lunes, 19 de abril de 2021

El libro más cochino que he leído

El escritor Guillermo Fadanelli escribe todos los lunes una columna cultural en El Universal. Me identifico mucho con él, pues seguido relata cosas parecidas a las que yo les envío, aunque, claro, él es un intelectual reconocido y yo soy un pobre pendejo. Frecuentemente cita la novela Última salida para Brooklyn, del autor de culto Hubert Selby Jr. Desde un principio tomé nota de ella y la puse dentro de la lista de pendientes a leer, es más, la busqué de inmediato en Amazon, pero no estaba disponible en español, ni en papel ni en formato digital, e ignoraban si algún día volvería a estarlo. Me olvidé de ella.

Como Fadanelli hubiera vuelto sobre el tema un par de veces más, me dispuse a conseguirla como fuera, hasta encontrarla en un sitio de Internet que la ofrecía en formato kindle al ridículo precio de 109 pesos, pero me la enviaron en un paquete que nomás no pudo reconocer mi tablet, por lo que solicité la devolución de mi dinero, pero ellos insistieron y me la enviaron en formato PDF que, dijeron, podría leer con mi kindle, y fue así como me inicié en el culto de esta maravillosa obra.

El libro consta de varias historias independientes que se interconectan tan solo por los personajes que se mueven entre ellas, y describe la sórdida vida de Nueva York, en particular de Brooklyn. El Nueva York no exclusivo de aquellos años, pues todavía hasta tiempos recientes ocurrían ahí cosas terribles, como la de la joven corredora que se atrevió a salir a trotar a una hora inapropiada en las inmediaciones del Parque Central y fue atacada y violada tumultuariamente por una turba de negros que la dejaron inconsciente y malherida. El Nueva York del hoy tristemente célebre Rudolph Giuliani, que lo llevó a decretar la mundialmente famosa tolerancia cero y que le acarreó en la época que fue alcalde de la ciudad reconocimiento internacional. Hasta a nosotros nos vino a asesorar cuando nuestro actual canciller y nuestro hoy Presidente lo mandaron llamar cuando medraban solo en el entonces Distrito Federal, hoy flamante Ciudad de México, y necesitada más que nunca de la referida tolerancia cero.

Pues bien, Selby nos describe con lujo de detalle en su libro las bacanales y orgías que se daban en los barrios bajos de la gran urbe; alguna otra fiesta en apariencia inocente; las correrías de jóvenes delincuentes, mujeres incluidas, que violan flagrantemente la ley, y lo mal que termina una de ellas en escenas descarnadas y descritas con crudeza inaudita; agresiones a marinos y soldados de farra por parte de mozalbetes que los esquilman y medio matan; enfrentamientos con policías, y el sublime relato -la historia más larga- de una huelga obrera, con todos los vicios, marrullerías y trampas que generalmente se dan en estas “luchas” sindicales, tanto de la parte trabajadora como de la empresarial. Me hizo pensar muchísimo en nuestro México. En el transcurso de esta historia se hace la reseña explícita de relaciones homosexuales inimaginables, de violencia intrafamiliar y hasta de perturbadora pederastia.

Por todo lo anterior, la novela llegó a ser prohibida en Inglaterra por obscena, justo como algunos años antes lo había sido el Ulises de Joyce en Estados Unidos. En ambos casos, las mojigaterías fueron desechadas y los libros gozan hoy de cabal salud, pues no es lo que se dice, sino la manera magistral como se dice. Más que execrables, los personajes de esta trama son merecedores de una infinita conmiseración.

Sin duda, es el libro más “sucio” que he leído en mis más de siete décadas de existencia, pero ¡ah, cómo lo desfruté! Una auténtica obra de arte. Además, la traducción es impecable, pues la obra pereciera originalmente escrita en español, y la edición, inmaculada. El relato cumple con las características de un libro de culto y es uno de los mejores que he leído en mi vida.

