El pasado viernes 10 de febrero de 2023 se cumplieron exactamente 28 años de que me “corrieron” de la compañía más grande de computadores del mundo en aquel entonces -a quien adelante denominaremos como la Cía.-, pues ello ocurrió el viernes 10 de febrero de 1995. Escribí “corrieron” porque en realidad yo lo pedí: me presenté en la oficina del director de mi área y le expliqué que corría el runrún de que pronto habría un programa de retiro voluntario, de esos con una suculenta indemnización que la Cía. ya había tenido con anterioridad en épocas difíciles para el país, en 1982, por ejemplo. El jefe de mi jefe, sorprendido, negó enfáticamente que fuera a haber tal plan de retiro y que, en todo caso, la Cía. tenía otros planes para mí. Bueno, le dije, lo único que deseaba plantearte es que de haber dicho programa, me tomes en cuenta. Muy bien, me atajó, mensaje recibido.
Un par de semanas después, un jueves, me llamó la secretaria del referido director para informarme que al día siguiente -aquel fatídico viernes- me esperaba éste en su oficina del cuarto piso. Por lo platicado con él, yo estaba convencido de que me propondrían algo para que continuara mi desarrollo en la empresa y desistiera de mi idea del retiro. Ese jueves en la noche, por cierto, personal de seguridad externa con fieros perros sabuesos en correa recorría los pisos del edificio husmeando no sé qué coños. Uno de ellos pasó fugazmente frente a mi oficina.
El viernes, el director me recibió en su despacho con una firmeza mal disimulada, me dio un fuerte apretón de manos y me dijo: bueno, como lo solicitaste, aquí está tu chequesote, mucha suerte en tus planes futuros, me volvió a tender la mano, y yo, atónito, le ofrecí la mía, si más. ¡Tenga para que aprenda! Cuando regresé a “mi” oficina, el acceso a la computadora me había sido revocado y los mismos guardias de la noche anterior olfateaban por ahí cerca: me impidieron incluso que recogiera mi cepillo de dientes y me urgían con su presencia a que me largara de ahí cuanto antes. Lo mismo ocurrió con decenas más que corrieron ese día, la mayoría felices con sus “chequesotes”; otros, indiferentes. Yo no, yo estaba profundamente indignado, pues era una afrenta humillante después de haber servido durante veinte años a la Cía. con mi mejor empeño, que incluían más de dos años de excelencia en los Estados Unidos, donde inclusive me distinguieron como el mejor asignado entre muchos otros extranjeros dentro de un centro internacional de soporte técnico, en Raleigh, Carolina del Norte, donde nació mi adorada primogénita, Carolina.
La semana siguiente fue frenética para mí. En primer lugar, llamé a la oficina de personal de la matriz de la Cía. en la Unión Americana, indicándoles que al día siguiente pensaba embarcarme a ese país para denunciar formalmente y de frente lo que me había ocurrido, que era degradante. Mira, me dijo la atenta ejecutiva que me atendió, no malgastes tu dinero, mejor dame tu número telefónico, cuelga, yo te marco enseguida y me platicas cuanto te aqueja. Y así fue, me llamó de inmediato, y yo le di rienda suelta a mi ronco pecho. Le relaté todo lo que aquí llevo dicho y muchas cosas más, que le enfaticé que eran como secretos de confesión, y concluí observando que no era posible que el Presidente y Director General de la Cía. llevara más de catorce años (octubre de 1980 a febrero de 1995) en el puesto con los resultados que estábamos viendo y con un trato tan irrespetuoso; la Cía., que se vanagloriaba de haber acuñado el lema Respeto por el individuo. Añadí que para mí no había dictaduras buenas y dictaduras malas, que para mí sólo existían dictaduras que llevan a resultados desastrosos. Esto fue el lunes, mismo día que me entrevisté con uno de los columnistas especializados de El Financiero, que ahora ha vuelto a él, después de haber pasado sucesivamente por Reforma y Excélsior. Y vuelta a empezar: le relaté todo lo que ahora llevo dicho, incluida la llamada que recién referí.
El reportero estaba sinceramente apenado por tener que saltarse a su amiga de Relaciones Externas de la Cía. -también amiga mía-, pero yo lo tranquilicé diciendo: mira, ¿tú no crees que ella muy bien sabe que cuando ustedes buscan la nota no acuden a los boletines de prensa de las empresas sino a sus propias fuentes?, así que dime cuándo publicarás algo sobre lo que te cuento y te entrego por escrito, y dejémonos de remilgos; incluso siéntete libre de publicar mi nombre como tu fuente, ya que nada temo. Esto último le molestó, ya que, dijo, el no tenía por qué revelar sus fuentes, y que al día siguiente -tornaboda del Día del Amor y la Amistad de 1995, por cierto- publicaría sin falta su nota, que, después de puntualizar lo hasta aquí dicho, finaliza con parte de lo que le pasé al periodista por escrito: “Este es el punto al que han llevado a la empresa un puñado de jóvenes y arrogantes directores, un vicepresidente de Operaciones sin carácter y un despótico, prepotente y soberbio presidente con más de 14 años al frente de la Cía.”. Quede esto como testimonio -concluye el periodista- de un Cíaista, que a pesar de sus años en la empresa no ha perdido la capacidad de asombro. Pero como también nos dice, “como testimonio de la reconocida y profunda descomposición y decadencia de la Cía.”.
El periódico se vendió como nunca entre empleados y clientes de la Cía., y reunidos en petit comité, los directores y el presidente de la empresa determinaron que un servidor era el autor del “atentado”, pero entró en mi defensa el vicepresidente de Operaciones señalando que, si tal fuera el caso, yo hubiera dado mi nombre y dos apellidos, algo que de hecho hice.
El Presidente y Gerente General “se retiró” de la Cía. dieciocho días después de mí, el 28 de febrero de 1995. Sin embargo, con la fiebre de las punto.com a finales de los 90, yo volví a trabajar para la Cía. en Estados Unidos (en la Network Hardware Division) vía un contractor en Denver, Colorado, pues como ex empleado liquidado era la única forma de hacerlo. Es decir, no hubo represalias y se reconoció mi trayectoria, especialmente los años trabajados allá (1990-1992).
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