El malestar físico es un mecanismo de defensa; el bienestar, un síntoma de felicidad.
Perogrullo
El lunes 8 de mayo llegué desfalleciente a la meta y a punto estuve de desvanecerme, a tal grado que una dama se nos acercó y nos preguntó a Elena y a mí si requeríamos ayuda. Apenado, le respondí que no se preocupara, que no era nada. Ya para entonces me había aconsejado el primer médico que consulté que no dejara pasar el tiempo y que me extirpara la vesícula antes de que se volviera una urgencia, pero como ya estaba bajo tratamientos alternativos recomendados por ChatGPT y el IMSS para disolver los lodos, no hice caso… y así me fue.
Veinte días después, el domingo 28 de mayo, me tuvieron que intervenir quirúrgicamente de emergencia para liberarme de la putrefacta víscera.
Y hoy, dos semanas y media después, reanudé mi corrida alrededor de la presa de El Palote, a pesar de que el segundo médico (el que me operó) me prescribió que no lo hiciera antes de 45 días, pero me he sentido tan bien en todos sentidos, incluido, principalísimamente, el anímico, que me lance al ruedo de siete kilómetros que circunvala el hermoso espejo de agua de la presa antedicha, hoy muy disminuido por la falta de lluvia. La dieta, también, ya prácticamente la he obviado y escabullido a tres restaurantes en días pasados. Todo lo cual trajo a mi mente las palabras de una amiga de Elena, Mary Tere, compañera de la misma desgracia que yo: “Me cambió totalmente la vida”, para bien, y me lleva a recomendar a otra amiga de mi esposa, Pilar, que no lo piense más, que se decida a ser feliz.
¡Perdón por pensar mal de los galenos y gracias por su solicitud! Y gracias a mi amiga Sonia, por preocuparse casi tanto como la familia.
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