Con lo anterior no pretendo convencer a nadie, ni siquiera mejorar la posición del texto dentro de la lista de los más vendidos de Amazon (lugar 82,998), sino más bien demostrar con esto último que el libro vale la pena leerse. Las llamaradas de petate son eso, llamaradas de petate, figuran en los primeros lugares de dichas listas un par de días y desaparecen para siempre.

He dicho. 

jueves, 15 de abril de 2021

La vieja majadera ataca de nuevo

Sostengo todo lo que dije sobre la joven escritora Fernanda Melchor y su libro Temporada de Huracanes (http://blograulgutierrezym.blogspot.com/2020/09/pinche-vieja-tan-majadera.html), lo cual me llevó a comprar y leer de un tirón su nueva publicación Páradais (Random House, 2021), homófono de Paradise, en inglés, nombre del exclusivo fraccionamiento donde transcurre mayormente la trama de la novela. Pensé que la iba a disfrutar tanto como la primera, y así parecía hasta bien entrada la lectura. Sin embargo, ante la simpleza del argumento: un par de desadaptados (el niño bien que vive con los abuelos en el Paradise y el jardinero, mozo, mensajero y demás de la misma zona residencial con el que se asocia para emborracharse y hacer realidad sus más torvos ensueños) que ni siquiera simpatizan entre ellos, al no dejar de ver el chalán al primero como un ser deforme y despreciable, departen, sin embargo, cotidianamente en noches de alcohol y tabaco en los linderos del fraccionamiento, antes de que el empleado vuelva a la miserable mazmorra que habita junto con su madre y una prima “bien puta”, y el adolescente “deforme” vaya convenciendo paulatinamente al holgazán mozo de que se convierta en su cómplice para consumar su golpe “maestro”; ante todo esto, decía, pero sobre todo, debido al final tan forzado e inverosímil con que culmina el relato, el libro transmite un sentimiento de decepción.

Quizá también sea el lenguaje reiterativamente procaz en que incurre la autora y que, después de leer la obra anterior, simplemente resulta cansino y excesivo. Ojalá no vaya a ser que Melchor encontró ya su minita y se siga de frente por ese camino, pues en tanto que el primer libro consta de 224 páginas, el segundo consta de solo 107. Digo, alguien que domina tan magistralmente este lenguaje, seguramente tiene capacidad de sobra para incursionar con solvencia en otras áreas. Es más, tal vez ya hasta lo haya hecho y yo ni enterado estoy.

Una de las partes del libro que más me gustó es la manera en que el crimen organizado (aquellos, les llama Fernanda a lo largo de su escrito) recluta -secuestra, sería más apropiado decir- a un primo de Polo (el mozo), Milton, y un par de amigos de éste, y las tropelías de “iniciación” que les obligan a cometer (incluido el asesinato), no muy apartadas de la realidad, por lo que uno lee en la prensa todos los días, y verdaderamente desgarradoras e impactantes.

En suma, lean el libro para formarse su propia opinión.

martes, 6 de abril de 2021

Reconciliándonos con la vida

Después de tanto esperar, el arribo de la vacuna contra el covid a León, Guanajuato, provocaba en mí un hondo escepticismo, no sólo por la dilación en su llegada, sino por ser el estado una entidad de color azul profundo y, en consecuencia, quién sabe cómo sería el manejo de la logística con Guardia Nacional y servidores de la nación de por medio. Desde luego, le advertí a Elena, cuando inicien las jornadas de vacunación, el lunes 5 de abril, no vamos, aunque tú, a tus tiernos 55, ni necesidad tengas, comparados con mis otoñales 71.

Desde el domingo en la noche nos enteramos del caos que se estaba generando, con gente formándose en los 43 centros de vacunación abiertos para tal fin para pasar ahí la noche y buena parte del día siguiente. Las noticias en el periódico ese lunes 5 y el martes en la mañana no eran más que la confirmación de mis peores temores. No obstante, este último día en la tarde, alrededor de las 14:30, le dije a mi esposa: ahora sí vámonos, pero a un centro de los marginales y dejados de la mano de Dios. Fue así como nos enfilamos a uno por los rumbos de la Biblioteca Infantil Imagina, ahí donde mis hijos cumplieron su servicio social ayudando a los niños más necesitados de la región.

