Hace sesenta años, el 16 de marzo de 1964, el héroe francés de la Segunda Guerra Mundial, general Charles de Gaulle, iniciaba una gira por México. Yo era a la sazón un jovenzuelo de 14 años de edad estudiante de segundo de secundaria en el Colegio Cristóbal Colón, del que era patrono Jean-Baptiste de La Salle, sacerdote y pedagogo francés, fundador de la Sociedad de Escuelas Cristianas, hoy Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, así que cómo no íbamos a estar presentes en tan magno acontecimiento con la visita de este personaje que, además de francés, era católico declarado.
A la manera de los mítines políticos, nos acarrearon en los camiones de la escuela hasta el lugar de la avenida que las autoridades habían dispuesto para nosotros y que conducía del aeropuerto de la ciudad al zócalo capitalino, donde De Gaulle dirigiría unas palabras ¡en español! a la multitud ahí reunida, y con las que conquistó el corazón de los mexicanos (https://www.youtube.com/watch?v=tnkbkkR0ZP4). (Durante dicha gira visitó, por supuesto, la Basílica de Guadalupe.)
Previo a ello, en el sitio que nos asignaron en la calle por la que los presidentes López Mateos y De Galle circularían en una lemosina descapotada, los espacios se estrechaban de tal manera que no hubo forma de que el convertible circulara a la misma velocidad que lo había hecho hasta entonces. Inquieto que es uno a esa edad, me aproximé, junto con todos mis compañeros, hasta el carro que había obligadamente disminuido su marcha para no provocar un accidente, y extendí mi mano hacia el tripulante que me quedaba más cercano, el general De Gaulle, quien me la apretó con fuerza, acompañando su gesto con un guiño de su ojo derecho.
Como yo ya había oído hablar en mi clase de historia y leído en el libro correspondiente sobre las hazañas del personaje, quedé embelesado con el suceso, y se me hacía tarde para irlo a relatar eufóricamente a mis padres, hermanos y amigos cuando regresara a la casa horas después.
Casi un cuarto de siglo más tarde, en 1988, visité la todavía Unión Soviética: Rusia, Azerbaiyán, Georgia, Armenia y Ucrania, y en esta última tuve la oportunidad de estar en la península de Crimea, en Yalta, para ser más precisos, y pasar unos increíbles momentos donde se efectuó la Conferencia de Yalta (4 al 11 de febrero de 1945), previa a la victoria de los aliados, Estados Unidos, Francia, Inglaterra y la Unión Soviética, sobre el Eje fascista, Alemania, Italia y Japón. (Crimea, declarada por el abominable Putin propiedad de Rusia.)
Me pareció increíble contemplar la histórica foto que ahí se exhibía y pensar que había sido yo afortunado de estrechar la mano, cinco lustros atrás, de uno de los personajes que injustamente había sido excluido de dicha reunión, Charles de Gaulle, y que precisamente por ello se hacía más presente que los otros y que nunca. Los tres que sí participaron fueron nada más y nada menos que Churchill, Roosevelt y el sátrapa de sátrapas Iósif Stalin.
Se souvenir, c’est vivre! No sé si así se diga ¡recordar es vivir! en francés, pero suena bonito.
Ya me corregirá la políglota Caro cuando me lea.
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