Pues bien, arribamos al centro cerca de las 3 de la tarde y a las 15:16 (esta hora anotaron en una cinta adhesiva que pegaron en el dorso de mi mano derecha) ya estaba yo vacunado, y tras la rigurosa media hora de espera, a las 15:46, corroborada contra dicha cinta, ya íbamos de regreso a casa. Todo en el más riguroso orden y sin ninguna molesta intromisión ni de Guardia Nacional ni de servidores de la nación, a pesar de, o más bien debido a, su discreta presencia.

Lo anterior demuestra que los únicos responsables del caos que menciono arriba somos los propios ciudadanos, pues la organización que yo experimenté -por lo menos en ese centro, ese día y a esa hora-, junto con la entrega del personal médico y administrativo que le apoyaba, fueron impecables.

De veras, dan ganas de reconciliarse con la vida, aunque mejor debiéramos hacerlo con y entre nosotros mismos.

¡Gracias Federación, gracias Gobierno del estado, gracias municipio de León, pero sobre todo, gracias México por transmitir esperanza en medio de tanta adversidad!

domingo, 4 de abril de 2021

Mi primera vez

A finales de 1981, un amigo mío fue enviado por la compañía internacional de mercadeo para la que trabajaba a tomar un curso de un par de semanas en Lucerna, Suiza. Me invitó a que lo alcanzara a la mitad de la segunda semana para emprender desde ahí un periplo europeo que abarcaría Londres, París, Madrid, Santander (donde radicaba una tía de este noble bruto de madre española) y vuelta a Madrid, todo, por avión, excepto el viaje a Santander, que lo haríamos por tren.

Dicen que en los viajes se conoce realmente a los amigos, y desde un principio, éste dio señales en tal sentido. Todas las noches, sin excepción, se despertaba alrededor de las tres de la madrugada a orinar para, acto seguido, recostarse en su cama y fumar un cigarrillo. Ya imaginarán ustedes lo bien que todo esto le sentaba a alguien de sueño tan ligero como el mío. Y así, durante tres interminables semanas. Por supuesto, se negó a acompañarme al Santiago Bernabéu a presenciar el triunfo del Real Madrid sobre el Osasuna de Pamplona 1-0, cuando Hugo Sánchez todavía jugaba para el Atlético de Madrid, justo antes de obtener su primer Pichichi.

En fin, de vuelta en Madrid, después de visitar a su tía en Santander y callejonear de lo lindo por la zona universitaria de esta ciudad donde ligamos a tres lindas criaturas, fuimos a un restaurante que me habían recomendado mucho, La Gran Tasca, Ballesta número 1, en pleno centro de la capital española. Tras un atracón con cocido español y vino tinto, nos retiramos y, una  vez en la acera, nos percatamos que estábamos al inicio de la zona roja más conocida de Madrid. Manolo, mi amigo, que como se habrán percatado ya, no se andaba con rodeos, decidió internarse por las callejuelas y me conminó a que entráramos a alguno de los tugurios que por ahí pululaban. Como yo me negara, insistió y me dijo que bien podría permanecer en la barra tomando un trago mientras él indagaba qué “más”.

Así lo hicimos, y de inmediato se enganchó con una dama. Se notaba que el pobre había permanecido fuera de casa durante más de un largo mes. Como lo prometí, yo me senté a la barra y ordené un trago, pero de improviso se me acercó una linda chiquilla de ojos esplendorosos y de no más de 22, 23 años de edad, y se dio el siguiente diálogo:

- Hola, ¿vienes solo? -preguntó ella con pretendida ingenuidad.

- No, vine con un amigo, pero ahorita está ocupado -le respondí inquieto.

- Ah, ya, ¿y no te gustaría ocuparte a ti también? -añadió, con ese acento español tan irresistible y lúbrico en una personita de tales características.

- No, te lo agradezco, pero eso no impide que te diga que tienes los ojos más maravillosos que yo haya visto nunca -le respondí con pretendida ingenuidad y cabal sinceridad.

- Vale, te corro una pajuela con ellos, ¿quieres? -me invitó con absoluto descaro.

No pude evitar una franca carcajada, y sólo concluí:

- De veras te lo agradezco, pero lo que sí quisiera es besarte en la mejilla.

- Perfecto, sin ningún problema, cortesía de la casa -y, poniendo la mejilla, se marchó una vez que le hube dado el beso más dulce que hasta entonces recordaba.

Y vuelta a la realidad: Manolo estaba de regreso.

- Y ora tú qué, ¿siempre no? -le inquirí.

- No, güey, ya -me ladró.

- ¿Ya qué, pinche Manolo?

- Pues ya, ya, cabrón, te acompaño con una cuba y nos vamos de aquí, estoy completamente saciado.

No en balde mi amigo afirmaba que él conocía únicamente dos tipos de mujeres: las que cogen y las muertas, pero por eso un amigo en común opinaba a sus espaldas que era chingón ir a ligar chicas con él, pues mientras Manolo les caía, uno escogía. O sea, muy empático con las mujeres, no era. Por lo mismo, vivía solo hasta hace todavía poco, a los casi 70.

Y fue así como transcurrió mi primera vez… en Europa.

jueves, 25 de marzo de 2021

¡Libro tan pinche!...

 … se sentiría uno casi obligado a vociferar tras los múltiples pasajes farragosos y aburridos de Hijos de la medianoche, de Salman Rushdie, pero, por otra parte, tan naturales inevitablemente en un libro tan extenso (641 páginas). Pero no se cae en esa tentación, ¡para nada!, pues no se puede detener su lectura sino hasta el final, a pesar de las varias ocasiones en que uno se siente invitado a hacerlo en el trascurso de la misma.

La novela versa sobre la historia de un puñado de personajes de los cientos nacidos a la medianoche que va del 14 al 15 de agosto de 1947, día de la independencia de la India, pero especialmente de Saleem Sinai, el narrador, que cuenta la historia a su compañera Padma. Nacimiento que hasta le valió al protagonista una carta del Primer Ministro Jawaharlal Nehru y una foto en la página principal del periódico The Times of India, pues se daba exactamente al mismo tiempo que el de la nación toda. Mientras más cercano el nacimiento a ese segundo inicial de la medianoche del 15, mayores las características diferenciadoras de unos contra otros. Saleem, por ejemplo, tiene la particularidad de penetrar en los sueños y pensamientos de los demás por haber nacido prácticamente justo cuando el día daba comienzo, al igual que lo hizo otro, Shiva, a cuyo destino el primero queda indeleblemente unido por un giro inesperado y sorprendente en el relato hacia el final del primer tercio del libro, y que marcará el resto de la esplendorosa narrativa. Aunque ya sólo fuera por esto, valdría la pena la lectura.

Pero lo es, además, por la exuberante prosa de Rushdie y su realismo mágico, que en nada desmerece frente al de otros escritores del mismo tipo, y porque lo hace con una gracia y un humor sin iguales. Por otro lado, en la obra se va dando cuenta -paralelamente y sin impostadas erudición y prolijidad- de los acontecimientos históricos que tienen lugar en la India, Pakistán y regiones circunvecinas, desde el nacimiento de la primera como nación independiente hasta acontecimientos ocurridos bien entrada la década de los setentas del siglo XX, pasando por guerras, experimentos nucleares, luchas políticas y demás. Pero es sobre todo una conmovedora historia de los hijos de la medianoche, en general, y del infortunado Saleem, en particular.

El esfuerzo en la lectura que menciono al principio de este escrito se mantiene hasta el final de la obra, pero quién se atrevería a negar que muchas veces el goce pleno implica sufrimiento, y créanmelo, en este caso, valió la pena.

Nunca me había ocurrido que con tan pocas palabras pudiera yo hacer la recomendación más amplia de una novela, quizá porque me identifique yo, de alguna manera, con Saleem Sinai, que nos platica su vida desde su nacimiento, la medianoche del 15 de agosto de 1947, hasta poco antes del 31 aniversario de la India como nación independiente, el 15 de agosto de 1978, y de él como ser sufriente.

sábado, 13 de marzo de 2021

Jim Fletcher

El mensaje de Jim la otra noche a través de LinkedIn después de tantos años era muy lacónico: How are you doing?, pero de inmediato se agolparon en mi memoria una serie de entrañables recuerdos sobre los dos años y pico más felices de mi vida, por lo que le contesté  mucho más expresivamente: “Bien, gracias, querido Jim, encantado de saber de una de las personas -si no es que la persona- que más he admirado en IBM. Un caluroso saludo”.

Por entonces, había sido asignado yo a un centro internacional de soporte en Raleigh, Carolina del Norte, y estaba recién casado. Es más, Elena asegura que cuando nos conocimos a principios de aquel lejano 1989, le propuse matrimonio únicamente para no embarcarme solo en tan arriesgada empresa, y no diré que razón no le falta, pero sí que los más de 31 años que hemos pasado juntos son prueba fehaciente de que no me equivoqué.

La misión, si yo deseaba aceptarla, consistía en hacerla de intermediario entre el laboratorio de desarrollo de software de telecomunicaciones en Estados Unidos y la comunidad internacional, y como tal, participar en la prueba de esos programas, en la conducción de residencias temporales para la producción de materiales técnicos y manuales (redbooks) por parte de miembros de IBM de todo el orbe, y en dar a conocer los resultados de todo esto en seminarios organizados alrededor del mundo.

En el laboratorio envidiaban tan frenética actividad de parte del centro para el que yo trabajaba y que a mí, por ejemplo, en mi primer año de asignación, me permitió viajar a Hamburgo, Sao Paulo, Tokio, Singapur y Sídney, y en el segundo, a Bruselas, Makuhari (Japón), Sídney y Caracas.

Nunca en mi vida me he sentido yo más productivo como en aquellos lejanos años en que los desarrolladores esperaban con ansiedad a que yo llegara a informarles cómo el mundo acogería los productos que apenas estaban en desarrollo, y dentro de tales profesionales, Jim Fletcher era el gurú reconocido por todos, dentro y fuera del país. Y yo era arropado por todos ellos.

Carolina, mi hija, nuestra hija, nació allá, y nadie, ni en el laboratorio ni en el centro internacional donde yo laboraba, dejó de incurrir en el lugar común y mal chiste de afirmar que el hijo que seguramente vendría a continuación sería con toda certeza Raleigh.

Elena, Carolina, Jim Fletcher, IBM y Raleigh (la ciudad y el del mal chiste) contribuyeron a hacer de éste el recuerdo más indeleble de mi existencia. Gracias, Jim, por haber desencadenado toda esta serie de recuerdos hace apenas unas noches.

martes, 2 de marzo de 2021

Tres libros tres

 El primero, un clásico inglés: Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, en el que la trama transcurre en un sola jornada de borrachera, el Día de Muertos de 1938, en Cuernavaca (Cuauhnáhuac), donde el autor residió por algún tiempo, de tintes autobiográficos. El protagonista es un cónsul inglés venido a menos, Geoffrey Firmin, junto con su pareja, Ivonne, que ha regresado a la ciudad para reunírsele, y su hermanastro Hugh. El editor del libro no quería publicarlo tal como Malcolm se lo había enviado, por lo que contrató a un par de lectores del manuscrito para que lo criticaran. En respuesta a las críticas que aquel le hiciera llegar, Lowry respondió con una prolija carta sus razones para no introducir los cambios que dichas críticas pudieran implicar y, en todo caso, que quien los introdujera siguiera las recomendaciones que él hacía. Esta respuesta se convirtió también en un clásico y bastó por sí sola para que el editor reculara y publicara la novela tal cual Lowry se la envió.

Se ha dicho que el Ulises, de James Joyce, cuya trama se desarrolla también en un solo día, es una “literaturización” del lenguaje de los sueños, lo que me lleva a mí a aventurar que Bajo el volcán pudiera ser una del de los ebrios. Y es que muchas veces la lectura se vuelve críptica, y el mismo autor, en la carta antedicha, se llega a comparar con Joyce, toda proporción guardada, se apresura a decir. Pero al igual que aquel, se atreve a decir que su libro probablemente debiera leerse tres y hasta cuatro veces para una cabal comprensión. A él, como a Joyce, también le llevó tiempo escribirlo: diez años. Con estos asegunes, y no habiendo leído el libro más que una sola vez, disfruté, hasta donde se pudo, su lectura y lamenté el trágico y poético fin de los protagonistas principales, Ivonne y el cónsul, cada cual por su lado.

Mucho más interesante y entretenido resultó el segundo libro, La vida juega conmigo, del nominado para el Nobel de Literatura David Grossman, escritor israelí galardonado con varios otros premios. En él se relata una absorbente historia de quien fuera en un tiempo cautiva en el campo de concentración Goli Otok, el Gulag del déspota yugoslavo Josip Broz Tito. Sin embargo, el énfasis es puesto en una época posterior a este encierro y para el que el autor contó con la autorización de la protagonista para abordarlo con toda la libertad que su genio literario le exigiera. Nos cuenta así la historia de un par de viudos residentes en un kibutz israelí, Tuvya y Vera, cada cual con un hijo, Rafael el del primero y Nina la de la segunda, que a su vez, por azares del destino, engendran a Guili, encargada de llevar la narración del relato. Lo curioso es que ambas, Nina, por un lado, y Guili, por el otro, fueron abandonadas por sus respectivas madres a muy tiernas edades. Quizá ello explique el comportamiento totalmente bizarro de Nina ya mayor, quien prácticamente queda huérfana de madre a la tierna edad de seis años, al negarse ésta a testificar en contra del marido muerto y enviada por ello a Goli Otok a un cautiverio de tres años. A tal grado es extraño el comportamiento de Nina que ésta, a su vez, abandona a Guili a la edad mucho más tierna de tres y medio, quedando la criatura al cuidado de su padre Rafael, Rafi o simplemente Erre, y de su abuela Vera. Sin embargo, ella sublima el trauma del abandono y nos obsequia con un relato maravilloso, muy a pesar de lo mucho que detesta a su madre Nina. En fin, una historia fascinante.

Finalmente, pude hincarle el diente también a El Mito de Sísifo, del filósofo y escritor Albert Camus, quien dice que el único tema realmente digno de discusión en filosofía es el suicidio. Qué barbaridad, qué difícil resulta generalmente adentrarse en un texto de filosofía. No fue la excepción en este caso, pues buena parte del libro resulta tanto o más desalentador que uno de mecánica cuántica. No obstante, en la segunda parte del libro, cuando el autor se decide a aterrizar sus ideas, éste resulta de un encanto sublime, pues analiza el carácter de varios personajes literarios desde Don Juan hasta Stavrogin y Kirilov, pasando por las creaciones de Shakespeare, los Karamazov y Wilhelm Meister, no sin dejar de mencionar a decenas más de autores y desembocando finalmente en Kafka y sus célebres Gregorio Samsa, en Metamorfosis, y K, en El Proceso y El Castillo. No en vano afirma Camus que la novela prevalece sobre la poesía y el ensayo, y yo lo secundo.

Así y todo, Camus muestra una visión optimista de Sísifo, condenado por los dioses a llevar a lo alto de una montaña una pesada roca, sólo para que una vez ahí esta se despeñe a la base de la montaña y vuelta a empezar, y así por toda la eternidad. Concluye Camus con una poética incomparable: “¡Dejo a Sísifo al pie de la montaña! Uno siempre recupera su fardo. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. También él juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin dueño no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esa piedra, cada fragmento mineral de esa montaña llena de noche, forma por sí solo un mundo. La lucha por llegar a las cumbres basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo feliz.”

No muy en concordancia con lo que yo he sostenido a lo largo de estos escritos durante tantos años, pero bueno, si un filósofo que afirma que el único problema digno de discutirse en filosofía es el suicidio lo dice, razón no le ha de faltar, a fe mía.

A ver cómo me va ahora con Hijos de la medianoche, de Salman Rushdie. Ya se los estaré comentando.